Tenemos el aroma, respiramos su perfume, asumimos su
olor, el de la rubia de ojos negros que entra en la oficina de Philip Marlowe,
nos enamoramos y emborrachamos de ella, como Marlowe, nada más entrar, porque
somos Marlowe, sentimos como Marlowe, apreciamos como Marlowe esa nariz, nada
parecida a la de Cleopatra, sino ‹‹preciosa, aristocrática›› y caemos al
mismísimo fondo de esos ‹‹ojos negros, negros y profundos como un lago de
montaña››. Y ahí nos detenemos. Hemos sentido el aroma, el olor si es que lo
tiene de Marlowe, el olor a pipa, a tabaco, al whisky en pequeñas o grandes
dosis, o al gimlet, preparado ‹‹como Dios manda››: ‹‹ginebra y zumo de lima
Rose’s en idéntica cantidad sobre hielo picado››, pero hay algo…
No es la primera vez que otro escritor se agencia un
personaje, podríamos recordar El Quijote de Avellaneda; tampoco es la primera
vez que otro autor utiliza al personaje de Philip Marlowe, sin ir más lejos podríamos
pensar en cómo Robert B. Parker usando el material inconcluso de Poodle Springs
Story la completa y termina –autorizado por los herederos de Chandler, como
también autorizó al mismo autor la secuela de El sueño eterno titulada
Perchance to Dream (ver bibliografía abajo)–. En este caso es Benjamin Black,
el que acepta la invitación de los herederos de Raymond Chandler y escribe una
novela de Philip Marlowe, como reza el subtítulo a su obra, La rubia de ojos
negros, –eso sí, utilizando a su vez un título ya usado para un cuento de la
edición homenaje del centenario de Chandler donde una serie de autores, entre
ellos el autor de ese cuento Benjamin M. Schutz, escribieron relatos cortos
siempre con Marlowe de protagonista–.
De Benjamin Black ya conocemos su serie del patólogo
Quirke –comentada aquí–. Pero ahora se ha embarcado en algo distinto, se
podría decir que es una novela por encargo, pero como los asuntos que le llegan
a Marlowe a su oficina de Cahuenga, el caso es un desafío y, como tal, hay que
tomarlo como llega y afrontarlo, aunque lo que te reporte pueda ser de todo
menos alabanzas. Y en este caso lo que llega al antedespacho puede ser o una
desdicha o una rubia de ojos negros o ambas cosas a la vez, pero el magnetismo que
no sabemos si es de los ojos de esa rubia u otro te impele –le impele–, como no
podía ser menos, a actuar.
Cronológicamente, –hablamos, claro, de la cronología
interna de la serie–, The Black-Eyed Blonde
(La rubia de ojos negros) se sitúa entre las dos últimas novelas de
Philip Marlowe, entre la novela cumbre, The Long Goodbye (El largo adiós) y la
última acabada por Chandler, Playback. Y el propio desarrollo de la trama, te
sumerge aún más en ella porque Black asume su papel y decide que no se debe
alejar demasiado del recorrido y utiliza a personajes ya salidos en El largo
adiós, pero al igual que Parker escribió su secuela de El sueño eterno, ésta,
salvando algo las distancias, también parece una secuela de El largo adiós,
aunque no exactamente.
El caso que le llega a Marlowe es buscar al amante de
Clare Cavendish, Nico Peterson, que lleva desaparecido unos dos meses, pero
como tantas veces en tantos otros casos, sus propios clientes, aquí Clare, le
cuentan menos de lo que saben, no sólo menos, sino una versión tergiversada de
la verdad, pero aún así, Marlowe asume el caso, porque a Marlowe lo que le
gusta son dos cosas: las dificultades y las mujeres, aunque en realidad ambas
pueden ser sencillamente una sola. La búsqueda de Nico Petersen, primero
muerto, después oculto, después huido, es el hilo, pero lo que se teje con ese
hilo es mucho más, y es más porque tiene que ver con la vida personal de Clare
y con su familia y tiene que ver con la vida personal del tal Petersen, aún oculto,
y con su familia, la primera, una familia adinerada o, mejor, rica, con un
emporio de perfumes, como la familia de Linda Loring en El largo adiós, y la
segunda, una familia, por decirlo así, canalla, de la que para ganarse la vida,
el padre, Canning, la hermana, menos, o el propio Nico Petersen no dudan en
dañar o perjudicar a otros, y eso, normalmente termina o debería terminar mal.
