No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.
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martes, 27 de enero de 2015

Prótesis, de Andreu MARTÍN




Hoy, al inicio del 2015, vamos a inaugurar una nueva sección del blog. Sí, este es un blog de lecturas de series de novelas policiacas, de detectives de novelas policiacas. Sí, no va a dejar de serlo, pero vamos a agregar algunas lecturas imprescindibles –o que creemos imprescindibles– para un buen lector de novela policiaca o negra o de misterio e intriga o de enigma, o, como quieran llamarlas. Esas novelas o cuentos –también los habrá, posiblemente– no caben dentro de una serie, porque no forman parte de ninguna, son únicas y se valen por sí mismas, es decir, son unas “fuera de serie”. Por los dos motivos que de alguna manera acabamos de sugerir: por su calidad única y por su exclusión de cualquier serie policiaca.

Primera edición de la novela en
Sedmay ediciones, 1980
Y este excursus introductorio sólo era para dar pie a la lectura de Prótesis, la novela de Andreu Martín. Andreu Martín es uno de los grandes de la novela negra o policiaca española –podríamos decir, aunque no sé cuántas veces estará ya dicho, que junto a Vázquez Montalbán (ver lectura de su serie de Carvalho), Juan Madrid (ver lectura de su serie de Toni Romano), González Ledesma (ver lectura de su serie de Méndez) y Julián Ibáñéz (próxima lectura de Novoa) podría formar un buen quinteto titular en cualquier cancha de baloncesto para bajitos (como buenos representantes de la raza), pero con pistola de largo alcance–, pero no lo vamos a decir porque ya está dicho suficientemente.

Andreu Martín
Pero lo que sí decimos –aunque ya esté dicho también suficientemente– es que para un lector de novela negra es imprescindible leer Prótesis, aunque no pertenezca a serie alguna, o precisamente por eso, por ser algo tan independiente –que no diferente, aunque también– por ser algo único y, ante todo, fuera de serie: Es una novela fuera de serie. Una novela buena donde las haya por estructura o andamiaje y complexión y por escritura o, llamémoslo, estilo, donde el protagonismo no está tanto en la investigación, puesto que apenas la hay, aunque la haya, porque el punto de vista está fijo en la parte oscura de el Migue o el Dientes, como él quiere que le llamen ahora, a pesar de que en la segunda parte sí haya unos policías que investigan ese robo a un furgón blindado que es el punto de inflexión de toda la novela.

Porque antes –la novela está dividida en dos partes– la obra nos va sumergiendo en los antecedentes, no del robo, que también, sino del protagonista, de Miguel Vargas Feinoso, alias el Migue, antes el Gachí, ahora el Dientes, en cómo ha llegado donde ha llegado, no a planificar un robo, esa es la excusa, o a perpetrarlo, no, sino a buscar venganza, ha llegado la hora de devolver a el Gallego, ese que le dejó la cara deformada y llena de cicatrices, y, sobre todo, ese que le dejó sin dientes, los que tiene son una prótesis –de ahí el título– que mira todas las mañanas cuando está acostado, y sus dientes, es decir, los dientes que ahora lleva, se encuentran sumergidos en un vaso de cristal, con agua y una pastilla de Corega Tabs. Esos dientes, dientes de sonrisa de calavera, son la imagen obsesiva de todos los días, que no le dejan olvidar, y el motivo de todos los hechos posteriores, porque el robo del furgón blindado, decíamos, es sólo la excusa para enfrentarse, ahora sí, en igualdad de condiciones con el Gallego, aquel policía, ahora simplemente es un guarda de seguridad metido en un furgón blindado, aquel policía que le dejó mirando todas las mañanas la sonrisa de calavera.  




Y que se cargó al Cachas, de un disparo que le hizo saltar un ojo, mientras huían, el Cachas y el Migue, de el Gallego y de los otros policías, y que se cargó no sólo a el Cachas de un disparo que le hizo saltar un ojo –imagen recurrente (otra) que tiene el Migue, ahora el Dientes, metida en la cabeza– sino que se cargó con ello la pandilla de el Cachas, aquella que formaban el Cachas, el Chava, el Marujo y el Migue. Y que se llevó por delante, luego, después, en el interrogatorio, los dientes del Migue y con los dientes le destrozó la cara y le destrozó la vida. Porque no fue tanto el que posteriormente, después de aquello, se pasase sus años en la cárcel, y fuese la chica del Caro, porque el Caro se portó bien con él, tanto en la cárcel como al salir de ella, no, no, lo que pasó es que sin los dientes, lo único que ocupa la vaciedad de sus existencia, el hueco de los dientes sólo lo rellena la prótesis de la venganza, porque para lo único que vive el Migue, ahora el Dientes, es para saldar cuentas con el Gallego; el Gallego, que después de aquello tampoco volvió a ser el mismo, porque aquello también fue un antes y un después para él, le expulsaron del cuerpo e, incluso, estuvo internado, porque para el Gallego, su actual existencia, como guarda de SEGURTRANS, ha dejado también de tener sentido, y se da cuenta, mientras se produce el robo y reconoce a el Migue que todo puede volver a ser como antes.

