Las
novelas de Anders Roslund y Börge Hellström son novelas con mensaje. No son
propiamente policiacas y sí lo son. En todas ellas la investigación dirigida
por Ewert Grens y llevada por su grupo es parte protagonista, pero no la única
y no la más protagonista, sino que el otro elemento, incluso, se convierte en
el vértice y parte vertebradora, todo el entramado de las historias parten de
este otro elemento, las historias se construyen no para que al final Grens y
los suyos triunfen y sean los mejores policías, no, eso apenas tiene valor ni
para ellos ni para las tramas, no: todo el entramado está construido para
denunciar algo, como iremos viendo al analizar sus novelas. Y ese elemento, el
de la denuncia, el del mensaje que trasladan las novelas, es lo que las
diferencia.
Y
podemos decir que esa característica procede de dos factores principalmente,
uno, de la historia propiamente dicha de la novela policiaca sueca, de la
buena, la que parte de los pioneros del género allí, la del comisario Beck de
la pareja Sjöwall & Wahlöö –ver lectura–, y, por otro lado, proviene del periodismo
–recordemos que uno de los integrantes de esta otra pareja, Roslund, es
periodista, el otro, Hellström es un exdelincuente metido en la lucha por la
reinserción de expresidiarios–, del carácter investigador del periodismo, de la
investigación que culmina en la denuncia, en la denuncia de lo que no debería
ser pero es. Y eso es lo que al final las novelas de Roslund y Hellström
consiguen: denunciar.
Pero ese
fin último no desmerece y ni mucho menos destruye el carácter novelístico de
las novelas, ni mucho menos, todo lo contrario, es decir, aunque esa finalidad
esté ahí y no se puede dejar de presenciarla, las tramas, los argumentos, el
ritmo –una característica que ya destacamos en la lectura que hicimos en su día
de Tres segundos– el ensamblaje entre los dos lados, el de los investigadores y
el de los investigados, esto es, la conjunción entre ambos está tan bien
construida, la propia estructura, el retrato de los personajes, los finales que
no tienen por qué desembocar en lo obvio, aunque confluyan hacia lo que nos
tememos, en fin, todo el conjunto nos da unas tramas poco menos que perfectas.
Edward Finnigans upprättelse –algo así como “La
reparación de Edward Finnigan”, aquí traducida como Celda número 8, siguiendo el
título de la traducción en ingles–, es la tercera novela en la cronología de la
serie del comisario Ewert Grens –como vemos en la bibliografía de abajo–
pero la cuarta que aquí se traduce de estos dos autores. Y quizá, solo quizá,
no es la mejor de todas ellas, luego analizaremos el porqué, pero, como el
resto, presenta todas las características positivas que hemos enumerado
anteriormente.
La serie empezó con Odjuret (La bestia), una novela que describe la
devastación, el sinsentido que provoca en un ser humano, primero, y en una
sociedad, después, el ataque sexual y brutal a los niños, en este caso a niñas
de apenas cinco años, hablamos de Marie, la hija de Fredrik Steffansson, aunque
la novela se inicia con la descripción del flirteo del pederasta Bernt Lund con
dos niñas de unos nueve años, Maria e Ida, y su posterior sodomización y
asesinato. Y continúa con la persecución de este pederasta antes de que vuelva
a hacerlo, como inexorablemente ocurrirá.
Aunque parte
de su desarrollo posterior nos sumerge en el mundo de la cárcel y las
relaciones poco menos que conflictivas entre los presos –ya hemos comentado el
pasado de uno de los autores, Hellström–, aspecto que también será tratado en Tre
sekunder (Tres segundos) –ver lectura– recuperando personajes como el aquí ya director
de la cárcel de Aspsås, Lenart Oscarsson, o donde aparecen otros que luego
tendrán más protagonismo en siguientes novelas, como el drogadicto Hilding
Oldéus o Jochum Lang –ligado a la historia personal de Grens–, que aparecerán
en la segunda, Box 21 (Estocolmo, Estación Central).
