No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.
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miércoles, 23 de abril de 2014

La rubia de ojos negros. Una novela de Philip Marlowe, de Benjamin BLACK




Tenemos el aroma, respiramos su perfume, asumimos su olor, el de la rubia de ojos negros que entra en la oficina de Philip Marlowe, nos enamoramos y emborrachamos de ella, como Marlowe, nada más entrar, porque somos Marlowe, sentimos como Marlowe, apreciamos como Marlowe esa nariz, nada parecida a la de Cleopatra, sino ‹‹preciosa, aristocrática›› y caemos al mismísimo fondo de esos ‹‹ojos negros, negros y profundos como un lago de montaña››. Y ahí nos detenemos. Hemos sentido el aroma, el olor si es que lo tiene de Marlowe, el olor a pipa, a tabaco, al whisky en pequeñas o grandes dosis, o al gimlet, preparado ‹‹como Dios manda››: ‹‹ginebra y zumo de lima Rose’s en idéntica cantidad sobre hielo picado››, pero hay algo…

No es la primera vez que otro escritor se agencia un personaje, podríamos recordar El Quijote de Avellaneda; tampoco es la primera vez que otro autor utiliza al personaje de Philip Marlowe, sin ir más lejos podríamos pensar en cómo Robert B. Parker usando el material inconcluso de Poodle Springs Story la completa y termina –autorizado por los herederos de Chandler, como también autorizó al mismo autor la secuela de El sueño eterno titulada Perchance to Dream (ver bibliografía abajo)–. En este caso es Benjamin Black, el que acepta la invitación de los herederos de Raymond Chandler y escribe una novela de Philip Marlowe, como reza el subtítulo a su obra, La rubia de ojos negros, –eso sí, utilizando a su vez un título ya usado para un cuento de la edición homenaje del centenario de Chandler donde una serie de autores, entre ellos el autor de ese cuento Benjamin M. Schutz, escribieron relatos cortos siempre con Marlowe de protagonista–.

De Benjamin Black ya conocemos su serie del patólogo Quirke –comentada aquí–. Pero ahora se ha embarcado en algo distinto, se podría decir que es una novela por encargo, pero como los asuntos que le llegan a Marlowe a su oficina de Cahuenga, el caso es un desafío y, como tal, hay que tomarlo como llega y afrontarlo, aunque lo que te reporte pueda ser de todo menos alabanzas. Y en este caso lo que llega al antedespacho puede ser o una desdicha o una rubia de ojos negros o ambas cosas a la vez, pero el magnetismo que no sabemos si es de los ojos de esa rubia u otro te impele –le impele–, como no podía ser menos, a actuar.

Cronológicamente, –hablamos, claro, de la cronología interna de la serie–, The Black-Eyed Blonde  (La rubia de ojos negros) se sitúa entre las dos últimas novelas de Philip Marlowe, entre la novela cumbre, The Long Goodbye (El largo adiós) y la última acabada por Chandler, Playback. Y el propio desarrollo de la trama, te sumerge aún más en ella porque Black asume su papel y decide que no se debe alejar demasiado del recorrido y utiliza a personajes ya salidos en El largo adiós, pero al igual que Parker escribió su secuela de El sueño eterno, ésta, salvando algo las distancias, también parece una secuela de El largo adiós, aunque no exactamente.

El caso que le llega a Marlowe es buscar al amante de Clare Cavendish, Nico Peterson, que lleva desaparecido unos dos meses, pero como tantas veces en tantos otros casos, sus propios clientes, aquí Clare, le cuentan menos de lo que saben, no sólo menos, sino una versión tergiversada de la verdad, pero aún así, Marlowe asume el caso, porque a Marlowe lo que le gusta son dos cosas: las dificultades y las mujeres, aunque en realidad ambas pueden ser sencillamente una sola. La búsqueda de Nico Petersen, primero muerto, después oculto, después huido, es el hilo, pero lo que se teje con ese hilo es mucho más, y es más porque tiene que ver con la vida personal de Clare y con su familia y tiene que ver con la vida personal del tal Petersen, aún oculto, y con su familia, la primera, una familia adinerada o, mejor, rica, con un emporio de perfumes, como la familia de Linda Loring en El largo adiós, y la segunda, una familia, por decirlo así, canalla, de la que para ganarse la vida, el padre, Canning, la hermana, menos, o el propio Nico Petersen no dudan en dañar o perjudicar a otros, y eso, normalmente termina o debería terminar mal.


Cahuenga Boulevard, Los Ángeles, California

Y Black sale muy bien parado del caso en el que se ha embarcado porque la trama, sin más, no envidia nada de las tramas de Chandler, nos guía a través de esa primera persona de Marlowe por una serie de escenas que son propias del detective, nos enseña de nuevo al policía Bernie Ohls, incluso, nos lo amplifica, nos vuelve a mostrar los malos, como lo que son, asumiendo su rol, sin miedo a la sangre y a los golpes, y a los que deberían estar en el otro bando, también como lo que son, con sus mentiras, sus medias verdades, sus tergiversaciones, pero también sus limitaciones, sus errores. Y ahí, la solución de la novela no decae a pesar de alguna sorpresa final, que tiene que ver con Terry Lennox, sí, ese ente un tanto vago, vaporoso, que era el eje central de El largo adiós sin apenas aparecer. 