Y eso, el final, los angustiosos días finales, revolcado en la mierda, en ese piso de alquiler, que le sirve de guarida y de pocilga después del robo, junto a la Nena –la Nena, que de algún modo, también formó parte de la cuadrilla del Cachas en aquellos tiempos–, esos angustiosos días, decimos, hasta ese reencuentro, que el Migue lleva esperando toda su vida desde aquello y que el Gallego, de alguna forma, también lo espera, como una catarsis, como un resurgir de lo que fue pero que ya no es, esos días, donde los policías Sevilla y, sobre todo, Correa se huelen algo raro, algo que no encaja en todo ese tinglado del robo del furgón blindado, esos días son sólo el anticipo del enfrentamiento, porque toda la novela nos empuja hacia allí, hacia ese final. Un final negro de violencia extrema. Un final que sólo destella por la inocente sonrisa de la Nena cerrando el círculo.

Acabamos: esto es sólo un resumen-comentario de una de las mejores novelas negras escritas en España. Léanla, por favor, por favor, léanla. Y verán. Ahora deberían venir todos aquellos calificativos que incitan la lectura, todos esos que aparecen en las contraportadas de los libros o en las reseñas que nos anticipan las novedades. Pero no, esto no es una novedad ni necesita de calificativos altisonantes. Esta es una novela de hace exactamente 35 años, pero ¿y qué? Cuando algo merece la pena, no importa la edad o sí, quizá, como los buenos vinos… En fin, Andreu Martín es uno de los grandes y esta novela es la más grande que ha escrito –no hemos podido evitarlo. Fuera de serie.   




Bibliografía de Andreu Martín (sólo libros de novela negra y policiaca)


1979. El señor Capone no está en casa.
1979. Aprende y calla.
1980. A navajazos.
1981. La otra gota de agua.
1982. Por amor al arte.
1983. Si es no es.
1984. El caballo y el mono.
1984. Amores que matan, ¿y qué?
1986. El día menos pensado.
1987. La chica que lo enseñaba todo.
1987. Crímenes de aficionado.
1988. Barcelona Connection.
1988. A martillazos.
1988. El que persigue al ladrón.
1990. Lo que más quieras.
1990. Jesús en los infiernos.
1992. El hombre de la navaja.
1994. Por el amor de Dios.
1995. Jugar a matar.
1998. Vainqueurs et cons vaincus.
2000. Bellísimas personas.
2002. Juez y parte.
2002. Los miedos de la ciudad sin miedo.
2002. Schneken mit Kaninchen (Conejo con caracoles).
2002. Corpus Delicti.
2003. Guerra ciega.
2004. Asalto a la Virreina. (Junto a Carlos Quilez)
2005. Con los muertos no se juega. (Junto a Jaume Ribera)
2005. La clave de las llaves. (Junto a Jaume Ribera)
2005. Impunidad. (Junto a Verónica Vila-San-Juan)
2006. La monja que perdió la cabeza. (Junto a Jaume Ribera)
2006. Piel de policía. (Junto a Carlos Quilez)
2006. El blues del detective inmortal.
2007. El blues de la semana más negra.
2007. Si hay que matar, se mata. (Junto a Jaume Ribera)
2007. De todo corazón.
2009. El blues de la ciudad inverosímil.
2009. El blues de una sola baldosa.
2011. El cómo del crimen. (Junto a Jaume Ribera)
2012. La vida es dura.
2013. Sociedad negra.
2014. Les escopinades dels escarabats no arriben al setè soterrani del pedestal on s’aixeca la meva estàtua.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Los mares del sur, de Manuel VÁZQUEZ MONTALBÁN




Lectura 1 (de Tatuaje a Los pájaros de Bangkok)


Normalmente cuando alguien hace un comentario de nuevo sobre las novelas de Manuel Vázquez Montalbán y en concreto sobre alguna de las novelas de la serie de Carvalho es porque se cumple alguna efeméride. No sabemos por qué, pero esto es así. Es decir, ahora podríamos decir que esta lectura viene al caso porque este año se cumplirían los 75 años de Vázquez Montalbán o los 75 de Pepe Carvalho, porque según los datos que aparecen en las novelas también Carvalho nació en 1939. o –seguimos– se cumplirían los 35 años de la consagración de la serie con la concesión del premio Planeta a esta novela que nos ocupa, Los mares del sur, o… Pero no, no es el caso. Esta lectura no viene al caso de nada. Es simplemente una lectura que se le debía o se le debe a uno de los mejores escritores de novela negra –y no nos limitamos a ninguna nacionalidad–, y en un blog de novela negra no puede faltar, sin más.