Como vemos, personajes y ambientes que pretenden
aportar ese grado de realidad o verosimilitud que perfectamente está conseguido
en todas las novelas, excepto posiblemente en la que nos ocupa.
Porque tanto en Estocolmo, Estación Central, que trata
del tráfico de mujeres para la prostitución desde los países bálticos hacia
Suecia o en Tres segundos donde el tema se centra en los infiltrados de la
policía dentro de las mafias, en este caso, de tráfico de estupefacientes, que
también provienen de países del Este europeo, como Polonia, en ambos, decimos,
la denuncia es evidente: uno, la facilidad y la vista gorda con la que se actúa
cuando de prostitución estamos hablando y otra la utilización de personas sin
ningún escrúpulo por parte de las autoridades y saltándose todas las reglas del
estado de derecho que hagan falta simplemente con el argumento de que es
necesario para proteger a la sociedad. Pero, con todo, el resultado no deja de
impactarnos.
En cambio, en Celda número 8, que también se mueve en
el ambiente de la cárcel, hay algo que no nos termina de encajar, y es
posiblemente el ámbito extraño, ajeno, diríamos, en el que se mueve, el del
corredor de la muerte en la cárcel de Marcusville en Estados Unidos. Porque
esta novela que se inicia con una agresión de John Schwarz a Finn Ylikoski
dentro de un Ferry durante la travesía con destino Estocolmo y que deriva en el
encarcelamiento y posterior descubrimiento de que este John Schwarz en realidad
no existe y tiene una documentación falsa, nos traslada hacia un terreno que se
nota que no es el propio, y es un terreno que la novela debe transitar porque
la intención precisamente es denunciar la pena de muerte, el ojo por ojo que
impera en algunas naciones que llamamos civilizadas.
Sede del edificio de la policía en Estocolmo |
Y es esa venganza, que ya apareció en La bestia, en
nombre de Fredrik, el padre de la niña de cinco años, o en Estocolmo, Estación
Central, a través de Lydia Grajauskas, la prostituta brutalmente apalizada por
su chulo, y que, perdida su propia identidad, decide acabar por esa misma vía,
es, decimos, el elemento que explica precisamente la instauración de la pena de
muerte en algunas sociedades, como el justo castigo que según Edward Finnigan
se merece el presunto asesino de su hija de diecisiete años, pero que les saca
a estos autores de su medio natural, podríamos decir.
Vista de Södermalm, Estocolmo Foto: Archivo personal |
Y si a eso añadimos ese plan tan perfectamente diseñado,
pero un tanto inverosimil, y, en el final, hasta rocambolesco, del funcionario
de prisiones Vernon Eriksen con el que termina la novela, entonces nos damos
cuenta de que esta, la tercera de la serie, quizá sea la más floja de todas.
Pero hasta aquí no hemos hablado de los personajes: el
extraño inspector, Ewert Grens, anclado en el pasado, en el accidente que dejó
a su pareja Anni en un estado de daño neurológico severo y permanente; ni de
Sven Sundkvist, siempre a la estela de Grens, más sensible, cuyos cumpleaños
siempre se ven enturbiados por algún caso; o la jóven Mariana Hermansson, que
aparece a partir de la segunda novela y que será la única que de alguna forma
venga a modificar en algo el comportamiento de Grens; o de otro de los
habituales, el fiscal Lars Ågestam, tan distinto al comisario, que genera los
conflictos que los distancia, aunque se necesiten, como en el final de Tres
segundos. Y no lo hemos hecho precisamente porque su presencia no entorpece
la visión del otro lado, el del conflicto, el de la historia paralela que
construye la trama, porque estos personajes la acompañan sin desmerecerla, no
ocupan su protagonismo, están al lado, para desvelarla y para mostrarla en su
justa medida, porque de eso es de lo que se trata.
2004.
Odjuret (La bestia).
2005.
Box 21 (Estocolmo, Estación Central).
2006. Edward Finnigans upprättelse (Celda número 8).
Lectura
2007. Flickan under gatan.
2009. Tre sekunder (Tres segundos). Lectura
2012. Tva soldater. Próxima Lectura