No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

martes, 19 de noviembre de 2013

Peores maneras de morir, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



No hay vuelta de hoja, parece que al final Méndez es mortal, en contra de todas las apariencias. Al menos eso desvela la última escena de la novela, pero ya sabemos que, quizás, en el próximo capítulo…, como en los buenos seriales.

Aunque no, no puede ser, no puede ser que eso ocurra porque Méndez es intemporal, podríamos, incluso, decir eterno, pero no, lo que le define mejor es su intemporalidad.

Y es intemporal porque Ricardo Méndez en todas y cada una de las novelas de Francisco Gónzalez Ledesma, desde la primera donde aparece como protagonista, Las calles de nuestros padres, o la segunda, Crónica sentimental en rojo, que bien pudiera ser la primera, ambas se publicaron el mismo año, 1984, hasta la última, la que nos ocupa, Peores maneras de morir, de este 2013, tiene siempre la misma edad, una edad, eso sí, indefinida, ronda los sesenta y…, siempre a punto de jubilarse, en realidad se ha pasado los últimos treinta años a punto de jubilarse pero sin hacerlo, y en cierto modo es lógico, porque Méndez no podría dejar de hacer lo que hace, lo que ha venido haciendo desde que le conocemos: pasear por las calles de Barcelona, por sus calles, las de su barrio, las del barrio chino o barrio del Raval, las de toda la vida, persiguiendo siempre y llegando tarde siempre o casi siempre, y no precisamente por su edad. Y es intemporal no sólo porque en las nueve novelas y en el libro de cuentos tenga siempre los mismos años sino porque en él no hay cambio de ningún tipo, el tiempo apenas le roza, muy al contrario del barrio donde se mueve, y ahí es donde podemos encontrar una especie de evolución, no en Méndez, pero sí en su entorno. Porque a excepción de un par de novelas donde parte de la trama se desarrolla en Madrid e incluso en el extranjero, Egipto en Historia de Dios en una esquina –quizás por eso, entre otras cosas, sea la más floja de todas– o París en El pecado o algo parecido, su espacio es siempre el mismo: Barcelona; normalmente su barrio ya mencionado del Raval, la calle nueva, donde dice que vive en algún momento; el mercado de Sant Antoni, donde ponen el mercadillo de libros de segunda mano; las Ramblas; pero también se mueve por otros más alejados, el Eixample o las calles cercanas a Montjuïc, o incluso Sant Adriá del Besos, dependiendo de hacia dónde le lleven las muertes que investiga.


Y eso se hace más patente si nos atenemos a la trama de esta última novela, Peores maneras de morir, donde no sólo la ciudad ha cambiado y el espacio-tiempo social también la crisis actual, también está en la novela, sino que el caso tiene que ver con el tráfico de mujeres provenientes de los países del este de Europa y su entrada y distribución en nuestro país o en este caso en Barcelona. Y ha cambiado porque en la mentalidad mendeciana la prostitución es un elemento ineludible de su ciudad, las putas son las interlocutoras constantes, no sólo son, a veces, su confite, sino que son vecinas constantes de sus calles y de sus pisos, aunque él, desde el primer día de los tiempos sea un impotente y en ningún momento haya hecho alarde de su hombría, quizá porque no la tiene. Pero en la genealogía de Barcelona, las putas son elementos básicos, y los meublés también. Y no hay novela donde no aparezcan de una u otra forma. Porque eso, más la constante existencia de las queridas, muy a pesar de ellas, y la violencia contra la mujer por parte del hombre es otra de las constantes vitales de sus obras. Es decir, si nuestro Méndez es intemporal, la puta, con su indispensable existencia y labor, también lo es.

Pero a diferencia con otras novelas anteriores, aquí las putas no son del país y la lucha de Méndez va dirigida contra esa organización que las trae, las humilla y las maltrata. Pero para compensar de alguna forma, Méndez busca información de una antigua puta, la Patri, que por casualidad ha guardado en su casa a Eva Ostrova. La ucraniana Eva Ostrova, la nueva heroína que ha conseguido escapar de las zarpas de la organización y que buscará vengarse de sus captores con unos métodos que multiplican por mucho la violencia recibida. Lo que Méndez llama justicia directa, el mejor método y al que él nunca dará la espalda.

