En Nunca ayudes a una extraña, la última novela de la
serie de la Juez de Primera Instancia e Instrucción Mariana de Marco, el
protagonismo de la misma viene compartido por un nuevo personaje, el periodista
Javier Goitia, –del que no sabemos si viene para quedarse o no–. Y decimos que
comparten protagonismo porque la novela está narrada alternando capítulos en
primera persona, los de Javier Goitia, y tercera –aunque habría que añadir los
correos electrónicos (que no e-mails, término que no le gusta al autor) que
Mariana escribe a su amiga íntima Julia, la arquitecto que ha ido apareciendo
en la últimas novelas de la serie y que ahora se encuentra de viaje de negocios
en Brasil, correos que vienen a resumir tanto el progreso en la investigación
como el progreso en el enamoramiento, como luego veremos–, donde la Juez, continuamos,
como en las novelas anteriores, se convierte en el sujeto que mueve los hilos,
pero también en el objeto atentamente observado, de ahí esa tercera persona, un
narrador externo que constantemente se recrea en la belleza o, mejor, atractivo
de esta juez –que vuelve a tener 45 años como en la novela anterior a pesar de
haber pasado tres años en la cronología interna de la serie (ver bibliografía abajo)–, como también lo
hace y ya desde la primera escena los ojos curiosos de Javier Goitia.
Volvemos a estar en G…, lugar donde ejerce la Juez De
Marco, después de aquel viaje un tanto enrevesado por el Nilo que fue la novela
anterior, Muerte en primera clase, y volvemos a G… en primer lugar de la mano
de Goitia, un periodista de investigación de 54 años que se acaba de quedar sin
empleo debido a que su empresa ha cerrado, estamos en el 2004 –en concreto el 1
de julio (hay una errata en la primera página de la novela)– y el periodismo ya
no es lo que era. Goitia viene a la ciudad a pasar unos días de vacaciones con
su amigo Manolo, que regenta un bar en el centro, y ya desde la estación de
Chamartín donde coge el tren sus ojos no pueden dejar de seguir la atrayente anatomía de la Juez.
Pero esa intromisión no será la única, puesto que ya en
G… se produce un incidente en el que se ve envuelto, la aparente violación de
una mujer, Concepción Ares, y la implicación de Francisco Llorente, el hijo
juerguista de una influyente familia de la ciudad. Poco después la misma mujer
aparecerá muerta tras haber caído por la terraza de su casa. Una posible
violación y un aparente suicidio que instruirá la Juez De Marco.
Y en este contexto J. M. Guelbenzu se vuelve a recrear en
el retrato, llamémosle decimonónico, de las familias pudientes implicadas –la
alta burguesía otra vez como protagonista, algo muy dado en este autor y
también muy típico en las novelas del XIX–, la de Concepción Ares, con su padre,
el patriarca Constantino, dominante y altanero, la beata de su mujer Dorinda y
de su hijo el cura, más Gonzalito Ares, el otro hermano, vividor sí, pero
también el encargado de seguir llevando los negocios de la familia a buen
puerto. Por otro la familia del presunto violador, los Llorente, Rufino padre y
Rufino Jr., el que se sigue encargando también de los negocios de la familia,
pero que como toda buena familia tiene un garbanzo negro en ella, el tal Paco
Llorente. Y por último, la tercera en discordia, aunque en menor medida, la
familia del marido de Concepción, Tomás Sánchez-Hevia. Un matrimonio de
conveniencia, como no podía ser de otra forma.
Las presiones, pues, para que los trapos sucios salgan lo
menos posible a la luz, no dejan de llegar a la encargada de instruir el caso o
los casos, Mariana de Marco, pero como en las anteriores novelas eso no es más
que un incentivo para que ella se muestre aún más independiente. Porque el
entorno de los juzgados es el mismo que ya vivimos en El hermano pequeño (ver lectura), sigue
estando el juez decano Carbajo, como cierto enemigo de Mariana, y luego su
secretario Pelayo y el inspector Quintero, ambos de su parte, y en esta novela,
vuelve a aparecer aquel inspector un tanto extravagante, Alameda, que tuvo su
protagonismo en Un asesinato piadoso, en este caso cuando la novela se traslada
a una ciudad cercana, S… Y eso nos hace detenernos en algo que hemos ido
observando a medida que se han sucedido las novelas de la serie, el anclaje
cada vez mayor en la descripción de las ciudades, en este caso G… y S…, que
aunque el autor no quiera llamarlas por su nombre, quizá llevado por conservar el nombre de la tercera V… –es decir, como ya dijimos en la anterior
lectura, la Vetusta de Clarín, otra vez la novela decimonónica como guía– el
cariz simbólico de un lugar ficticio pero en el fondo real y existente, que,
como decimos, se describe y se muestra cada vez con mayor precisión, en las
calles y barrios, en los bares, en los restaurantes, mencionados y descritos, en las
playas y paseos marítimos…
Plaza Mayor de G..., donde se sitúa el Hotel en el que se aloja Javier Goitia |
Pero donde de verdad se observa un cambio en la novela
con respecto a las anteriores, no es en la trama, que vuelve a estar bien
llevada, sino en la injerencia del periodista. Una injerencia en la escritura,
ya hemos hablado de esa primera persona que lo pone en paralelo con Mariana en
cuanto al protagonismo de la novela y una injerencia en la trayectoria personal
de la propia Juez. Mientras en las anteriores novelas Mariana de Marco se ha
caracterizado por su predisposición por acercarse a los malos de la película,
no sólo en la investigación, que sería lo lógico, sino a introducirse en sus
escarceos amorosos en la boca del lobo, por esa atracción al mal o al peligro
de la que hablamos en el anterior comentario, ahora eso deriva en un cierto
enamoramiento progresivo que se va produciendo a medida que transcurren las
páginas de la novela y a medida que se van sucediendo los acontecimientos
investigados, investigados por ambos, en un ten con ten, que acaba como tiene
que acabar, pero claro no hacia el malo, sino hacia el bueno. Y, quizá, esa
chispa que tenían antes las novelas se ha perdido aquí, sustituida por un
entontecimiento clásico. Eso sí, el vouyerismo permanece y las escenas donde el
cuerpo de Mariana cobra todo su vigor, no dejan de estar, en este caso vistos
desde dos puntos de vista, el de siempre, el del narrador que se recrea, más
ahora el de los ojos de Goitia ya desde la primera página de la novela.
(1) 2001. No acosen al asesino. [La trama posiblemente se
sitúa en 1996-97]
(2) 2004. La muerte viene de lejos. [¿1997?]
(3) 2007. El cadáver arrepentido. [El tiempo interno se
desarrolla en 1998, aunque hay referencias a todo el desarrollo del siglo XX]
(4) 2008. Un asesinato piadoso. [Se sitúa en 1999]
(5) 2011. El hermano pequeño. [En el 2000] Lectura
(6) 2012. Muerte en primera clase. [En el 2001, justo
antes de la 2ª guerra del golfo, que se menciona explícitamente]
(7) 2014. Nunca ayudes a una extraña. [Julio de 2004]
Lectura
Acabo de leer "Las marismas" del islandés Indridalson. Ha sido una sorpresa total porque el muñeco de nieve de Nesbo es una copia absoluta de la trama, los personajes y la idea central de esa novela. Me sorprende no haber leído nada sobre este asunto.
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