Y Black sale muy bien parado del caso en el que se ha
embarcado porque la trama, sin más, no envidia nada de las tramas de Chandler, nos
guía a través de esa primera persona de Marlowe por una serie de escenas que
son propias del detective, nos enseña de nuevo al policía Bernie Ohls, incluso,
nos lo amplifica, nos vuelve a mostrar los malos, como lo que son, asumiendo su
rol, sin miedo a la sangre y a los golpes, y a los que deberían estar en el
otro bando, también como lo que son, con sus mentiras, sus medias verdades, sus
tergiversaciones, pero también sus limitaciones, sus errores. Y ahí, la
solución de la novela no decae a pesar de alguna sorpresa final, que tiene que
ver con Terry Lennox, sí, ese ente un tanto vago, vaporoso, que era el eje
central de El largo adiós sin apenas aparecer.
Quizá si lo comparamos con otros que han intentado
embarcarse en esta tarea de crear de nuevo a Marlowe o más bien de recrear al
personaje, estamos hablando sobre todo de su antecesor en esto, Robert B. Parker,
el resultado incluso puede ser mejor, aunque éste último tuvo la ayuda en su
primera recreación, Poodle Springs Story (La historia de Poodle Springs), de
los propios papeles de Chandler, ya que este dejó escrito los primeros
capítulos de la novela, aun así a Parker debemos agradecerle esos diálogos tan
bien conseguidos, un parecido cinismo, esa misma ironía, esa ampulosidad, que
no era fácil de conseguir, sobre todo cuando hablan Linda y Marlowe ya casados
y viviendo en Poodle Springs, en esa casa donde el color que prima es el rosa,
¿cómo se puede ver a Marlowe siempre de color de rosa? Esa es la pregunta que
se planteó Chandler cuando empezó a escribir esa última novela inconclusa y que
Parker asumió al continuarla. Y decimos que puede ser mejor, a pesar del té,
porque estamos hablando de Benjamin Black (pseudónimo de John Banville), un muy
buen escritor, no sólo de novela policial –Quirke–, con un exquisito desarrollo
de los personajes, un gran mecánico para el engranaje de las tramas, un
magistral diseñador de escenarios, pero hay algo…
…hay algo –y volvemos al párrafo inicial–, que yo sobre
todo aprecio en dos características fundamentales en Chandler –como ya dije en
la lectura que hicimos de El sueño eterno–: esa extrema acidez de los diálogos,
primero, y, segundo, los símiles tan impactantes, tanto, que te golpean como si
tú fueses un puching ball y él te golpease constantemente a lo largo de la
novela con cada una de esas comparaciones, jugando contigo, divirtiéndose,
entrenando sus reflejos, su velocidad, izquierda, izquierda y zas, su derecha,
para acabar. Y esas dos cosas, más lo segundo que lo primero, aquí no terminan
de estar. Aunque sí, nos sentimos Marlowe, porque eso sí está captado,
perfectamente conseguido, excepto en el matiz de los diálogos donde falta un
poco, pero no tenemos a Chandler, no, a Chandler no –claro, es Black– y no, no
lo tenemos porque no nos termina de noquear. Zas.
Raymond Chandler (1888-1959):
1934. “Finger Man” (“El denunciante”/“El confidente”).
[Primer cuento donde aparece Philip Marlowe]
Novelas
(1) 1939. The Big Sleep (El sueño eterno). Lectura
(2) 1940. Farewell, My Lovely (Adiós, muñeca).
(3) 1942. The High Window (La ventana siniestra/La ventana alta).
(4) 1943. The Lady in the Lake (La dama del lago).
(5) 1949. The Little Sister (La hermana pequeña/La hermana menor).
(6) 1953. The Long Goodbye (El largo adiós).
(7) 1958. Playback (Playback).
1958. “The Pencil” (“El lápiz”). [Cuento. Último texto
acabado donde aparece Philip Marlowe]
1959. Poodle Springs Story (La historia de Poodle
Springs). [Basada en fragmentos de la novela inacabada de Raymond Chandler,
terminada por Robert B. PARKER y publicada en 1989]
Obras autorizadas no escritas por Raymond Chandler:
1988. Raymond Chandler’s Philip Marlowe a Centennial Celebration,
AA. VV. [Una recopilación de cuentos de varios autores protagonizados por Philip
Marlowe como homenaje en el centenario del nacimiento de Raymond Chandler,
editada por Byron Preiss]
1991. Perchance to Dream, Robert B. PARKER. [Secuela de
El sueño eterno]
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