También la inmovilidad de Méndez, en cuanto a su apariencia, de alguien que vende ataúdes, en cuanto a carácter, su cinismo constante, en cuanto a lenguaje, vulgar, osco, de la calle, contrasta con la evolución de los casos, de temas más actuales, sobre todo en las últimas novelas, aquí el tráfico de mujeres y en la anterior, No hay que morir dos veces, por ejemplo, el de cierto terrorismo que busca masacrar indis-criminadamente. Pero no, tampoco en eso hay demasiada evolución, porque en realidad lo que lleva siempre a matar es la venganza. Y esa estará presente casi constantemente en todas sus novelas, sin ir más lejos es el leitmotiv de Una novela de barrio (ver lectura), la antepenúltima.

Pero Méndez se nos va y le echaremos de menos, porque es imposible encontrar a otro ni de lejos parecido, un policía de otro tiempo –el corrupto franquista– trasladado a éste –el corrupto democrático–, pero con sus libros de segunda mano comprados los domingos por la mañana en los puestos del mercado de Sant Antoni –que nunca parece que lee– en el bolsillo de su americana negra o gris oscura –de enterrador o, mejor, de vendedor de pompas fúnebres– y con su pistolón –Colt Python o la antigualla Colt modelo 1912–, investigando casos que no le corresponden –los suyos son “la persecución de chorizos primerizos” o “la búsqueda de bolsos de la compra desaparecidos”–, con sus cínicos diálogos con la superioridad –con su habano Montecristo diciendole: “Coño, Méndez”–, él con sus cigarrillos negros –en época, la actual, de prohibición y sus pulmones oscuros de patear las calles llenas de polución del centro de Barcelona, callejuelas oscuras, estrechas, del barrio gótico, del Raval, o las anchas de la Diagonal, del Eixample, la avenida del Tibidabo, de una Barcelona que se nos ha hecho también intemporal debido a los paseos de Méndez por sus calles, a pesar de todo.     







----
1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]

viernes, 1 de noviembre de 2013

Sacrificio a Mólek, de Asa LARSSON



A veces cuando menos te lo esperas algo te conmueve. Hay una escena poco antes de acabar, cuando todo está a punto de culminar, cuando todo pasa muy deprisa, cuando el miedo o la angustia o la aceleración propia del final de una novela policiaca te está llevando, en la que el tiempo de alguna forma se detiene y te detiene, te suspende, y en este caso no es por algo trepidante o espectacular o, incluso, espeluznante; no, sino que es algo que te destroza, que te chilla, que te paraliza y llora. Es la escena en la que Rebecka, mientras huye del peligro, se queda de rodillas en el bosque, en la nieve, coge con una mano, para sujetarla, la correa de Vera, la perra que adoptó en la novela anterior, que tiene, como siempre, una oreja levantada, y con la otra mano agarra un tronco, un tronco grueso… y hay algo que se te rompe dentro, que te desgarra.

Sacrificio a Mólek o Till offer at Molok en el sueco original es la quinta novela de la ahora fiscal del distrito de Kiruna Rebecka Martinsson. Y como en las anteriores Asa Larsson alterna lo propio e imprescindible de su escritura con lo que le sobra, con lo que la aumenta y la rebaja; por un lado lo que hace identificarse especialmente con ella y por el otro lo que nos aleja, que se puede identificar especialmente con lo lejano, no sólo del lugar, sino también del tiempo.