Y como este blog tiene la maldita costumbre de leerse o intentar leerse todos los libros de las series correspondientes para intentar encontrar un hilo que los una –que no siempre existe– y porque, si uno empieza una serie, hay algo que le impulsa a no abandonarla –si la serie lo merece, claro–, pues, como no podía ser menos, vamos a intentar llevarlo a cabo con la serie de Carvalho.

Y para esta ocasión, al ser quince las novelas, a las que se uniría esa primera que no es la primera –luego justificaremos por qué decimos esto– de Yo maté a Kennedy y además una serie de cuentos donde el protagonista también es Carvalho, vamos a dividir las lecturas. Así haremos una primera lectura desde Yo maté a Kennedy –sí, la incluimos, aunque sólo sea para descartarla– hasta Los pájaros de Bangkok, es decir –ver bibliografía abajo– hasta la quinta. E intentaremos dedicar tres lecturas más que distribuiremos como sigue: lectura 2: de La rosa de Alejandría a Roldán, ni vivo ni muerto; lectura 3: de El premio a la última, Milenio Carvalho II: En las antípodas; y, por último, intentaremos hacer una lectura global de los cuentos de Carvalho, cuyos volúmenes sueltos detallamos en la bibliografía, aunque ya han aparecido agrupados en alguna edición.


Porque esa es otra, Vázquez Montalbán y en concreto Carvalho ha sido extraordinariamente beneficiado por los dioses de las ediciones, hay muchas, muchísimas ediciones de sus obras, en los últimos años ha vuelto a aparecer otra edición de sus novelas de la serie agrupadas por temática parece ser y, por tanto, si alguien está dispuesto a seguir leyendo a Carvalho no tiene más que recurrir a las librerías de libro nuevo y si es un poquito más ahorrador a las librerías de libros de segunda mano y se encontrará con todo el arsenal de las ediciones de las novelas de Carvalho –personalmente la edición que me gusta es la Serie Carvalho de Planeta, unos libros negros con la foto de Vázquez Montalbán encima del título y fotografías más que contundentes debajo, aunque si no estoy equivocado la serie no se llegó a completar, le faltan los cuatro o cinco últimos títulos–.


Pero empecemos, después de este largo, larguísimo excursus, como si tuviésemos que justificarnos, en fin…

La primera aparición de Carvalho es en Yo maté a Kennedy, como ya hemos dicho, pero aquí ni es detective privado ni es el protagonista y, algo aún más importante, el estilo, mientras las novelas de Carvalho son la típica novela naturalista de serie negra, con sus matices, claro, ésta de Yo maté a Kennedy es una novela experimental muy dada en la época de su publicación dentro de la literatura española, que ya había empezado con la moda allá por los primeros 60 con Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos, pero a las que habría que añadir las de Juan Goytisolo y otros, y ésta misma de Vázquez Montalbán.

Donde sí se inicia la serie es en Tatuaje en la que un Carvalho de treinta y siete años aparece así retratado: “hombre alto, moreno, treintañero, algo desaliñado a pesar de llevar ropas caras de sastrería del Ensanche…”, y posteriormente en diálogo con Teresa Marsé, una de las amantes del asesinado del tatuaje –que luego también aparecerá en Los pájaros de Bangkok– se define como “un ex poli, ex marxista y gourmet”. Y aquí tenemos al Carvalho retratado por sí mismo que aparecerá en sus novelas. Por tanto, ya tenemos lo principal. Pero también está su relación con Charo, una prostituta de clientes fijos que no hace la calle, una relación que mantendrá a lo largo de las novelas, y el trato con su confidente el Bromuro, que también será continuado, pero todavía no con Biscuter, su fiel cocinero y secretario, ex convicto, que vivirá en su oficina de la Rambla de Santa Mónica, pero que aparecerá en la siguiente, La soledad del manager. Sólo nos falta por ahora, el abogado Enric Fuster, el vecino comensal con el que se da esas comilonas impresionantes que también va describiendo a lo largo de las novelas.