Quizá si lo comparamos con otros que han intentado embarcarse en esta tarea de crear de nuevo a Marlowe o más bien de recrear al personaje, estamos hablando sobre todo de su antecesor en esto, Robert B. Parker, el resultado incluso puede ser mejor, aunque éste último tuvo la ayuda en su primera recreación, Poodle Springs Story (La historia de Poodle Springs), de los propios papeles de Chandler, ya que este dejó escrito los primeros capítulos de la novela, aun así a Parker debemos agradecerle esos diálogos tan bien conseguidos, un parecido cinismo, esa misma ironía, esa ampulosidad, que no era fácil de conseguir, sobre todo cuando hablan Linda y Marlowe ya casados y viviendo en Poodle Springs, en esa casa donde el color que prima es el rosa, ¿cómo se puede ver a Marlowe siempre de color de rosa? Esa es la pregunta que se planteó Chandler cuando empezó a escribir esa última novela inconclusa y que Parker asumió al continuarla. Y decimos que puede ser mejor, a pesar del té, porque estamos hablando de Benjamin Black (pseudónimo de John Banville), un muy buen escritor, no sólo de novela policial –Quirke–, con un exquisito desarrollo de los personajes, un gran mecánico para el engranaje de las tramas, un magistral diseñador de escenarios, pero hay algo…

…hay algo –y volvemos al párrafo inicial–, que yo sobre todo aprecio en dos características fundamentales en Chandler –como ya dije en la lectura que hicimos de El sueño eterno–: esa extrema acidez de los diálogos, primero, y, segundo, los símiles tan impactantes, tanto, que te golpean como si tú fueses un puching ball y él te golpease constantemente a lo largo de la novela con cada una de esas comparaciones, jugando contigo, divirtiéndose, entrenando sus reflejos, su velocidad, izquierda, izquierda y zas, su derecha, para acabar. Y esas dos cosas, más lo segundo que lo primero, aquí no terminan de estar. Aunque sí, nos sentimos Marlowe, porque eso sí está captado, perfectamente conseguido, excepto en el matiz de los diálogos donde falta un poco, pero no tenemos a Chandler, no, a Chandler no –claro, es Black– y no, no lo tenemos porque no nos termina de noquear. Zas.






Raymond Chandler (1888-1959):

1934. “Finger Man” (“El denunciante”/“El confidente”). [Primer cuento donde aparece Philip Marlowe]

Novelas
(1) 1939. The Big Sleep (El sueño eterno). Lectura
(2) 1940. Farewell, My Lovely (Adiós, muñeca).
(3) 1942. The High Window (La ventana siniestra/La ventana alta).
(4) 1943. The Lady in the Lake (La dama del lago).
(5) 1949. The Little Sister (La hermana pequeña/La hermana menor).
(6) 1953. The Long Goodbye (El largo adiós).
(7) 1958. Playback (Playback).

1958. “The Pencil” (“El lápiz”). [Cuento. Último texto acabado donde aparece Philip Marlowe]

1959. Poodle Springs Story (La historia de Poodle Springs). [Basada en fragmentos de la novela inacabada de Raymond Chandler, terminada por Robert B. PARKER y publicada en 1989]


Obras autorizadas no escritas por Raymond Chandler:

1988. Raymond Chandler’s Philip Marlowe a Centennial Celebration, AA. VV. [Una recopilación de cuentos de varios autores protagonizados por Philip Marlowe como homenaje en el centenario del nacimiento de Raymond Chandler, editada por Byron Preiss]

1991. Perchance to Dream, Robert B. PARKER. [Secuela de El sueño eterno]

2014. The Black-Eyed Blonde. A Philip Marlowe Novel (La rubia de ojos negros. Una novela de Philip Marlowe), Benjamin BLACK. [Se sitúa temporalmente entre El largo adiós y Playback] Lectura

lunes, 24 de marzo de 2014

El sueño eterno, de Raymond CHANDLER




The Big Sleep (El sueño eterno), publicada en 1939, fue la primera novela que compuso Raymond Chandler y decimos componer porque lo que hizo fue un ejercicio de composición, no musical –que también–, sino de poner al lado, de juntar, de unir –como la literalidad de la palabra indica: “poner con…”–. Porque lo que hizo Chandler, repetimos, es unir dos cuentos previos “Killer in the Rain” (“Asesino en la lluvia”) y “The Curtain” (“El telón”), publicados anteriormente en la revista Black Mask en enero de 1935 y septiembre de 1936 respectivamente. Los juntó, los unió, los entremezcló y los alargó, les añadió nuevos capítulos, nuevos personajes y cambió el nombre a los que ya había y sobre todo, sobre todo, creó a partir de los dos detectives que salían en los dos cuentos previos a Philip Marlowe. Ésa es la verdadera creación de Raymond Chandler.