Intentaremos aclararlo. En todas las novelas desde Solstorm (Aurora boreal) de Rebecka Martinsson hay dos elementos que resultan identificatorios: Kiruna, la región de la Laponia sueca donde se desarrollan los acontecimientos, su soledad, su ambiente nevado, el frío; y la soledad y la inclemencia, la indefensión y desvalimiento de la protagonista. Ambas cosas de alguna forma están conjugadas, se necesitan, se complementan. Por eso, parece, que Rebecka vuelve en Aurora Boreal de Estocolmo, de ese prestigioso bufete de abogados donde trabaja, y por eso, parece, que desde la segunda, Det blod som spillts (Sangre derramada), permanece en su tierra, en la casa de su abuela en el pueblo de Kurravaara, donde se fue a vivir de niña cuando su madre abandonó a su padre y se trasladaron allí. Es como si la región tuviese una fuerza interior, un fuego, un calor, a pesar del frío, de la nieve, de la inclemencia, que la hace permanecer, que la da sujeción, que la permite agarrarse.

Pero mientras estas dos primeras novelas no sólo se ambientan en la zona de Kiruna sino también en sus historias, en este caso en sus historias religiosas, ambas están envueltas en crímenes contra pastores o religiosos establecidos allí, en las tres siguientes parece que necesitaba introducir elementos de novela histórica, relatos, historias alejadas de ese lugar o bien de ese tiempo, es decir, en Svart stig (La senda oscura) hay una historia de poder, de dinero, de empresas, de altibajos de la bolsa, en fin, de elementos tan alejados y, sobre todo, tan mal tratados, tan fuera de lugar, aunque la trama no se pueda desarrollar sin ellos, que la convierte, a esta novela, en la peor de todas con diferencia. No es sólo que Kiruna sea simplemente un mero pretexto, simplemente por ser donde se ha producido el asesinato, sino que todo lo que sucede, ya sea en Estocolmo o en África, como toda la historia de los personajes, Mauri Kallis a la cabeza, se nota que está metido como a presión, como con un calzador en un zapato demasiado estrecho. Es decir, nos hemos salido de Kiruna y nos hemos llevado fuera a sus personajes principales, como los policías Anna-María Mella y Sven-Erik Stalnacke, que ya no parecen los mismos, están como fuera de contexto y así actúan.

Mientras en la cuarta, Till dess din vrede upphör (Cuando pase tu ira), el elemento intruso es el nazismo y la segunda guerra mundial, que sirve de alguna forma de excusa para encontrar el motivo del asesinato en el presente, debajo del hielo, de un par de jóvenes de la localidad. Todo lo que tiene que ver con esa historia pretérita nos deja fríos, siendo, en realidad, esta novela la mejor de las cinco, precisamente porque este elemento queda bastante poco desarrollado.

Y lo mismo nos encontramos con la última, esa historia en los inicios de Kiruna, cuando se creó, allá por la época de la primera guerra mundial, y que provoca que unas acciones de una empresa canadiense reaparezcan ahora para ocasionar el móvil que produzca el asesinato de Sol-Britt Uusitalo y los intentos de matar a su nieto Marcus, eso, esa historia paralela de los amores de una profesora veinteañera y un gerente de una empresa, de una mina, que daba trabajo a toda la localidad allá en aquella época y su tragedia posterior, eso, como digo, nos aleja propiamente de lo que nos interesa, tanto en los argumentos como en los ambientes, porque nos lleva a sitios y a tiempos en los que no queremos estar, porque lo que demandamos, lo que necesitamos de Asa Larsson sólo lo podemos encontrar en esa Kiruna continuamente nevada y en esa Rebecka continuamente desamparada.


Y como tal, y a pesar de su vecino Sivving, que le da compañía, a pesar de sus cada vez mejores relaciones con Anna-Maria o Sven-Erik, y, sobre todo con Krister Eriksson, ese policía de la cara quemada, sin orejas, es decir, otro solitario que sólo se siente bien entre perros; ese desamparo de Rebecka provoca siempre que en el final de las novelas –excepción hecha de la tercera– todo lo malo le suceda a ella, en la primera para defender a dos niñas se carga a tres personas, en la segunda es atacada por el asesino que después se suicida y antes mata a su hijo retrasado, en la cuarta tiene que romper el hielo del lago donde está sumergida tras haber caído para no morir ahogada y, en esta última, la atacan, la amordazan y cuando intenta escapar tiene que hacer algo, como describimos al principio del comentario, que de nuevo la destroza, ya no sólo por fuera –siempre acaba demacrada–, sino también por dentro.      
  