La trama de Tatuaje se presenta por la aparición en la playa, desnudo, de un cuerpo de un joven con un tatuaje en la piel y la contratación de Carvalho por parte del gerente de una peluquería para descubrir la identidad de ese joven. Las pesquisas le llevan a otro elemento que es una constante en sus novelas, el viaje, en este caso a Amsterdam, para descubrir los antecedentes de ese joven desconocido –mucho se ha hablado de la serie de Carvalho como la plasmación perfecta de Barcelona, que lo es, pero se obvio que una característica señera de la misma es la presentación de otros lares, como huyendo precisamente de éste–. El viaje, decimos, es algo habitual, aunque ni en La soledad del manager ni en la siguiente, Los mares del sur, se dé explícitamente, aunque sí se da de alguna forma. En La soledad del manager está presente en los flashback, en los recuerdos de la juerga que se corrieron en San Francisco y Las Vegas, Carvalho, cuando aún era agente de la CIA, junto a los dos muertos de la novela, el manager de la Petnay, Antonio Jaumá, y un inspector de la misma, el alemán Rhomberg. Jaumá es encontrado asesinado con unas bragas de mujer en el bolsillo y Carvalho será contratado por la viuda de Jaumá porque no se cree que todo se daba a un asunto de faldas. También el viaje está presente en Los mares del sur, aunque en este caso son dos viajes, uno ideal o idealizado a esas islas maravillosas del sur asiático y otro al barrio periférico de San Magín, realizado precisamente por el constructor del mismo y protagonista muerto que propicia el caso, Stuart Pedrell. Ese viaje, pues, está presente de forma simbólica de múltiples maneras. También aparece en las dos siguientes, si bien en la que sigue, Asesinato en el Comité Central, el viaje es a Madrid, y a las entrañas del que fuera su partido político, el PCE, el partido comunista, para investigar la muerte de su líder, Fernando Garrido, en plena asamblea del partido. Viaje éste al interior político del comunismo español y viaje físico a las calles del Madrid más céntrico. Y, por último, un viaje esta vez no simbólico a Tailandia, en Los pájaros de Bangkok, para encontrar a Teresa Marsé –ya mencionada–, huida junto a su nuevo amante, Archit, un gigoló de Bangkok dedicado al pequeño trapicheo al que se le ha ido la mano, y perseguida por eso por uno de los capos de la ciudad, Jungle Kid.

Al pinchar se observa la Rambla de Santa Mónica,
donde tiene la oficina Carvalho

En fin terminamos este comentario que se ha alargado demasiado, si algo tiene la serie de Carvalho, y Los mares del sur es un exponente excepcional, es su capacidad para trasladarnos, es decir, para dirigirnos, para llevarnos con él, sin que nos demos cuenta o sí –y ahí está la excelencia– hacia territorios físicos, simbólicos, ya políticos o sentimentales ya emotivos e ideológicos que transitamos encantados a pesar de que lo que perseguimos sea quizá lo peor de todo, el dolor que provoca el desvelamiento, y aquí empleamos la expresión en su sentido etimológico de quitar el velo, que es lo que significaba desde los griegos la palabra verdad.       






(0) 1972. Yo maté a Kennedy. [Aparece Carvalho como agente de la CIA]

(1) 1975. Tatuaje.
(7) 1986. El balneario.
(10) 1993. Sabotaje olímpico.
(12) 1996. El premio.


Libros de relatos o relatos donde aparece Carvalho:

1997. "La muchacha que pudo ser Emmanuelle". [Incluido en Cuentos negros, 2011]

viernes, 9 de mayo de 2014

La marca del meridiano, de Lorenzo SILVA





Si hay una característica que tengan en común el Brigada de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua y el pergeñador del mismo, autor Lorenzo Silva, esa es sin lugar a dudas la minuciosidad con la que uno se toma y desmenuza los casos y el otro los describe y desarrolla los argumentos. Y esa cualidad se ha ido acentuando a medida que avanzaban las novelas que el primero protagoniza y el segundo escribe, sobre todo a partir de la tercera de la serie. Y a eso se añade el esquema autoimpuesto por el autor de que todas las novelas tengan sus veinte capítulos –aunque en las dos últimas cierre con un epílogo que es otro capítulo más– y que sea precisamente ahí, en el último, donde tanto en el título del capítulo como en el interior del mismo encontremos el título de cada una de las novelas, a veces, incluso, llega al extremo de que ese mismo título aparezca en la última frase de la obra, como ocurre en El lejano país de los estanques, La niebla y la doncella y La reina sin espejo.

Seis novelas hasta ahora –aunque ya está anunciada la séptima de próxima lectura, ver bibliografía– forman la serie del perenne brigada Rubén Bevilacqua y de la sargento Virginia Chamorro, ambos investigadores de homicidios de la unidad central de la Guardia Civil. Seis novelas que suponen dentro de la cronología interna de la serie entre trece y catorce años transcurridos desde El lejano país de los estanques, donde Bevilacqua o Vila, para abreviar y no confundir, tiene 35 años y todavía es sargento, y donde la guardia primera Chamorro es una investigadora primeriza de apenas 24 años, hasta La marca del meridiano donde frisan uno el medio siglo y la otra se acerca al final de la década de los treinta. Y en ese interin, hemos ido conociendo, sobre todo en esta última novela como veremos, las vicisitudes personales de ambos personajes. Rubén, divorciado y con un hijo, aunque de esto la primera noticia que tengamos se produzca en la tercera de la serie, La niebla y la doncella, donde también presenciamos uno de los escasos episodios personales de Virginia, cuando abandona a un violento novio antidisturbios. Porque aunque aparezcan, siempre están en un segundo plano, ya por su escasa vida personal, ambos son tendentes a una vida tirando a solitaria, ya por que lo que en realidad llena su vida son los casos de los que se encargan, que terminan por absorber casi todo el tiempo del que disponen. Y eso tiene que ver con el puesto que ocupan en la unidad central de la Guardia Civil que les obliga a estar dispuestos a desplazarse a cualquier lugar de la geografía española, si es allí donde les reclaman.

