No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Segundos negros, de Karin FOSSUM

Svarte Sekunder (Segundos negros) es la sexta novela de la serie, también la sexta traducida al español, si bien no se sigue exactamente el orden cronológico de su publicación en su noruego natal, que ya va por el undécimo título, pues acaba de salir Carmen Zita og doden, la última novela que tiene a Konrad Sejer como el mesurado, cercano y serio investigador y a Jacob Skarre como su perspicaz ayudante.

En Segundos negros nos volvemos a encontrar con una niña desaparecida, como ya ocurrió, por ejemplo, en Se deg ikke tilbake! (No mires atrás) –de la que ya hicimos una lectura anteriormente–. Esta vez Ida Joner tiene diez años y ha salido en su bicicleta amarilla a comprar una revista al quiosco que está a unos pocos kilómetros de su casa. Ida vive sola con su madre separada en una localidad pequeña cercana a Oslo, Glassverket. Y si algo tiene Karin Fossum es lo bien que retrata la angustia ante lo terrible en ese primer capítulo de la obra. Cómo una madre, en este caso, puede llegar a tal estado de incomprensión, perplejidad, pavor, desesperación y, en definitiva, angustia, ante lo que le puede pasar o haber pasado a un hijo o, centrándonos en la novela, a su hija Ida.

Y de ahí al sentimiento de la comunidad al enterarse de la desaparición de un niño. Cómo todos, todos, tendemos a pensar en algo terrible que tiene que ver con depravaciones sexuales y sádicos y demás dementes sexuales que las novelas, las series y películas de televisión o hasta los mismos periódicos nos inoculan, pero que en realidad es nuestro propio miedo, el que sale de nosotros mismos, el que nos posee hasta no poder pensar en otra cosa, en otras posibilidades, sino, siempre, siempre, en las más terribles, en las más angustiosas y horribles.

Y la sospecha, cómo no, siempre recae en aquellos que son algo diferentes –ocurrió ya en No mires atrás con Raymond, un chico algo retrasado– y aquí será Emil Johannes, un hombre que ronda los cincuenta años, que vive solo, que apenas habla y que siempre va con su motocarro por las carreteras de la zona. En eso Fossum es una especialista, en introducirnos dentro de esos seres que no se pueden expresar como las personas que llamamos normales, que tienen algún grado de incapacidad o simplemente de diferencia, ya sea social o psíquica, como nos encontramos en Den som frykter ulven (¿Quién teme al lobo?) con Kannick y Errki, o seres que simplemente sufren problemas depresivos y de incapacidad para vivir sin más, como en Den onde viljen –obra aún no traducida al español– o como el adolescente Johnny Beskow en Varsleren (Presagios) –ver lectura de No mires atrás–, esa época, la de la adolescencia tan extraña, tan problemática, tan incomprensible, donde la personalidad aún no está madura y la capacidad para delimitar lo que se debe hacer o lo que no, más que nunca, presenta equivocadas salidas, como Segundos negros pondrá en claro.


La novela se podría dividir en dos partes. Una primera, donde Fossum nos muestra, como hemos dicho, la angustia de la madre y los sentimientos que la desaparición de la niña genera en la comunidad, además de la incapacidad de la policía de encontrar ninguna pista sobre la desaparición. Y una segunda, donde a partir de la aparición del cadáver de Ida se produce el proceso propiamente de la investigación, a través de las pistas que ese cadáver genera y a través y, sobre todo, de las conversaciones, diálogos e interrogatorios que se van a producir a partir de ahí.
     
Y es ahí, en esos diálogos, en esas pequeñas cosas que no se dicen o que no se pueden decir y que al final van saliendo de una u otra forma a la luz, donde cobra maestría el inspector Konrad Sejer, con su paciencia, con su saber estar, con esa tranquilidad que sabe transmitir, a pesar de la intranquilidad que se respira al otro lado, en la otra vertiente, en el interrogado, en el que está de una u otra forma bajo sospecha.

Y al final lo que parecía ser una cosa es otra. Porque no todo tiene que ser producto de la vileza o de la maldad. Porque en realidad muchas de las cosas que suceden, que pasan, que se producen no tienen una voluntad que las guíe hacia allí. Simplemente pasan. Y uno tiene que vivir con ello.