2003. Solstorm. (Aurora boreal)
2004. Det blod som spillts. (Sangre derramada)
2006. Svart stig. (La senda oscura)
2008. Till dess din vrede upphör. (Cuando pase tu ira)
2012. Till offer at Molok. (Sacrificio a Mólek) Lectura

lunes, 21 de octubre de 2013

Pan, Educación, Libertad, de Petros MÁRKARIS



Las novelas del comisario Kostas Jaritos –de Petros Márkaris– son eminentemente políticas, sin dejar de ser policiacas. Y no puede ser de otra forma si pensamos de dónde vienen ambos términos: de Πολις (polis). Y este término no significa únicamente ciudad (Atenas), que también, sino al conjunto de aldeas (barrios) que la forman, al conjunto de casas (viviendas) que integran estas aldeas y al conjunto de familias que viven en éstas y, por tanto, al conjunto de individuos que integran estas familias. Porque como decía Aristóteles, allá como veinticinco siglos atrás, el hombre es un ser social por naturaleza. Es decir, no podemos dejar de ser entes comunitarios, vivimos en comunidad, y como tales, tenemos que organizarnos dentro de esa comunidad y esa forma de organizarnos es la política. Ya hemos llegado a donde queríamos y a donde llega Márkaris con sus novelas –y sin consultar el Dimitrakos–.


Ψωμί, Παιδεία, Eλευθερία (Pan, Educación, Libertad) es la tercera y última novela de la “Trilogía de la crisis” que ha escrito Petros Márkaris con Kostas Jaritos como vertebrador de los relatos. Los títulos de ésta, como los de la primera entrega, Ληξιπρόθεσμα Δάνεια (Con el agua al cuello) –literalmente, Préstamo vencido–, y la segunda, Περαίωση. (Liquidación final), son explícitos a la hora de informarnos de lo que tratan las tres obras: la economía.

La crisis, los chanchullos, la corrupción, el fraude ocuparán, pues, el primer lugar, el papel protagonista en las tramas y serán los condicionantes y los motivos que provocarán en cada una de ellas los asesinatos que se van a producir y que Jaritos investigará.

Además, si ya de por sí en todas las novelas policiacas de Kostas Jaritos el entorno familiar y los problemas cotidianos de la familia Jaritos tienen un papel destacado, en éstas tres últimas se torna ineludible, porque son un ejemplo palmario de la familia media griega y de cómo la crisis económica que está padeciendo el país heleno se está llevando por delante todas las bases que la sustentaban desde que se instalaron en la democracia.

Por tanto, cuando hablamos de economía, hablamos de política y cuando hablamos de ambas, hablamos de políticos y de empresarios, que van a ser las víctimas propicias de los que ya no tienen nada que perder porque lo han perdido todo y sólo queda el sentimiento de venganza.

El esquema en las tres es bastante parecido, en eso copian en cierto modo a otras novelas anteriores, como, sobre todo, Ο Τσε αυτοκτόνησε (Suicidio perfecto) (ver lectura) pero también Βασικός Μέτοχος (El accionista mayoritario) e, incluso, Άμυνα ζώνης (Defensa cerrada) –las que más se alejan de este esquema serán la primera, Nυχτερινό δελτίο (Noticias de la noche), y la quinta, Παλιά, Πολύ Παλιά (Muerte en Estambul), situada en Turquía como refleja su título en su edición española–, donde una sucesión de asesinatos tienen sus raíces en motivos de corrupción tanto política como empresarial y en cómo el comisario Jaritos va indagando a medida que van ocurriendo los asesinatos hasta que encuentra por fin al causante o causantes de las muertes.