Así –y este es otro elemento a resaltar en las novelas–, los lugares también toman un lugar destacado en cada caso, el primero transcurre en Mallorca, aunque la muerta, la bella Eva Heydrich, sea austriaca y a ello se refiera el título de la novela, El lejano país de los estanques –patria de Freud, citado junto a otros psicoanalistas o psicólogos por Bevilacqua, recordemos sus estudios de psicología, antes de ser guardia civil–, pero todo empieza y termina en la isla balear. Allí entre el lujo y la buena vida de los yates y las discotecas mallorquinas, sin olvidarnos de las playas, se desarrolla una trama donde las relaciones de pareja nunca son convencionales, y lo que pudiera en un principio ser un crimen por encargo se convierte al final en una rocambolesca historia de pasiones cruzadas y de casualidad.


El alquimista impaciente, en cambio, transcurre entre cierta zona de la alcarria de Guadalajara, donde hay una Central nuclear, y donde trabaja la víctima, el ingeniero Trinidad Soler, y Madrid. En este caso la doble vida del muerto es el elemento que se va destapando a medida que avanza la novela, y que termina por descubrirnos las malas artes empresariales como las culpables sin escrúpulos a la hora de competir por el euro. También en Madrid y en un pueblo de su provincia, Ciempozuelos, transcurrirá la quinta –y estamos dando un salto–, La estrategia del agua. Quizá es en cierto modo la más anómala, ya que el caso casi está resuelto desde el comienzo, a pesar de que las primeras pesquisas apunten a un asunto de drogas, porque de lo que se trata aquí no es tanto el descubrimiento del malo o la mala, sino de lo injusta que es la justicia y de las trampas que se le pueden poner, y más cuando se trata de un caso de la custodia de un hijo. Quizá sea una novela ideológicamente partidista, no en vano el propio Bevilacqua está divorciado y tiene un hijo, aunque ya cerca de los dieciocho años, pero la minuciosidad que hemos resaltado como la característica más importante de este autor y personaje aquí es llevada al extremo. El caso en sí se resuelve en apenas cinco días, de miércoles a lunes y, en una novela de algo más de 400 páginas, al primer día del caso se le dedican las primeras 182. Pero la muerte, por medio de un asesino profesional, de Óscar Santacruz no quedará impune y su hijo, de tan solo ocho años, vivirá sabiendo quién ha sido el culpable.

Retrocedemos a la tercera, La muerte y la doncella y volvemos a una isla, en este caso canaria, La Gomera, con el contraste entre su zona semidesértica y su selva de Laurisilvas, y nos encontramos con que Bevilacqua tiene que recuperar y resolver un caso que en su día no quedó del todo claro y donde hubo un juicio del que el presunto culpable salió inocente. La muerte de Ivan, un chico de veinte años, hijo de una madre un tanto extravagante, Margarethe van Amsberg, y metido en líos de drogas, se quedó en el aire cuando se exculpó al principal sospechoso, el político canario Goméz Padilla. Pero lo que de verdad nos encontramos en la obra es una trama de corrupción que envuelve a la propia Guardia Civil –motivo, el de la corrupción dentro del cuerpo, que volverá a aparecer en la novela que nos ocupa– y también uno de los escasos escarceos amorosos del irónico Rubén con la cabo Anglada destinada allí, en Canarias, y antigua compañera de Virginia.

Un pueblo zaragozano y Barcelona serán los paisajes que nos encontremos en La reina sin espejo, y será también la novela donde aparecerá por primera vez aquel subteniente Robles, que será el asesinado en La marca del meridiano, pero que aquí simplemente funciona para el reencuentro con su pasado de Bevilacqua ya que estuvo destinado durante tres años en Barcelona y Robles ejerció de maestro y cicerone. Pero en realidad la trama se aleja un tanto de esto, que se desarrollará muy ampliamente en nuestra novela, y nos sumerge en un asunto oscuro de una red de prostitución que sólo se descubrirá muy avanzada la novela y unas relaciones de pareja algo fuera de lo normal, pues la muerta, la presentadora de televisión, Neus Barutell y su marido, el escritor Gabriel Altavella, tienen, estando juntos, unas vidas sexuales totalmente independientes. Y de ahí viene el primer acercamiento al caso que en realidad es un cierto alejamiento. No podemos dejar de destacar las constantes referencias literarias con las que se juega en la obra y que tienen su culminación en el carácter simbólico de Alicia a través del espejo