9788490061701
Porque es Philip Marlowe el que lo une, ensambla, entreteje y arma todo el engranaje de El sueño eterno. Es él el que lo articula, le da forma, lo enaltece y lo soluciona. Y, a la vez, es él el que se crea a sí mismo, montando, ensamblando, investigando, protegiendo y escarbando en el galimatías en que se había ido desarrollando toda la acción de la trama. Porque Marlowe se crea aquí, en la novela, aunque ya en el cuento “Finger Man” (“El confidente”, como se ha traducido recientemente, o “El denunciante”, como se tradujo antes), aparezca y tenga alguno de sus rasgos, pero aún no llevaba el nombre de nuestro protagonista, no era el suyo originalmente, fue el propio Chandler quien lo rebautizó, considerando que sus características esbozaban o eran muy similares a las que luego tendría el protagonista de todas sus novelas. Y no sólo utilizó al protagonista, sino que algunas escenas de ese mismo cuento también están en la novela. Hablamos de la de la ruleta, cuando la chica consigue que el dueño del local Las Olindas –ese garito es el mismo tanto en el cuento como en la novela, no el que lo regenta–, acepte su apuesta de todo o nada. Ya que eso sí, a partir de ahí, Marlowe será ya el protagonista único, el que aparecerá en todo lo escrito posteriormente por Chandler dentro de la novela criminal, se entiende –pues, en contra de lo que la mayoría de la gente piensa, Chandler en los años cincuenta escribió y publicó algunos cuentos de temática fantástica–. Es decir, siete novelas más un último cuento “The Pencil” (“El lápiz”) –aunque su título originalmente en 1959 fue el de “Marlowe Takes on the Syndicate”– y una novela inacabada, como se ve en la bibliografía abajo. (¿Podríamos añadir a su serie la novela de Benjamin Black, The Black-Eyed Blonde, traducida como La rubia de ojos negros, recién publicada en este 2014? Ver lectura de la obra.)

En el primer párrafo de El sueño eterno el propio Marlowe se describe a sí mismo, externamente eso sí: su forma de vestir, que no cambiará ya nunca, su aspecto físico y, para terminar, una introspección final. Y todo eso, él mismo, sólo lo es para sus clientes, un detective privado sólo se hace porque va a visitar y va a trabajar para otros, aunque luego el resultado de su labor, de sus pesquisas, de su actuación pueda beneficiar o perjudicar, según se mire, a su cliente. Porque si algo desprende Marlowe constantemente es su absoluta independencia, pero también, en contra de lo que parece, su fidelidad al cliente, hasta que las circunstancias digan lo contrario.





En este caso la fidelidad hacia el general Sternwood y, a pesar de todo, también hacia sus hijas, Vivian y Carmen, llega hasta el final, aunque los hechos pudieran propiciar lo contrario. Y las actitudes de ambas no sean las más allegadas, aunque flirteen y hasta, en el caso de la segunda, se expongan desnudas delante de Marlowe dentro de su cama y en su propio apartamento.

9788490063859El sueño eterno se inicia con dos casos en uno, un chantaje y una desaparición –motivos de “Killer in the Rain” y “The Curtain”–. El chantaje tiene que ver con las dos hijas del general y la desaparición aunque sea del marido de Vivian tiene que ver más con el propio general. Y lo que parecen dos asuntos distintos empezarán a tomar cuerpo de uno solo a medida que se vayan agregando invitados a la fiesta y Marlowe se vaya introduciendo en la compleja vida de su cliente, en realidad, de las hijas de su cliente.

Y mientras las escenas se van sucediendo a través de las potentes comparaciones e imágenes de Chandler, la ironía y el cinismo completan el resto a través de los diálogos. Pues la actitud de Marlowe se expresa por medio del trato que dispensa a cada uno y, por ejemplo, no es igual la manera en la que habla con el general y la manera con la que habla a cada una de las hijas, aunque en ambas sea un cínico y la ironía impere sobre todo lo demás. Y son las palabras de Marlowe con las que habla a cada uno de ellos como también están descritos éstos, no sólo descritos sino completados. Desde la primera escena en la que aparece Carmen Sternwood nos damos cuenta de cómo es, no sólo por lo que ella dice o hace, ni siquiera por cómo es descrita su maniática manera de chuparse el pulgar, sino que sólo por cómo le habla Marlowe ya se deja entrever su desequilibrio, y la manera en cómo la trama posterior tiene que ver con eso mismo.

No vamos a entrar en los caminos no cerrados, como en este caso puede ser la muerte del chófer Taylor, porque queda como un aspecto secundario y no interesante, porque los derroteros van por otro lado, porque la deriva va por otro lado, y Taylor deja de ser interesante casi desde el mismo momento en que aparece muerto, no importa; en cambio sí importan las actitudes de los vivos y sus comportamientos y con ellos el ritmo, porque sus acciones, ante todo y principalmente las de Marlowe van marcando ese ritmo, un ritmo constante que no decae en ningún momento con el que se van amalgamando las situaciones, en ese collage de escenas en el que se ha convertido la novela, pero un collage que al final presenta una estructura muy marcada y muy medida. Y que se cierra como un círculo cuando Marlowe se encuentra con Carmen a la entrada de la casa del general, en Alta Brea Crescent, West Hollywood, como en la primera escena, y se descubre todo.


