The Big Sleep (El sueño eterno), publicada en 1939, fue
la primera novela que compuso Raymond Chandler y decimos componer porque lo que
hizo fue un ejercicio de composición, no musical –que también–, sino de poner
al lado, de juntar, de unir –como la literalidad de la palabra indica: “poner
con…”–. Porque lo que hizo Chandler, repetimos, es unir dos cuentos previos
“Killer in the Rain” (“Asesino en la lluvia”) y “The Curtain” (“El telón”),
publicados anteriormente en la revista Black Mask en enero de 1935 y septiembre
de 1936 respectivamente. Los juntó, los unió, los entremezcló y los alargó, les
añadió nuevos capítulos, nuevos personajes y cambió el nombre a los que ya había
y sobre todo, sobre todo, creó a partir de los dos detectives que salían en los
dos cuentos previos a Philip Marlowe. Ésa es la verdadera creación de Raymond
Chandler.
Porque es Philip Marlowe el que lo une, ensambla,
entreteje y arma todo el engranaje de El sueño eterno. Es él el que lo
articula, le da forma, lo enaltece y lo soluciona. Y, a la vez, es él el que se
crea a sí mismo, montando, ensamblando, investigando, protegiendo y escarbando
en el galimatías en que se había ido desarrollando toda la acción de la trama.
Porque Marlowe se crea aquí, en la novela, aunque ya en el cuento “Finger Man”
(“El confidente”, como se ha traducido recientemente, o “El denunciante”, como
se tradujo antes), aparezca y tenga alguno de sus rasgos, pero aún no llevaba el
nombre de nuestro protagonista, no era el suyo originalmente, fue el propio
Chandler quien lo rebautizó, considerando que sus características esbozaban o
eran muy similares a las que luego tendría el protagonista de todas sus
novelas. Y no sólo utilizó al protagonista, sino que algunas escenas de ese
mismo cuento también están en la novela. Hablamos de la de la ruleta, cuando la
chica consigue que el dueño del local Las Olindas –ese garito es el mismo tanto
en el cuento como en la novela, no el que lo regenta–, acepte su apuesta de
todo o nada. Ya que eso sí, a partir de ahí, Marlowe será ya el protagonista
único, el que aparecerá en todo lo escrito posteriormente por Chandler dentro
de la novela criminal, se entiende –pues, en contra de lo que la mayoría de la gente piensa,
Chandler en los años cincuenta escribió y publicó algunos cuentos de temática
fantástica–. Es decir, siete novelas más un último cuento “The Pencil” (“El
lápiz”) –aunque su título originalmente en 1959 fue el de “Marlowe Takes on the
Syndicate”– y una novela inacabada, como se ve en la bibliografía abajo. (¿Podríamos
añadir a su serie la novela de Benjamin Black, The Black-Eyed Blonde, traducida como La rubia
de ojos negros, recién publicada en este 2014? Ver lectura de la obra.)
En el primer párrafo de El sueño eterno el propio Marlowe
se describe a sí mismo, externamente eso sí: su forma de vestir, que no
cambiará ya nunca, su aspecto físico y, para terminar, una introspección final.
Y todo eso, él mismo, sólo lo es para sus clientes, un detective privado sólo
se hace porque va a visitar y va a trabajar para otros, aunque luego el
resultado de su labor, de sus pesquisas, de su actuación pueda beneficiar o
perjudicar, según se mire, a su cliente. Porque si algo desprende Marlowe
constantemente es su absoluta independencia, pero también, en contra de lo que
parece, su fidelidad al cliente, hasta que las circunstancias digan lo
contrario.
En este caso la fidelidad hacia el general Sternwood y, a
pesar de todo, también hacia sus hijas, Vivian y Carmen, llega hasta el final,
aunque los hechos pudieran propiciar lo contrario. Y las actitudes de ambas no
sean las más allegadas, aunque flirteen y hasta, en el caso de la segunda, se
expongan desnudas delante de Marlowe dentro de su cama y en su propio apartamento.
