Julio
Gálvez –con ese nombre– es un periodista de raza. A lo largo de sus seis
novelas más de una vez hemos leído esta misma frase. Aunque por más que se
repita hasta la saciedad, esa expresión las más de las veces, si no todas,
suena como un chascarrillo, y cómo no, si leemos las novelas escritas todas
ellas en primera persona, no podemos dejar de pensar en Gálvez con cierta
sorna, como él constantemente se toma a sí mismo. O al menos eso es lo primero
y fundamental que el autor, Jorge M. Reverte, de este periodista nos quiere hacer pensar siempre.
En algún momento leemos que no es un héroe –eso lo tenemos claro– pero que
tampoco es un antihéroe, entonces ¿qué tenemos entre manos? ¿Con quién nos
manejamos? ¿Qué hace que sigamos a este tipo –llamémosle “normal” con comillas–
durante los últimos cuarenta años de la historia política y social de España?
Porque
ese es el recorrido de Gálvez desde la primera novela, Demasiado para Gálvez,
que engañado por la revista donde trabaja se mete en la investigación de los
chanchullos de "Sérfico", una empresa ligada al sector inmobiliario pero también
especulativo, con contactos en las altas esferas del Régimen, estamos en la
antesala de la transición; hasta la última, publicada este año, Gálvez entre
los leones, donde como en la sombra también aparece el más alto cargo del
estado español de la actualidad y unos negocios financiados con dinero público
valenciano que ocultan una serie de tramas en las que se ve envuelto nuevamente
Gálvez y que le llevan hasta las praderas africanas y no precisamente para
matar elefantes.
Siguiendo
a Demasiado para Gálvez está Gálvez en Euskadi, publicado en 1983, con ETA y
sus extorsiones en su mayor auge, aunque la trama siga un curso paralelo, el
entorno no deja de estar perfectamente retratado, como luego en Gudari Gálvez,
la quinta, situada a mediados de los años dos mil, poco antes de la anterior
tregua de ETA y que refleja precisamente esa desmembración de la banda dentro
de una trama con algún elemento quizá cerca de lo inverosímil –ese hijo de
Gálvez…–. Entre medias de estas dos están Gálvez y el cambio del cambio, de
mediados de los noventa, en pleno declive y hundimiento del PSOE y de Felipe
González y todos los casos de corrupción reales y ficticios que colmaban los
periódicos en aquella época y colman los de la novela, y en uno de ellos se ve
envuelto el propio Gálvez trabajando en este caso para el periódico
autoproclamado adalid contra la corrupción política; y la siguiente, Gálvez
en la frontera, situado en el cambio de siglo y con la inmigración en un
floreciente auge y los problemas derivados: el racismo y las distintas mafias, éstas enclaustradas en guetos como el barrio de Lavapiés en Madrid.
Pero si
bien todo esto puede ser una rémora para el lector no español, porque los
problemas que se tratan están muy ligados a la vida en este país desde la
transición para acá, no lo es si nos dejamos llevar por el desenfado envolvente
de Julio Gálvez, de un periodista que en cada novela cambia de trabajo, siempre
siendo trabajos mal pagados y temporales, trabajando incluso en Gudari Gálvez
para una revista editada por una empresa que la distribuye en los tanatorios y
cuyo tema, como no puede ser otro, es el de la muerte; como también cambia de
pareja, siendo la única más o menos estable desde la segunda novela su exmujer
Maribel –aunque ahí hay una especie de desliz porque en Demasiado para Gálvez
la mujer que lo abandona se llama Ana, siendo Maribel la nueva amada– que lo
acoge constantemente en su casa cuando Gálvez no tiene a donde ir. Pero cada
novela tendrá su affaire, da igual que pasen los años, su desvalimiento y poco
atractivo siempre se ve recompensado con los favores femeninos, y con su
compañía y salvaguarda en la mayoría de los casos para resolver los conflictos.
Sara en dos ocasiones –en las dos novelas vascas–, hija de banquero, adinerada
y burguesa, Carmen cuarentona afín a las nuevas tecnologías en la novela del
cambio del cambio, Almudena, joven periodista, con la que cruzará en patera el
estrecho, en Gálvez en la frontera, y aquí, en Gálvez entre los leones, Aída,
si bien puede no ser su verdadero nombre, perteneciente al CNI, los servicios
de inteligencia españoles.
Y es que
la última novela de Gálvez se aleja un poco de las anteriores y se convierte
ante todo en una novela de aventuras, más que en una novela policiaca o de
investigación, aunque todas tengan un poco de ambas cosas. Aquí lo que hay es
una persecución, sobre todo la segunda parte de la novela cuando viajan a
África para perseguir a un cazador de leones catalán, un tal Boix, que es más
bien un cazador de dineros sin escrúpulos, y está plagada de pequeñas aventuras
hasta que consiguen “salvar” al que dijo aquello de “Perdón, me he equivocado”.
Aunque Gálvez en sí sigue siendo el mismo, pero en la sesentena, la
investigación brilla por su ausencia y sólo existe algo parecido cuando el
periodista, que ahora está en el paro, vuelve del engañoso trabajo que le había
salido en Asturias y se dedica a buscar a Bigoret, el empresario valenciano que
les había estafado.
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Vivienda de Gálvez en su cuarta entrega.
San Bernardo, 69. Madrid
Foto: Archivo personal |
Y,
volviendo a la pregunta del primer párrafo, lo que hace que sigamos, que
persigamos, a Gálvez, no sólo por Madrid, que es su lugar habitual, sobre todo
el barrio de la universidad como se llama a la zona de la calle San Bernardo,
sino también por sus escapadas vascas o catalanas o incluso por Tánger, no es
un a pesar de su enclenque personalidad, de la que todo el mundo se aprovecha o
intente aprovecharse, sino que es precisamente por eso por lo que nos situamos
en su lugar, en contra de los poderes fácticos que nos someten como a sujetos
enclenques que somos y de alguna forma nos rebelamos y buscamos con nuestros
pocos medios una forma de escabullirnos de ese poder que nos aplasta. Y eso –que
se puede trasladar a cualquier parte del planeta– es lo que hace Gálvez durante
los últimos cuarenta años, sobrevivir, que no es poco, a pesar de…
2013. Gálvez entre los leones. Lectura