1995. Evas oye. (El ojo de Eva)
1996. Se deg ikke tilbake! (No mires atrás) Lectura
1997. Den som frykter ulven. (¿Quién teme al lobo?)
1998. Djevelen holder lyset.
2000. Elskede Poona. (Una mujer en tu camino)
2002. Svarte Sekunder. (Segundos negros) Lectura
2004. Drapet pa Harriet Krohn.
2007. Den som Elster noe annet.
2008. Den onde viljen.
2009. Varsleren. (Presagios)
2013. Carmen Zita og doden

sábado, 21 de septiembre de 2013

Un ciego con una pistola, de Chester HIMES

Blind Man with a Pistol (Un ciego con una pistola) se puede considerar la última novela del ciclo de Harlem, a pesar de la inacabada Plan B, protagonizadas todas ellas, excepto Run Man Run (¡Corre, hombre, corre!),  por los detectives Grave Digger Jones y Coffin Ed Johnson. Dos policías negros en un barrio de negros –Harlem– dirigidos por sus mandos blancos pero con sus Colts dispuestas a desenfundarse en cualquier momento. Porque si en Harlem te piensas un segundo de más si desenfundar o no, estás perdido, un agujero negro se hará en tu cuerpo y la sangre será la tuya.

El color en realidad es el protagonista. El color rojo de la sangre, que mana en abundancia en las calles de Harlem, el color pútrido de las callejuelas y de las casas donde vive la gente de Harlem, el color gris del humo y los distintos colores del alcohol de los clubs nocturnos, con su música, música de negros, el color de los negros, ese marrón oscuro, muy oscuro, casi negro, o claro, mestizo, mezclado. Y el color blanco, el blanco que desentona y casi siempre termina tiñéndose de rojo, manchándose del color de la sangre, que es el color de las calles de Harlem, como el color del dinero que a todo el mundo le gusta pero pocos tienen o el color del sexo que a todo el mundo le gusta como su olor, que está en todas las calles numeradas de Harlem. El olor del sexo y su color, el olor del dinero y su color.

Y en ese mundo salvaje, de sálvese quien pueda, aparecen escenas salvajes, pero en cierto modo enigmáticas, como cualquier muerte violenta, como el impresionante inicio de All Shot up (Todos muertos) con una mujer incrustada en una pared, o la muerte de Valentine Haines en la cesta donde cayó el reverendo Short cuando se celebraba un velatorio en The Crazy Kill (El extraño asesinato), o el blanco rodeado por La banda de los musulmanes, o, como aquí, en Un ciego con una pistola, donde delante de los ojos de Digger Grave Jones y de Coffin Ed Johnson aparece un negro vestido de negro con un gorro rojo corriendo con unos pantalones grises en la mano y un blanco, otro blanco, sin pantalones sin ropa interior con el culo aún más blanco que sale a perseguirle pero que tiene un tajo en el cuello de donde brota a borbotones la sangre que enseguida coagulará.

Y es que Harlem es un lugar donde no se puede escapar del negro, del color negro, a pesar de la “Hermandad” que intenta hermanar el blanco y el negro en el amor fraternal o el Jesus Chico, que es negro para enfrentarse al blanco, o el “Poder negro” en oposición al otro, al dominante, todos ellos manifestándose a la vez por las calles de Harlem, propensas a los disturbios y a una rebelión que nunca llega, y en medio la cara desfigurada por el ácido de Coffin Ed Johnson –ocurrido en la primera novela del ciclo de Harlem, For Love of Imabelle (Por amor a Imabelle), una de las mejores– y la de su compañero inseparable Digger Grave Jones, también maltratado, pero resistiendo, a pesar del fuego, de las balas, de las palabras dominantes de los blancos y de las palabras negras de los negros –con su tosca, acusatoria lengua “inglesa” imposible de traducir al español ni a ninguna otra lengua, a pesar de todas las traducciones hechas hasta ahora–.

Y el ciclo de Harlem se acaba en esta novela con el crimen del blanco sin resolver, aunque los mandos blancos hayan cerrado el caso, y con un ciego con una pistola desenfundada en el metro, después de jugar a los dados y perder su dinero, disparando a lo que se mueve. 
     
Porque en un Harlem cargado de violencia el que no dispara primero es el que primero acaba con una bala dentro.