Decimos que esta novela, siendo totalmente independiente, es como una anticipación de la última –hasta el momento–, La marca del meridiano, porque una serie de personajes se repiten, por ejemplo el mosso d’esquadra Riudavets, y, sobre todo, se desenmascara aquel secreto de la vida personal de Bevilacqua, que aquí está anunciado o, más bien, apenas sugerido. Porque La marca del meridiano aparte del descubrimiento de por qué han matado y antes torturado al ahora ya jubilado subteniento Robles, es el descubrimiento de esa vida pretérita, que le ha hecho como es, de aquel incipiente investigador Bevilacqua por las calles de Barcelona –aunque en el presente la novela también se mueva por La Rioja y Cantabria. Como en una novela anterior, La niebla y la doncella, esta también habla de la corrupción dentro del propio cuerpo de la Guardia Civil, pero sólo como metonimia de la corrupción que dentro de nosotros mismos también se da, un demonio o un animal, como se le llama en la novela, que algunos no pueden dominar y otros sólo mal que bien.

Castelldefels, localidad al sur de Barcelona
donde transcurre parte de la trama.

Por último sólo mencionar dos elementos que no quiero dejar sin comentar, los diálogos se sostienen constantemente por la propia idiosincrasia irónica de Ruben, pero esos diálogos sin un gran interlocutor, Virginia, no se sostendrían y no se sostendría ninguna de estas novelas. Todas ellas están hechas a través de ellos, como así se construyó el Quijote. Por eso, posiblemente, las relaciones de pareja no tienen por qué ser siempre del mismo modo, de ahí que aquí, como no podía ser de otro modo, haya una relación de pareja y como se observa en una de las últimas escenas en una playa barcelonesa, una relación de pareja donde los protagonistas se funden en un abrazo que supone, quizá, que esta sea una batalla ganada y no perdida como aquella última del ingenioso hidalgo.







2004. Nadie vale más que otro. [Cuatro relatos]
2013. "Antes de los dieciséis". [Relato online] 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Una novela de barrio, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



Una novela de barrio ganó el I Premio Internacional de Novela Negra RBA en el año 2007, y con todo el merecimiento. Posiblemente sea la mejor novela de Méndez, donde el ritmo no decae en ningún momento y los personajes siguen el paso de la trama –y no al revés– de venganza bien trabada, donde todos los elementos –que luego iremos enumerando– de las novelas de Méndez están presentes.

De las nueve novelas de Francisco González Ledesma sobre Méndez podríamos hacer una división en tercetos ateniéndonos a un par de factores: sus años de publicación y sus características internas. Primero estarían las tres publicadas en los años ochenta del siglo pasado –excluyo Expediente Barcelona, pues aquí Méndez no es protagonista sino actor secundario–, es decir, la primera y mejor, Crónica sentimental en rojo – ganadora del Premio Planeta allá por el año 1984– y las dos siguientes, Las calles de nuestros padres y La dama de Cachemira. Las tres ubicadas en Barcelona sin excepción, donde la personalidad de Méndez y su cinismo nacen para permanecer, ya es viejo para ser policía, ya está como apartado de las labores policiales propiamente dichas y ya ejerce como si fuese un investigador privado que se busca los casos sin que la superioridad lo autorice. 

En Crónica sentimental en rojo el argumento tiene que ver con la codicia y la mentira y hasta dónde te pueden llevar esos pecados tan característicos del ser humano. En ella se entremezclan la alta sociedad de Barcelona con las bajuras de sus calles, se enlazan los Bassegoda, muerto el padre, Oscar Bassegoda, sus herederos, la hija Blanca, su marido separado de ella, el sobrino de los Bassegoda que se crió en la casa familiar, y, por último, un periodista, Carlos Bey, encargado de administrar una parte de la fortuna para obras de caridad, y con ellos aparecerán el Richard, Ricardo Arce, recién salido de la cárcel, pero ingenuo y dado al sentimentalismo y, cómo no, las putas y travestís, Encarnación Lopez o la Susi, que van guiando a Méndez a desentrañar el engaño. Y en medio el objeto de deseo de todos la gran torre de la Vía Augusta, símbolo de su aristocracia. La trama es espesa, pero al final bien resuelta, donde se mezclan el pasado del patriarca, un hombre hecho de dinero y de mentiras, como todos los hacendados, mentiras que se heredan, por genética o por abogados, en el presente. Frente a ellos la chusma de la calle, de los barrios bajos, los que no tienen el dinero pero sí la nobleza o una cierta forma de nobleza.