West Hollywood, L. A. 

Nos falta hablar de las mujeres, de las otras mujeres, a parte de las dos hijas del general, que van apareciendo a medida que transcurre todo, Agnes en la trama de Geiger y del chantaje, junto a Brody; y Silver-Wig, en la otra, la de la desaparición del marido de Vivian, Rusty Regan, presunta amante de éste y mujer de Eddie Mars, el dueño de Las Olindas. Las hemos dejado para el final, porque con ellas completamos el cuadro de las mujeres de Marlowe, las cuatro: la loca o desequilibrada, la vividora o fatal, la inconsciente o utilizada y la que se deja engañar por amor o ingenua. Todas las que saldrán después, en el resto de novelas, o las que han salido antes, en los veintitantos cuentos previos tienen esos rasgos ya mezclados o desunidos, pero así son todas ellas.        

    



1934. “Finger Man” (“El denunciante”/“El confidente”). [Primer cuento donde aparece Philip Marlowe]

Novelas
(1) 1939. The Big Sleep (El sueño eterno). Lectura
(2) 1940. Farewell, My Lovely (Adiós, muñeca).
(3) 1942. The High Window (La ventana alta).
(4) 1943. The Lady in the Lake (La dama del lago).
(5) 1949. The Little Sister (La hermana pequeña).
(6) 1953. The Long Goodbye (El largo adiós).
(7) 1958. Playback (Playback).

1958. “The Pencil” (“El lápiz”). [Cuento. Último texto acabado donde aparece Philip Marlowe]

1959. The Poodle Springs Story (La historia de Poodle Springs). [Novela inacabada, terminada por Robert B. Parker]

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2014. The Black-Eyed Blonde (La rubia de ojos negros). [Escrita por Benjamin BLACK] Lectura

sábado, 28 de diciembre de 2013

Los hombres te han hecho mal, de Ernesto MALLO



Más allá de la trama o del argumento, más allá de los personajes, habituales de la serie o nuevos de esta novela, más allá de las miserias y mentiras de la sociedad, el lector se va a topar irremediablemente con la desolación y con la rabia. 

Todo el capítulo 35 es desolación, nada más que desolación: Candela es la protagonista a su pesar. Sólo aparece ahí y ya es bastante. Cuesta leerlo porque de alguna forma ya lo intuimos, pero lo intuimos y aún así nos pesa, nos aplasta esa desolación.

El capítulo 40 es rabia. Una rabia que sentimos como la siente Braulio. Y es tan profunda, tan sincera, tan auténtica que en su situación haríamos lo que hace, y lo haríamos igual, de la misma manera, así, sin pensarlo, sólo sintiéndolo, así, así, de esa manera. No más.

Los hombres te han hecho mal es la tercera novela de la serie del comisario, que ya no lo es, Lascano del escritor argentino Ernesto Mallo. Y es la tercera pero posiblemente también la última. No sabemos. Pero de alguna forma se cierra algo. Luego veremos.


Antes publicó, ambas en el 2011 en edición de Siruela, Crimen en el Barrio del Once y El policía descalzo de la Plaza San Martín, que en Argentina, en su primera publicación tenían otros títulos. La aguja en el pajar, después llamado Crimen en el Barrio del Once, se publicó en el 2006, mientras que Delincuente argentino, después llamado El policía descalzo de la Plaza San Martín, se publicó en el 2007, en ambas la situación política argentina es un elemento clave.  

Crimen en el Barrio del Once se sitúa en plena dictadura de los comandantes, en la época de las desapariciones, de las continuas desapariciones. Venancio Ismael Lascano, el Perro, es comisario de la policía. El asunto se inicia por la aparición de dos cadáveres tirados. Cuando llega al lugar no hay dos sino tres. El tercero es distinto. El tercero no ha muerto con la cabeza acribillada a tiros, como los otros, sino con un disparo en el estómago. El tercero no es joven, sino viejo. El tercero, Lascano descubrirá, es el cadáver de un judío, Bieterman, un prestamista. Estamos en la dictadura, con asesinatos continuos cometidos por los milicos, pero el asesinato de Bieterman es distinto y Lascano lo descubrirá a pesar de los obstáculos en contra. Porque éste es un asesinato que lleva hacia arriba, es un asesinato cometido chapuceramente por alguien de la alta sociedad de Buenos Aires pero que tiene protección. En esta novela también hay una pregunta en paralelo y que lo une a la siguiente novela: ¿dónde están los hijos de los desaparecidos?