En Con el agua al cuello los bancos serán los asediados, en concreto sus representantes. El primer asesinado será un director jubilado del Banco Central, Nikitas Zisimópulos, al que le seguirán un inglés, también director en activo del First British Bank en Atenas, un holandés, con cargo en la Agencia de calificación Wallace and Cheney, y, por último, un empresario de una empresa de “servicios de cobro” de prestamos no devueltos, todos ellos decapitados con una espada a manos de un cómplice del llamado “guerrillero antibancos”. En Liquidación final, en cambio, será “El Recaudador Nacional” quien se encargue primero de amenazar mediante cartas y después de matar a los defraudadores de impuestos que no satisfagan sus pretensiones para devolver a la Hacienda pública lo que han defraudado. Así escenificará en distintos cementerios o recintos arqueológicos la muerte, envenenados con cicuta, como Sócrates, del médico Azanasios Korasidis y de Stilianós Lasaridis, profesor de universidad y director ejecutivo de la empresa Global Internet Systems. Y, visto que su empeño no le ofrece recompensas del gobierno, se encargará también de políticos o de aquellos beneficiados por sus contactos en esas esferas, como el sindicalista y luego diputado Lukas Zisimatos y el propietario de distintas academias Zeódoros Karadimos, ambos con una flecha envenenada.

Y en la que nos ocupa, Pan, Educación, Libertad, serán unos antiguos estudiantes de izquierdas, participantes en los “Hechos de la Politécnica” contra la dictadura, pero que ahora son un empresario poderoso, como Yerásimos Demertzis, que contrata a inmigrantes sin papeles para sus obras, “no tenemos pan”, o un profesor de derecho penal en la universidad, Nikos Zeologuis, que devalúa la educación con sus chanchullos, “no tenemos educación”, y un destacado sindicalista de la Unión General de Funcionarios, Dimos Lepeniotis, “para nosotros la libertad es emigrar”, los que morirán tiroteados. Y serán sus propios hijos, que ven la injusticia y la depravación a la que se ve condenada la sociedad griega, debido a estos ejemplares, los que intentarán poner coto a eso. Porque serán precisamente los hijos de éstos los que tendrán que empeñar sus vidas en esta deriva hacia el hundimiento en la que se ven envueltos los países del sur de Europa con los continuos recortes, devaluaciones de sueldos, privación de pensiones… 

Y mientras Kostas Jaritos, que sigue siendo el mismo comisario de policía, sin ascensos y con cada vez menos sueldo –y también sin aquella jocosidad de las primeras novelas y sin esas peleas constantes con su mujer Adrianí, pero sí con su diccionario el Dimitrakos en su regazo–, intenta resolver todos estos asesinatos, que incluso podríamos calificar de “justos”, su hija Katerina, casada con Fanis en la primera escena de Con el agua al cuello, ejemplifica el intento de sacar la cabeza del estanque a pesar del más que probable ahogamiento, primero trabajando con drogodependientes por una miseria, luego desechando un trabajo en el extranjero para quedarse en Grecia luchando con los demás y después montando un negocio con Maña, una psicóloga, ella abogada, para ayudar a esos que cada vez más lo necesitan.

Pan, Educación, Libertad se sitúa en el 2014, Grecia ha vuelto al dracma, abandonando el euro, y es todo como un nuevo inicio desde lo más profundo cuando todavía no se ha dejado de caer.   





1995. Nυχτερινό δελτίο (Noticias de la noche).
1998. Άμυνα ζώνης (Defensa cerrada).
2003. Ο Τσε αυτοκτόνησε (Suicidio perfecto). Lectura
2006. Balkan blues (Balkan blues). [9 relatos]
2006. Βασικός Μέτοχος (El accionista mayoritario).
2008. Παλιά, Πολύ Παλιά (Muerte en Estambul).

2010. Ληξιπρόθεσμα Δάνεια (Con el agua al cuello). [Trilogía de la crisis, 1]
2011. Περαίωση (Liquidación final). [Trilogía de la crisis, 2]
2012. Ψωμί, Παιδεία, Eλευθερία (Pan, Educación, Libertad). [Trilogía de la crisis, 3] Lectura