El sueño eterno se inicia con dos casos en uno, un
chantaje y una desaparición –motivos de “Killer in the Rain” y “The Curtain”–.
El chantaje tiene que ver con las dos hijas del general y la desaparición
aunque sea del marido de Vivian tiene que ver más con el propio general. Y lo
que parecen dos asuntos distintos empezarán a tomar cuerpo de uno solo a medida
que se vayan agregando invitados a la fiesta y Marlowe se vaya introduciendo en
la compleja vida de su cliente, en realidad, de las hijas de su cliente.
Y mientras las escenas se van sucediendo a través de las
potentes comparaciones e imágenes de Chandler, la ironía y el cinismo completan
el resto a través de los diálogos. Pues la actitud de Marlowe se expresa por
medio del trato que dispensa a cada uno y, por ejemplo, no es igual la manera
en la que habla con el general y la manera con la que habla a cada una de las
hijas, aunque en ambas sea un cínico y la ironía impere sobre todo lo demás. Y
son las palabras de Marlowe con las que habla a cada uno de ellos como también
están descritos éstos, no sólo descritos sino completados. Desde la primera
escena en la que aparece Carmen Sternwood nos damos cuenta de cómo es, no sólo
por lo que ella dice o hace, ni siquiera por cómo es descrita su maniática
manera de chuparse el pulgar, sino que sólo por cómo le habla Marlowe ya se
deja entrever su desequilibrio, y la manera en cómo la trama posterior tiene
que ver con eso mismo.
No vamos a entrar en los caminos no cerrados, como en
este caso puede ser la muerte del chófer Taylor, porque queda como un aspecto
secundario y no interesante, porque los derroteros van por otro lado, porque la
deriva va por otro lado, y Taylor deja de ser interesante casi desde el mismo
momento en que aparece muerto, no importa; en cambio sí importan las actitudes
de los vivos y sus comportamientos y con ellos el ritmo, porque sus acciones,
ante todo y principalmente las de Marlowe van marcando ese ritmo, un ritmo
constante que no decae en ningún momento con el que se van amalgamando las
situaciones, en ese collage de escenas en el que se ha convertido la novela,
pero un collage que al final presenta una estructura muy marcada y muy medida.
Y que se cierra como un círculo cuando Marlowe se encuentra con Carmen a la
entrada de la casa del general, en Alta Brea Crescent, West Hollywood, como en la primera escena, y se descubre todo.
West Hollywood, L. A. |
Nos falta hablar de las mujeres, de las otras mujeres, a parte de las dos hijas del general, que van apareciendo a medida que transcurre todo, Agnes en la trama de Geiger y del chantaje, junto a Brody; y Silver-Wig, en la otra, la de la desaparición del marido de Vivian, Rusty Regan, presunta amante de éste y mujer de Eddie Mars, el dueño de Las Olindas. Las hemos dejado para el final, porque con ellas completamos el cuadro de las mujeres de Marlowe, las cuatro: la loca o desequilibrada, la vividora o fatal, la inconsciente o utilizada y la que se deja engañar por amor o ingenua. Todas las que saldrán después, en el resto de novelas, o las que han salido antes, en los veintitantos cuentos previos tienen esos rasgos ya mezclados o desunidos, pero así son todas ellas.
El sueño eterno (traducción de José Manuel Ibeas Delgado y José Luis López Muñoz), Debolsillo, 2013.
(2) 1940. Farewell, My Lovely (Adiós, muñeca).
(3) 1942. The High Window (La ventana alta).
(4) 1943. The Lady in the Lake (La dama del lago).
(5) 1949. The Little Sister (La hermana pequeña).
(6) 1953. The Long Goodbye (El largo adiós).
(7) 1958. Playback (Playback).
1958. “The Pencil” (“El lápiz”). [Cuento. Último texto
acabado donde aparece Philip Marlowe]
1959. The Poodle Springs Story (La historia de Poodle Springs). [Novela
inacabada, terminada por Robert B. Parker]
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