En El policía descalzo de la Plaza San Martín estamos en la transición, al principio de la democracia argentina con el “gordito maricón” de Alfonsín, en palabras de Giribaldi –un mayor que ya apareció en la novela anterior, ahora forzosamente retirado–, en el poder y pasando por los juzgados no sólo la junta de Comandantes, sino también algunos responsables directos de las atrocidades cometidas en la época anterior. Pero esta segunda novela nos habla del otro lado, nos habla del Topo Miranda, un ladrón de bancos de la vieja escuela, nos habla de la baja estofa. Y una de las características de estas novelas de Mallo es el preciso retrato del lenguaje, de la lengua vulgar de estos delincuentes –y en esa lengua (ni en ninguna, diríamos), en esos diálogos no hay guiones que marquen quién es el que habla–. El Topo Miranda va a salir de la cárcel y fuera no puede dejar de hacer lo que siempre ha hecho por más que su pretensión sea cuidar de sus nietos, cuando los tenga. Y lo que roba es dinero negro, mala cosa.


En ambas novelas, situadas en Buenos Aires, el Perro Lascano ejerce su labor de policía a pesar de todo, más en la primera, ya que en la segunda acaba de salir de entre los muertos y no se sabe muy bien si aún vive o no, de ahí que actúe casi en la clandestinidad, pues su protector dentro de la policía ha perdido su batalla por el poder en la institución. Y en ambas novelas el amor se le escabulle, ya por miedo ya por desconocimiento, y ése es el otro hilo conductor de las mismas. Porque para Lascano la amada siempre es un fantasma, alguien que estuvo pero no está, primero Marisa, su mujer que falleció, luego Eva, salida de no se sabe dónde, perseguida y, después de lo que le sucede al Perro, huída.

Los hombres te han hecho mal es una novela negra con todas las letras, de las buenas, de las mejores, al estilo de Cosecha roja (ver lectura) o La llave de Cristal de Hammett, es una novela negra teñida de rojo, de sangre. Y la trama que se sitúa en una época cercana a la actual le hace salir a Lascano –que ya no es policía y tiene unos sesenta años– a investigar fuera de Buenos Aires, a una ciudad turística, Mar de Plata, donde la prostitución y la corrupción que conlleva son un elemento más de esa “feliz” vida vacacional. Aquí Lascano investigará la desaparición y muerte de Amalia, la hija de su prima Sofía, poco después de haber tenido a su niña Candela. Y se encontrará con una organización muy bien establecida de prostitución y de trata de mujeres, más bien niñas. Donde no faltará en la cúspide de la pirámide el político de turno ni por debajo de él al jefe de la policía dentro de ese entramado corrupto en la que los curritos, por decirlo así, el Pescado Yancar, por ejemplo, no son ni mucho menos los más desalmados. Pero en el que nuevamente el lenguaje de estos individuos nos los hacen vivos, nos los muestran absolutamente reales, es una lengua que no se lee sino que se escucha. Todo, cómo no, acabará a tiros, con esa trama paralela de venganza entre delincuentes, hablo del Loco Romero con su pandilla y del Pescado Yancar, y el Perro Lascano será el que encienda la mecha. Pero en esa explosión final siempre hay alguien que se salva y no suele ser de los que van a la cárcel.

Y, como decíamos al principio, parece que el ciclo se cierra porque el otro hilo conductor, el contrapunto a tanta sangre, el del amor como fantasma parece que toma cuerpo real con el regreso de Eva, aunque en el amor…






2012. Los hombres te han hecho mal. Lectura

jueves, 21 de noviembre de 2013

Una novela de barrio, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



Una novela de barrio ganó el I Premio Internacional de Novela Negra RBA en el año 2007, y con todo el merecimiento. Posiblemente sea la mejor novela de Méndez, donde el ritmo no decae en ningún momento y los personajes siguen el paso de la trama –y no al revés– de venganza bien trabada, donde todos los elementos –que luego iremos enumerando– de las novelas de Méndez están presentes.

De las nueve novelas de Francisco González Ledesma sobre Méndez podríamos hacer una división en tercetos ateniéndonos a un par de factores: sus años de publicación y sus características internas. Primero estarían las tres publicadas en los años ochenta del siglo pasado –excluyo Expediente Barcelona, pues aquí Méndez no es protagonista sino actor secundario–, es decir, la primera y mejor, Crónica sentimental en rojo – ganadora del Premio Planeta allá por el año 1984– y las dos siguientes, Las calles de nuestros padres y La dama de Cachemira. Las tres ubicadas en Barcelona sin excepción, donde la personalidad de Méndez y su cinismo nacen para permanecer, ya es viejo para ser policía, ya está como apartado de las labores policiales propiamente dichas y ya ejerce como si fuese un investigador privado que se busca los casos sin que la superioridad lo autorice. 

