("Trilogía del Baztán")
Acaba de salir Legado en los huesos de Dolores Redondo, la segunda parte de
la "Trilogía del Baztán" –cuya tercera ya tiene título, Ofrenda a la tormenta–, y
a principios de este mismo año 2013 salió la primera parte, El guardián
invisible. Es decir, en poco tiempo vamos a tener en las librerías la trilogía
completa, y, si hacemos caso a las fajas y solapas del libro y a la propia
editorial y su departamento de marketing y publicidad, también estará en las
librerías de al menos veintitrés países más. Esto es lo que se llama un
fenómeno.
Y los fenómenos pueden ser o algo sobrenatural o de
ventas, y duran o no, depende. Quizá ayude a saberlo, aunque no lo creo, de qué
está hecho el fenómeno.
Hay una serie de singularidades que parece que pueden
hacer atractivas las novelas, singularidades que les dan ese toque de
originalidad que quizá puedan disimular los elementos que chirrían. Pero
también esas particularidades pueden distorsionar lo que en un principio
pretendían potenciar. Empecemos:
Amaia Salazar es una inspectora de la Policía
Foral de Navarra, ha estudiado en Quántico –sí, allá, en USA– y por eso es
especialista en perfiles de asesinos en serie y, sobre todo, los asesinatos,
tanto en la primera como en la segunda novela, se están cometiendo en el pueblo
donde ella se crió, Elizondo, o cerca de él. De ahí que se traslade desde
Pamplona, donde trabaja y tiene su residencia habitual, a ese pueblo por donde
pasa el río Baztán –que da título a la trilogía– y donde viven sus hermanas y
su tía paterna.
En El guardián invisible las asesinadas son niñas en la
primera fase de su adolescencia, niñas que aparecen de la misma forma, cerca
del río Batzán, en el bosque, medio desnudas, cortada la ropa y abierta por el
centro del cuerpo, boca arriba, pero sin agresión sexual –excepto una–, y con
un típico dulce navarro, el txantxigorri, colocado en su pubis, pero en una
representación que simboliza la pureza.
El culpable es el basajaun.
En Legado en los huesos vuelve a haber un asesino en serie, pero
más que asesino es el inductor de los asesinatos que en un principio parecen
ser propios de violencia de género donde el hombre mata a la mujer y después se
suicida, pero en todos ellos hay un brazo de las mujeres sesgado y una firma,
Tarttalo, dirigido a la, ahora ya, inspectora jefe de homicidios, Amaia Salazar.
Y empecemos con esas singularidades: el basajaun es el
guardián del bosque en la mitología vasco-navarra y el tarttalo es un cíclope y
por tanto come carne humana. Pero no sólo queda ahí la cosa, aparecen también
las belagiles o brujas –una de las niñas asesinadas, por ejemplo–, Mari, la
sacerdotisa o dama de la tormenta o el mairu-beso o los huesos del niño muerto
no bautizado. Es decir, todos ellos reclamos de una mitología poco conocida, la
vasca.
A todo esto hay que añadir elementos históricos poco o
nada conocidos, que en algunos casos sirven de excusa para la historia como los
agotes o el inquisidor Salazar en la segunda novela, e incluso referencias al
Opus Dei y al Vaticano, como ese psiquiatra, el padre Sarasola, que se hace
cargo de la madre de Amaia, Rosario, encerrada en un centro psiquiátrico de
máxima seguridad. Con ellos enlazamos con la vida familiar de la inspectora
“estrella”, porque ambas tramas no existirían sin la presencia de Flora, la
hermana mayor, de Amaia, que regenta el obrador de la familia, donde entre
otras cosas se fabrican los txantxigorri mencionados anteriormente, muy
protagonista en la primera novela y enemiga absoluta de su hermana, o Ros, la
mediana, débil, necesitada de ayuda, aunque en la segunda novela sea ella la
que se encargue de la empresa familiar. A ellas se une Engrasi, la tía por
parte paterna, cuya mayor característica es que echa las cartas y de alguna
forma protege a Amaia. Y junto a ellas, todas mujeres, o contra ellas, se añade la madre de Amaia,
Rosario, cuya personalidad se puede resumir en una palabra: mala, o con dos: y bruja.
Calle Mercaderes. Pamplona Foto: Archivo personal |
El elemento masculino, menor, viene representado por James
Wexford, el marido de Amaia, un escultor más o menos famoso, americano, que se
instaló en Pamplona por los san fermines (¡vaya!) y con el que vive allí, justo
en la calle Mercaderes. Un marido cuya labor es sostener el exceso de
romanticismo de la protagonista. Y en la segunda novela aparecerá el que al
principio iba a ser una niña, pero que en el último momento (¡¿la magia
buena?!) será niño, Ibai –que traducido del vasco significa río–. A ellos se
une toda la caterva de compañeros policías, unos más afines, Jonan e el
inspector Iriarte, otros menos, el inspector Montes y Zabala. Con los que tiene
encuentros, incluso físico-violentos, a puñetazo limpio, como con Montes. E,
incluso, encuentros más físico-sexuales, aunque sin llegar al roce, como con el
juez Markina. Pero, ella (¡vaya por dios!) es el “macho alfa”, como dice en algún
momento.
Y para envolverlo, el entorno, del bello valle del
Baztán, de Elizondo, de la misma Pamplona y sus restaurantes, con sus
prestigiosos menús, el Guggenheim en Bilbao que prepara una exposición de
James, o las visitas al pueblo medieval de Ainsa en Huesca, donde unos expertos
de laboratorio realizan las más modernas pruebas de ADN como en cualquier serie
norteamericana actual, porque eso también está en estas novelas. Frente al
elemento legendario las tecnologías más novedosas, cómo no.
Y junto a todo eso, si a alguien le puede parecer poco,
unimos el uso –que no queremos juzgar– de los mecanismos policiacos. Cuando uno
necesita un psicólogo, aparece para hacer un diagnóstico. Cuando uno necesita
un análisis de muestras urgente, aparece también quién lo haga sin haber
aparecido anteriormente en la novela y sin que vuelva a aparecer. Cuando uno necesita una Glock porque no
la lleva encima, se recoge del suelo en el momento justo. Esto entre otras cosas
nos encontramos en El guardián invisible. Y en Legado en los huesos
recurriremos al descubrimiento casi por sorpresa de que junto a Amaia nació una
hermana gemela, cosa que ni por asomo se dejaba entrever en la primera novela o
la aparición del inductor, que será, como debería ser, por sorpresa, después de
leídas más de quinientas páginas, pero del que no se tiene noticia hasta ese
momento, eso pudiera ser algo habitual si no fuese…
A veces el que los recursos se vean puede ser necesario,
depende de la finalidad o de la intención. Otras veces es porque falta bagaje y
todavía no se ha aprendido cómo hacer para que no se noten demasiado. Y otras
es porque es lo que esperan los lectores o al menos cierto tipo de lectores que se
introducen en un bosque para que las ramas no les dejan verlo y así disfrutar de
un descubrimiento que no es tal.
(1) 2013. El guardián invisible.
(2) 2013. Legado en los huesos. Lectura
(3) 2014. Ofrenda a la tormenta. Lectura