El terceto del medio lo conforman Historia de Dios en una esquina, de 1991 pero reescrita para su edición del 2008, El pecado o algo parecido, ganadora del Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón, y Cinco mujeres y media, también ganadora del Premio Mystère en Francia. Excluyendo el híbrido de Historia de Dios en una esquina, las otras dos de los primeros años de este siglo presentan características parecidas. Son las que tienen más aspiraciones, podríamos decir, con una prosa aún más cuidada, incluso con algún elemento de aquella literatura experimental de los años setenta –estoy hablando de la literatura en lengua española– de los hispanoamericanos y algún que otro español como Juan Goytisolo, literatura que se atrevía a narrar en segunda persona –como en La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, entre otras–, como aquí, en Cinco mujeres y media, por ejemplo, los soliloquios de Patricia Cano. El argumento en esta novela es complejo, empieza con la violación y asesinato de una chica, Palmira Canadell por tres jóvenes pertenecientes a los bajos fondos, pero que sólo es una trama paralela a la de otras mujeres, como la ya mencionada Patricia Cano, hija de una madre que se acostaba con el vecino pudiente, o la de Marta Pino, hermana de Conrado Pino, otro hombre hecho de dinero y de extorsiones, que tiene en nómina a alguna querida de lujo, entre ellas Patricia Cano, o Eva Ferrer, la más noble, quizá, aunque “burguesita del Eixample”, viuda de un abogado y madre de un hijo autista de veinte años. Junto a ellas los malos, siempre hombres, los ya mencionados algo estúpidos delincuentes y los ambiciosos hombres de negocios, como Conrado Pino o su enemigo Oscar Madero, también dado a tener sus queridas, al que domina la envidia y la ambición a costa de los demás. Y ahí Méndez y otro de los elementos habituales en sus novelas: los asesinos profesionales, el Renglan, en este caso y, como excepción, visto al final de una forma redentora. Como redentor es el plan que esas cinco mujeres que se mencionan en el título idean para engañar a los que engañan.      

El último terceto lo forman la novela que nos ocupa, Una novela de barrio, y las dos últimas, No hay que morir dos veces y Peores maneras de morir ya en cierto modo comentadas (ver lectura). Una novela de barrio está a caballo entre sus dos precedentes y estas dos mencionadas. El ritmo, como dijimos al principio, de alguna forma ha variado, es menos prolijo y más acelerado, también la prosa, consecuentemente. Pero volvemos a encontrarnos con determinadas recurrencias. El cinismo de los diálogos, que no sólo pertenecen a Méndez, los asesinos profesionales que van surgiendo a medida que Erasmus los va contratando para matar al Miralles, el presunto asesino del Omedes, su compañero en el atraco al banco que propició hace años la muerte del hijo de tres años del ahora guardaespaldas Miralles. Y las mujeres, cuya infancia y juventud es violada, la rescatada y ahora compañera de Miralles, Eva Expósito, o las queridas y putas del ya difunto y “cabrón” Marqués de Solange, Mabel, la aún joven, y Madame Ruth, la vieja y enferma. Y la casa o torre con jardín en el barrio de Horta que éste les dejó en herencia a sus putas y que es el escenario de las persecuciones y muertes del final de la novela.      

Y Méndez sigue siendo el que no tiene edad, el paseante del barrio y el partidario de la justicia directa. Y aquí, en el final, ese deje también habitual de cierta resignación. Porque al final lo que hay siempre en las novelas de Méndez y en esta en especial es eso: una resignación ante esta vida cargada de desdichas inevitables que moldean el carácter de los personajes y de las que no pueden escapar aunque lo intenten.






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1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]

martes, 19 de noviembre de 2013

Peores maneras de morir, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



No hay vuelta de hoja, parece que al final Méndez es mortal, en contra de todas las apariencias. Al menos eso desvela la última escena de la novela, pero ya sabemos que, quizás, en el próximo capítulo…, como en los buenos seriales.

Aunque no, no puede ser, no puede ser que eso ocurra porque Méndez es intemporal, podríamos, incluso, decir eterno, pero no, lo que le define mejor es su intemporalidad.