En Crónica sentimental en rojo el argumento tiene que ver con la codicia y la mentira y hasta dónde te pueden llevar esos pecados tan característicos del ser humano. En ella se entremezclan la alta sociedad de Barcelona con las bajuras de sus calles, se enlazan los Bassegoda, muerto el padre, Oscar Bassegoda, sus herederos, la hija Blanca, su marido separado de ella, el sobrino de los Bassegoda que se crió en la casa familiar, y, por último, un periodista, Carlos Bey, encargado de administrar una parte de la fortuna para obras de caridad, y con ellos aparecerán el Richard, Ricardo Arce, recién salido de la cárcel, pero ingenuo y dado al sentimentalismo y, cómo no, las putas y travestís, Encarnación Lopez o la Susi, que van guiando a Méndez a desentrañar el engaño. Y en medio el objeto de deseo de todos la gran torre de la Vía Augusta, símbolo de su aristocracia. La trama es espesa, pero al final bien resuelta, donde se mezclan el pasado del patriarca, un hombre hecho de dinero y de mentiras, como todos los hacendados, mentiras que se heredan, por genética o por abogados, en el presente. Frente a ellos la chusma de la calle, de los barrios bajos, los que no tienen el dinero pero sí la nobleza o una cierta forma de nobleza.

El terceto del medio lo conforman Historia de Dios en una esquina, de 1991 pero reescrita para su edición del 2008, El pecado o algo parecido, ganadora del Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón, y Cinco mujeres y media, también ganadora del Premio Mystère en Francia. Excluyendo el híbrido de Historia de Dios en una esquina, las otras dos de los primeros años de este siglo presentan características parecidas. Son las que tienen más aspiraciones, podríamos decir, con una prosa aún más cuidada, incluso con algún elemento de aquella literatura experimental de los años setenta –estoy hablando de la literatura en lengua española– de los hispanoamericanos y algún que otro español como Juan Goytisolo, literatura que se atrevía a narrar en segunda persona –como en La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, entre otras–, como aquí, en Cinco mujeres y media, por ejemplo, los soliloquios de Patricia Cano. El argumento en esta novela es complejo, empieza con la violación y asesinato de una chica, Palmira Canadell por tres jóvenes pertenecientes a los bajos fondos, pero que sólo es una trama paralela a la de otras mujeres, como la ya mencionada Patricia Cano, hija de una madre que se acostaba con el vecino pudiente, o la de Marta Pino, hermana de Conrado Pino, otro hombre hecho de dinero y de extorsiones, que tiene en nómina a alguna querida de lujo, entre ellas Patricia Cano, o Eva Ferrer, la más noble, quizá, aunque “burguesita del Eixample”, viuda de un abogado y madre de un hijo autista de veinte años. Junto a ellas los malos, siempre hombres, los ya mencionados algo estúpidos delincuentes y los ambiciosos hombres de negocios, como Conrado Pino o su enemigo Oscar Madero, también dado a tener sus queridas, al que domina la envidia y la ambición a costa de los demás. Y ahí Méndez y otro de los elementos habituales en sus novelas: los asesinos profesionales, el Renglan, en este caso y, como excepción, visto al final de una forma redentora. Como redentor es el plan que esas cinco mujeres que se mencionan en el título idean para engañar a los que engañan.      

El último terceto lo forman la novela que nos ocupa, Una novela de barrio, y las dos últimas, No hay que morir dos veces y Peores maneras de morir ya en cierto modo comentadas (ver lectura). Una novela de barrio está a caballo entre sus dos precedentes y estas dos mencionadas. El ritmo, como dijimos al principio, de alguna forma ha variado, es menos prolijo y más acelerado, también la prosa, consecuentemente. Pero volvemos a encontrarnos con determinadas recurrencias. El cinismo de los diálogos, que no sólo pertenecen a Méndez, los asesinos profesionales que van surgiendo a medida que Erasmus los va contratando para matar al Miralles, el presunto asesino del Omedes, su compañero en el atraco al banco que propició hace años la muerte del hijo de tres años del ahora guardaespaldas Miralles. Y las mujeres, cuya infancia y juventud es violada, la rescatada y ahora compañera de Miralles, Eva Expósito, o las queridas y putas del ya difunto y “cabrón” Marqués de Solange, Mabel, la aún joven, y Madame Ruth, la vieja y enferma. Y la casa o torre con jardín en el barrio de Horta que éste les dejó en herencia a sus putas y que es el escenario de las persecuciones y muertes del final de la novela.      

Y Méndez sigue siendo el que no tiene edad, el paseante del barrio y el partidario de la justicia directa. Y aquí, en el final, ese deje también habitual de cierta resignación. Porque al final lo que hay siempre en las novelas de Méndez y en esta en especial es eso: una resignación ante esta vida cargada de desdichas inevitables que moldean el carácter de los personajes y de las que no pueden escapar aunque lo intenten.






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1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]

martes, 19 de noviembre de 2013

Peores maneras de morir, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



No hay vuelta de hoja, parece que al final Méndez es mortal, en contra de todas las apariencias. Al menos eso desvela la última escena de la novela, pero ya sabemos que, quizás, en el próximo capítulo…, como en los buenos seriales.

Aunque no, no puede ser, no puede ser que eso ocurra porque Méndez es intemporal, podríamos, incluso, decir eterno, pero no, lo que le define mejor es su intemporalidad.