1957. For Love of Imabelle. (Por amor a Imabelle)
1959. The Real Cool Killers. (La banda de los musulmanes)
1959. The Crazy Kill. (El extraño asesinato)
1960. The Big Gold Dream. (El gran sueño del oro)
1960. All Shot up. (Todos muertos)
1960. Run Man Run. (¡Corre, hombre, corre!) [Salen los dos policías de forma tangencial]
1966. The Heat’s on. (Empieza el calor)
1965. Cotton Comes to Harlem. (Algodón en Harlem)
1969. Blind Man with a Pistol. (Un ciego con una pistola) Lectura
1993. Plan B. (Plan B) [Novela inacabada]

viernes, 20 de septiembre de 2013

Muerte en la escuela, de Giorgio SCERBANENCO

Duca Lamberti es un ex médico que perdió su licencia debido a que ayudó a morir a una anciana enferma de cáncer. Es decir, lo primero que sabemos de Duca Lamberti y lo primero que nos muestra Giorgio Scerbanenco sobre su personaje es un problema filosófico-moral: la eutanasia.

Y eso es lo que distingue y diferencia a Duca Lamberti y a las cuatro novelas de la serie donde él es protagonista con respecto a otras series/novelas policiacas: la capacidad de trascender los problemas sociales y legales cotidianos hacia un ámbito de ideas y de sentimientos que para determinada gente estaría fuera del lenguaje de la novela policiaca pero que Giorgio Scerbanenco arriesgadamente sabe amalgamar y que en gran medida podemos ver en I ragazzi del massacro (Muerte en la escuela).

Su originalidad radica en que mezcla dos tipos de lenguajes: el rudo y negro de la delincuencia –aunque matizado a veces por muchos eufemismos sexuales–, donde la violencia y la sangre están muy presentes, y el lenguaje cargado de un cierto transfondo filosófico y reflexivo y todo dentro de unos argumentos en general bien entramados donde el mundo de la prostitución es un lugar común.

Piazza del Duomo. Milano.
Foto: Archivo personal
Son sólo cuatro las novelas que Scerbanenco publicó con Duca Lamberti de protagonista, justo en su último periodo de producción –Scerbanenco murió en 1969 y sus cuatro novelas se publicaron de 1966 a 1969 exactamente–. En Venere privata (Venus privada) aparece por primera vez el personaje y los personajes que le ayudan y secundan: su futura pareja Livia Ussaro, el inspector y amigo de su padre Carrua y el policía que acabará siendo su compañero inseparable Mascaranti, más su hermana Lorenza y su sobrina. Lamberti acaba de salir de la cárcel y contratado para de alguna forma ayudar al hijo de un ingeniero con problemas más psicológicos que de otro tipo se ve envuelto en la investigación de la muerte de una chica Alberta Radelli que en apariencia se ha cortado las venas. La deriva terminará en un caso extraño de trata de blancas alistadas para prostituirlas en una red que envuelve a toda Europa posiblemente. Y el ex médico se convertirá en investigador si bien aún no policía. Sí que lo será pero a tiempo parcial en Traditori di tutti (Traidores a todos) donde se envuelve en una trama de mentiras con el trasfondo del tráfico de drogas y el crimen organizado como guías. El final un tanto extravagante nos lleva a una venganza que para Lamberti no deja de ser justificada.


De las cuatro será I ragazzi del massacro la mejor con diferencia, en la que Scerbanenco hace un esfuerzo por mostrarnos el lado oscuro de la sociedad donde el contexto hace que chicos adolescentes no sepan delimitar los bueno de lo malo y se vean envueltos en la violación y asesinato de su profesora Matilde Crescenzaghi. Aquí la vida personal del propio Lamberti también está más desarrollada, acentuándose con la muerte por pulmonía de su nieta de dos añitos. Los sentimientos ocupan un lugar primordial en esta novela y no sólo los personales sino los que provoca el propio crimen tan brutal e injustificable.

La cuatrilogía acaba con I milanesi ammazzano al sabato (Los milaneses matan en sábado) en un caso nuevamente de prostitución, pero también de rapto y de asesinato. En esta última novela Lamberti ya es plenamente policía y no sólo eso sino que al final de la misma también recibe de nuevo la licencia para ejercer de médico. Es decir su vida personal –vive con Livia Ussaro felizmente en su apartamento de la plaza Leonardo Da Vinci de Milán– y profesional es de alguna forma plena, no lo es el mundo en el que vive capaz de prostituir a una disminuida psíquica. Nuevamente la venganza, como ya ocurrió en la segunda novela de la serie, se convierte en la verdadera justicia ya que la justicia y en este caso los que persiguen a los culpables, los que intentan ayudar a ejercerla, siempre van por detrás y siempre llegan tarde y muchas veces ni siquiera puede llamarse como tal.         





1966. Venere privata. (Venus privada)
1966. Traditori di tutti. (Traidores a todos)
1968. I ragazzi del massacro. (Muerte en la escuela) Lectura
1969. I milanesi ammazzano al sabato. (Los milaneses matan en sábado)