Y es intemporal porque Ricardo Méndez en todas y cada una de las novelas de Francisco Gónzalez Ledesma, desde la primera donde aparece como protagonista, Las calles de nuestros padres, o la segunda, Crónica sentimental en rojo, que bien pudiera ser la primera, ambas se publicaron el mismo año, 1984, hasta la última, la que nos ocupa, Peores maneras de morir, de este 2013, tiene siempre la misma edad, una edad, eso sí, indefinida, ronda los sesenta y…, siempre a punto de jubilarse, en realidad se ha pasado los últimos treinta años a punto de jubilarse pero sin hacerlo, y en cierto modo es lógico, porque Méndez no podría dejar de hacer lo que hace, lo que ha venido haciendo desde que le conocemos: pasear por las calles de Barcelona, por sus calles, las de su barrio, las del barrio chino o barrio del Raval, las de toda la vida, persiguiendo siempre y llegando tarde siempre o casi siempre, y no precisamente por su edad. Y es intemporal no sólo porque en las nueve novelas y en el libro de cuentos tenga siempre los mismos años sino porque en él no hay cambio de ningún tipo, el tiempo apenas le roza, muy al contrario del barrio donde se mueve, y ahí es donde podemos encontrar una especie de evolución, no en Méndez, pero sí en su entorno. Porque a excepción de un par de novelas donde parte de la trama se desarrolla en Madrid e incluso en el extranjero, Egipto en Historia de Dios en una esquina –quizás por eso, entre otras cosas, sea la más floja de todas– o París en El pecado o algo parecido, su espacio es siempre el mismo: Barcelona; normalmente su barrio ya mencionado del Raval, la calle nueva, donde dice que vive en algún momento; el mercado de Sant Antoni, donde ponen el mercadillo de libros de segunda mano; las Ramblas; pero también se mueve por otros más alejados, el Eixample o las calles cercanas a Montjuïc, o incluso Sant Adriá del Besos, dependiendo de hacia dónde le lleven las muertes que investiga.


Y eso se hace más patente si nos atenemos a la trama de esta última novela, Peores maneras de morir, donde no sólo la ciudad ha cambiado y el espacio-tiempo social también la crisis actual, también está en la novela, sino que el caso tiene que ver con el tráfico de mujeres provenientes de los países del este de Europa y su entrada y distribución en nuestro país o en este caso en Barcelona. Y ha cambiado porque en la mentalidad mendeciana la prostitución es un elemento ineludible de su ciudad, las putas son las interlocutoras constantes, no sólo son, a veces, su confite, sino que son vecinas constantes de sus calles y de sus pisos, aunque él, desde el primer día de los tiempos sea un impotente y en ningún momento haya hecho alarde de su hombría, quizá porque no la tiene. Pero en la genealogía de Barcelona, las putas son elementos básicos, y los meublés también. Y no hay novela donde no aparezcan de una u otra forma. Porque eso, más la constante existencia de las queridas, muy a pesar de ellas, y la violencia contra la mujer por parte del hombre es otra de las constantes vitales de sus obras. Es decir, si nuestro Méndez es intemporal, la puta, con su indispensable existencia y labor, también lo es.

Pero a diferencia con otras novelas anteriores, aquí las putas no son del país y la lucha de Méndez va dirigida contra esa organización que las trae, las humilla y las maltrata. Pero para compensar de alguna forma, Méndez busca información de una antigua puta, la Patri, que por casualidad ha guardado en su casa a Eva Ostrova. La ucraniana Eva Ostrova, la nueva heroína que ha conseguido escapar de las zarpas de la organización y que buscará vengarse de sus captores con unos métodos que multiplican por mucho la violencia recibida. Lo que Méndez llama justicia directa, el mejor método y al que él nunca dará la espalda.

También la inmovilidad de Méndez, en cuanto a su apariencia, de alguien que vende ataúdes, en cuanto a carácter, su cinismo constante, en cuanto a lenguaje, vulgar, osco, de la calle, contrasta con la evolución de los casos, de temas más actuales, sobre todo en las últimas novelas, aquí el tráfico de mujeres y en la anterior, No hay que morir dos veces, por ejemplo, el de cierto terrorismo que busca masacrar indis-criminadamente. Pero no, tampoco en eso hay demasiada evolución, porque en realidad lo que lleva siempre a matar es la venganza. Y esa estará presente casi constantemente en todas sus novelas, sin ir más lejos es el leitmotiv de Una novela de barrio (ver lectura), la antepenúltima.

Pero Méndez se nos va y le echaremos de menos, porque es imposible encontrar a otro ni de lejos parecido, un policía de otro tiempo –el corrupto franquista– trasladado a éste –el corrupto democrático–, pero con sus libros de segunda mano comprados los domingos por la mañana en los puestos del mercado de Sant Antoni –que nunca parece que lee– en el bolsillo de su americana negra o gris oscura –de enterrador o, mejor, de vendedor de pompas fúnebres– y con su pistolón –Colt Python o la antigualla Colt modelo 1912–, investigando casos que no le corresponden –los suyos son “la persecución de chorizos primerizos” o “la búsqueda de bolsos de la compra desaparecidos”–, con sus cínicos diálogos con la superioridad –con su habano Montecristo diciendole: “Coño, Méndez”–, él con sus cigarrillos negros –en época, la actual, de prohibición y sus pulmones oscuros de patear las calles llenas de polución del centro de Barcelona, callejuelas oscuras, estrechas, del barrio gótico, del Raval, o las anchas de la Diagonal, del Eixample, la avenida del Tibidabo, de una Barcelona que se nos ha hecho también intemporal debido a los paseos de Méndez por sus calles, a pesar de todo.     







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1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]