Y es intemporal porque Ricardo Méndez en todas y cada una de las novelas de Francisco Gónzalez Ledesma, desde la primera donde aparece como protagonista, Las calles de nuestros padres, o la segunda, Crónica sentimental en rojo, que bien pudiera ser la primera, ambas se publicaron el mismo año, 1984, hasta la última, la que nos ocupa, Peores maneras de morir, de este 2013, tiene siempre la misma edad, una edad, eso sí, indefinida, ronda los sesenta y…, siempre a punto de jubilarse, en realidad se ha pasado los últimos treinta años a punto de jubilarse pero sin hacerlo, y en cierto modo es lógico, porque Méndez no podría dejar de hacer lo que hace, lo que ha venido haciendo desde que le conocemos: pasear por las calles de Barcelona, por sus calles, las de su barrio, las del barrio chino o barrio del Raval, las de toda la vida, persiguiendo siempre y llegando tarde siempre o casi siempre, y no precisamente por su edad. Y es intemporal no sólo porque en las nueve novelas y en el libro de cuentos tenga siempre los mismos años sino porque en él no hay cambio de ningún tipo, el tiempo apenas le roza, muy al contrario del barrio donde se mueve, y ahí es donde podemos encontrar una especie de evolución, no en Méndez, pero sí en su entorno. Porque a excepción de un par de novelas donde parte de la trama se desarrolla en Madrid e incluso en el extranjero, Egipto en Historia de Dios en una esquina –quizás por eso, entre otras cosas, sea la más floja de todas– o París en El pecado o algo parecido, su espacio es siempre el mismo: Barcelona; normalmente su barrio ya mencionado del Raval, la calle nueva, donde dice que vive en algún momento; el mercado de Sant Antoni, donde ponen el mercadillo de libros de segunda mano; las Ramblas; pero también se mueve por otros más alejados, el Eixample o las calles cercanas a Montjuïc, o incluso Sant Adriá del Besos, dependiendo de hacia dónde le lleven las muertes que investiga.


Y eso se hace más patente si nos atenemos a la trama de esta última novela, Peores maneras de morir, donde no sólo la ciudad ha cambiado y el espacio-tiempo social también la crisis actual, también está en la novela, sino que el caso tiene que ver con el tráfico de mujeres provenientes de los países del este de Europa y su entrada y distribución en nuestro país o en este caso en Barcelona. Y ha cambiado porque en la mentalidad mendeciana la prostitución es un elemento ineludible de su ciudad, las putas son las interlocutoras constantes, no sólo son, a veces, su confite, sino que son vecinas constantes de sus calles y de sus pisos, aunque él, desde el primer día de los tiempos sea un impotente y en ningún momento haya hecho alarde de su hombría, quizá porque no la tiene. Pero en la genealogía de Barcelona, las putas son elementos básicos, y los meublés también. Y no hay novela donde no aparezcan de una u otra forma. Porque eso, más la constante existencia de las queridas, muy a pesar de ellas, y la violencia contra la mujer por parte del hombre es otra de las constantes vitales de sus obras. Es decir, si nuestro Méndez es intemporal, la puta, con su indispensable existencia y labor, también lo es.

Pero a diferencia con otras novelas anteriores, aquí las putas no son del país y la lucha de Méndez va dirigida contra esa organización que las trae, las humilla y las maltrata. Pero para compensar de alguna forma, Méndez busca información de una antigua puta, la Patri, que por casualidad ha guardado en su casa a Eva Ostrova. La ucraniana Eva Ostrova, la nueva heroína que ha conseguido escapar de las zarpas de la organización y que buscará vengarse de sus captores con unos métodos que multiplican por mucho la violencia recibida. Lo que Méndez llama justicia directa, el mejor método y al que él nunca dará la espalda.

También la inmovilidad de Méndez, en cuanto a su apariencia, de alguien que vende ataúdes, en cuanto a carácter, su cinismo constante, en cuanto a lenguaje, vulgar, osco, de la calle, contrasta con la evolución de los casos, de temas más actuales, sobre todo en las últimas novelas, aquí el tráfico de mujeres y en la anterior, No hay que morir dos veces, por ejemplo, el de cierto terrorismo que busca masacrar indis-criminadamente. Pero no, tampoco en eso hay demasiada evolución, porque en realidad lo que lleva siempre a matar es la venganza. Y esa estará presente casi constantemente en todas sus novelas, sin ir más lejos es el leitmotiv de Una novela de barrio (ver lectura), la antepenúltima.

Pero Méndez se nos va y le echaremos de menos, porque es imposible encontrar a otro ni de lejos parecido, un policía de otro tiempo –el corrupto franquista– trasladado a éste –el corrupto democrático–, pero con sus libros de segunda mano comprados los domingos por la mañana en los puestos del mercado de Sant Antoni –que nunca parece que lee– en el bolsillo de su americana negra o gris oscura –de enterrador o, mejor, de vendedor de pompas fúnebres– y con su pistolón –Colt Python o la antigualla Colt modelo 1912–, investigando casos que no le corresponden –los suyos son “la persecución de chorizos primerizos” o “la búsqueda de bolsos de la compra desaparecidos”–, con sus cínicos diálogos con la superioridad –con su habano Montecristo diciendole: “Coño, Méndez”–, él con sus cigarrillos negros –en época, la actual, de prohibición y sus pulmones oscuros de patear las calles llenas de polución del centro de Barcelona, callejuelas oscuras, estrechas, del barrio gótico, del Raval, o las anchas de la Diagonal, del Eixample, la avenida del Tibidabo, de una Barcelona que se nos ha hecho también intemporal debido a los paseos de Méndez por sus calles, a pesar de todo.     







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1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]

sábado, 21 de septiembre de 2013

Un ciego con una pistola, de Chester HIMES

Blind Man with a Pistol (Un ciego con una pistola) se puede considerar la última novela del ciclo de Harlem, a pesar de la inacabada Plan B, protagonizadas todas ellas, excepto Run Man Run (¡Corre, hombre, corre!),  por los detectives Grave Digger Jones y Coffin Ed Johnson. Dos policías negros en un barrio de negros –Harlem– dirigidos por sus mandos blancos pero con sus Colts dispuestas a desenfundarse en cualquier momento. Porque si en Harlem te piensas un segundo de más si desenfundar o no, estás perdido, un agujero negro se hará en tu cuerpo y la sangre será la tuya.

El color en realidad es el protagonista. El color rojo de la sangre, que mana en abundancia en las calles de Harlem, el color pútrido de las callejuelas y de las casas donde vive la gente de Harlem, el color gris del humo y los distintos colores del alcohol de los clubs nocturnos, con su música, música de negros, el color de los negros, ese marrón oscuro, muy oscuro, casi negro, o claro, mestizo, mezclado. Y el color blanco, el blanco que desentona y casi siempre termina tiñéndose de rojo, manchándose del color de la sangre, que es el color de las calles de Harlem, como el color del dinero que a todo el mundo le gusta pero pocos tienen o el color del sexo que a todo el mundo le gusta como su olor, que está en todas las calles numeradas de Harlem. El olor del sexo y su color, el olor del dinero y su color.

Y en ese mundo salvaje, de sálvese quien pueda, aparecen escenas salvajes, pero en cierto modo enigmáticas, como cualquier muerte violenta, como el impresionante inicio de All Shot up (Todos muertos) con una mujer incrustada en una pared, o la muerte de Valentine Haines en la cesta donde cayó el reverendo Short cuando se celebraba un velatorio en The Crazy Kill (El extraño asesinato), o el blanco rodeado por La banda de los musulmanes, o, como aquí, en Un ciego con una pistola, donde delante de los ojos de Digger Grave Jones y de Coffin Ed Johnson aparece un negro vestido de negro con un gorro rojo corriendo con unos pantalones grises en la mano y un blanco, otro blanco, sin pantalones sin ropa interior con el culo aún más blanco que sale a perseguirle pero que tiene un tajo en el cuello de donde brota a borbotones la sangre que enseguida coagulará.

Y es que Harlem es un lugar donde no se puede escapar del negro, del color negro, a pesar de la “Hermandad” que intenta hermanar el blanco y el negro en el amor fraternal o el Jesus Chico, que es negro para enfrentarse al blanco, o el “Poder negro” en oposición al otro, al dominante, todos ellos manifestándose a la vez por las calles de Harlem, propensas a los disturbios y a una rebelión que nunca llega, y en medio la cara desfigurada por el ácido de Coffin Ed Johnson –ocurrido en la primera novela del ciclo de Harlem, For Love of Imabelle (Por amor a Imabelle), una de las mejores– y la de su compañero inseparable Digger Grave Jones, también maltratado, pero resistiendo, a pesar del fuego, de las balas, de las palabras dominantes de los blancos y de las palabras negras de los negros –con su tosca, acusatoria lengua “inglesa” imposible de traducir al español ni a ninguna otra lengua, a pesar de todas las traducciones hechas hasta ahora–.

Y el ciclo de Harlem se acaba en esta novela con el crimen del blanco sin resolver, aunque los mandos blancos hayan cerrado el caso, y con un ciego con una pistola desenfundada en el metro, después de jugar a los dados y perder su dinero, disparando a lo que se mueve. 
     
Porque en un Harlem cargado de violencia el que no dispara primero es el que primero acaba con una bala dentro.






1957. For Love of Imabelle. (Por amor a Imabelle)
1959. The Real Cool Killers. (La banda de los musulmanes)
1959. The Crazy Kill. (El extraño asesinato)
1960. The Big Gold Dream. (El gran sueño del oro)
1960. All Shot up. (Todos muertos)
1960. Run Man Run. (¡Corre, hombre, corre!) [Salen los dos policías de forma tangencial]
1966. The Heat’s on. (Empieza el calor)
1965. Cotton Comes to Harlem. (Algodón en Harlem)
1969. Blind Man with a Pistol. (Un ciego con una pistola) Lectura
1993. Plan B. (Plan B) [Novela inacabada]