No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

martes, 26 de noviembre de 2013

Huesos en el jardín, de Henning MANKELL



Händelse om hösten (Huesos en el jardín) es la última novela de Kurt Wallander, pero ni es la última ni es propiamente una novela, aunque sí que nos encontramos de nuevo con Wallander y con su hija Linda, pero tampoco con un caso propiamente dicho.

Empecemos. Sí es la última novela publicada de Kurt Wallander escrita por Henning Mankell traducida al español, aunque ni por su cronología externa, fue publicada por primera vez en el 2004 en Holanda, ni por su cronología interna es la última. Si tenemos en cuenta el orden temporal interno de toda la serie de Wallander, la que nos ocupa estaría situada entre Brandvägg (Cortafuegos), cuyos acontecimientos se sitúan entre octubre y noviembre de 1997 y la última novela de la serie, Den orolige mannen (El hombre inquieto), que se desarrolla una década después, entre enero del 2007 y mayo del 2010, aunque entre Cortafuegos y Huesos en el jardín podríamos introducir la única en la que el personaje principal es Linda Wallander, la hija de Kurt, que protagonizó Innan frosten (Antes de que hiele), siendo su padre un personaje secundario, y que se sitúa en su cronología interna entre agosto y noviembre del 2001 y que a su vez fue publicada en el 2002.

Y no es una novela porque en realidad es una nouvelle, es un relato largo de algo más de cien páginas que ni por asomo se acerca ni en extensión ni en complejidad al resto de la serie, donde priman novelas de ritmo pausado, muy prolijas en la descripción de los acontecimientos, pero también de los estados de ánimo, sobre todo del protagonista y, como decimos, con una complejidad en el desarrollo de las tramas que ni por asomo encontramos en ésta.

Pero lo que nos complace de ella es que rellena un poco la laguna de unos diez años entre los acontecimientos de Cortafuegos situados en 1997 y los del fin de la serie en El hombre inquieto que empieza su andadura en enero del 2007.

Y en ese interin, Wallander ha decidido por fin mudarse de su piso del centro de Ystad en la calle Mariagatan a una casa con jardín en las afueras y también ha decidido tener perro. Y como su compañero Martinsson lo sabe, le ha ofrecido una casa de un familiar de su mujer que ya es demasiado mayor para vivir allí y en donde Wallander en una primera visita se va a encontrar con unos huesos enterrados en su jardín que provocarán el desarrollo de su trama. Y donde Wallander empieza a plantearse una serie de cuestiones personales que tienen que ver con el paso del tiempo y la proximidad de la vejez, que es precisamente la excusa principal de El hombre inquieto.

Porque El hombre inquieto se puede leer en dos vertientes, como en general toda la serie. Una, la de la investigación, en este caso una investigación más o menos personal de la desaparición de los suegros de su hija Linda, primero la del suegro Hakan von Enke, un antiguo capitán de fragata de la armada sueca, ya retirado y que acaba de cumplir setenta y cinco años y después la de su mujer Louise, profesora de alemán y antigua saltadora de natación, unos años más joven que su marido. Y esas desapariciones derivarán en una trama de espionaje, donde se ven envueltas las dos grandes potencias de la guerra fría y que tiene como centro las profundidades de las aguas territoriales suecas y sus escudos estratégicos de defensa. Y cuya metáfora son los submarinos de unos y otros que surcan esos mares en una suerte de trayectorias ocultas que semejan la de los espías, ya soviéticos o del bloque del este ya norteamericanos u occidentales, que actúan en Suecia bajo una apariencia que sólo Wallander puede llegar a desenmascarar.

La otra vertiente es la personal, la de la vida de Kurt, la del declive, podríamos decir, de cómo uno mismo se va dando cuenta y a su vez se va ocultando a sí mismo esa deriva del cuerpo hacia un descampado al que no queremos llegar. Porque al Wallander ya diabético se le suma el Wallander con lagunas de memoria, el Wallander que olvida su arma reglamentaria en un restaurante, el Wallander que pierde la noción de dónde se encuentra, el Wallander que se va metiendo en ese agujero repleto de sombras, de intervalos vacíos, de huecos, que al final derivarán en un enorme espacio oscuro que será el Alzheimer.


Y en eso Henning Mankell es especialista y quizá lo que ha llevado a la serie de Wallander a su gran éxito, pues siendo novelas policiacas, lo que las caracteriza es precisamente ese desarrollo del mundo interior del protagonista, de su trayectoria vital, pero no como un ser excepcional que desentraña casos misteriosos, sino como un simple policía de Ystad, una pequeña ciudad en la región de Escania, al sur de Suecia, con cierta tendencia a la soledad, separado de Mona, la madre de su hija Linda, con apenas algún escarceo amoroso como el de Baiba en Hundarna i Riga (Los perros de Riga) –que por cierto en El hombre inquieto termina muriendo ya enferma de cáncer, porque esta novela es en cierto modo un colofón donde se cierran o intentan cerrar todos los cabos sueltos que se han ido dejando a los largo de todas las novelas de la serie–, con sus relaciones conflictivas con estas mujeres o con su propio padre, el pintor de un único motivo, ya muerto también en otra de las novelas, aunque siempre presente en su mente, y con sí mismo, en diálogo constante consigo mismo y con sus miserias, que no dejan de ser las miserias de todos.     

En resumen, Huesos en el jardín es una nouvelle de lectura fácil y reencuentro ansiado con Wallander, en un momento intermedio antes de su declive final, pero que a sus lectores habituales se les debe hacer corta, acostumbrados a otro ritmo y a otras anchuras. Es como una pequeño punto de luz en esa década perdida de Wallander, porque después de ocho novelas, desde Mördare Utan ansikte (Asesinos sin rostro) hasta la ya mencionada Cortafuegos, una por año, que ocupan casi entera la década de los noventa, más un libro de relatos, Pyramiden (La pirámide), que habla de la prehistoria de Wallander, en la década posterior, la de los años dos mil, nos tenemos que contentar con una novela donde la protagonista es su hija, con la novela colofón de El hombre inquieto y con esta pequeña pildorita para nuestra ansiedad de Wallander que es Huesos en el jardín.






1991. Mördare Utan ansikte (Asesinos sin rostro). [Enero-agosto de1990]
1992. Hundarna i Riga (Los perros de Riga). [Febrero-mayo de 1991]
1993. Den vita lejoninnan (La leona blanca). [Abril-junio de 1992]
1994. Mannen som log (El hombre sonriente). [Octubre-diciembre de 1993]
1995. Villospar (La falsa pista). [Junio-septiembre de 1994]
1996. Den femte Kvinnan (La quinta mujer). [Septiembre-diciembre de 1994]
1997. Steget Ester (Pisando los talones). [Junio-octubre de 1996]
1998. Brandvägg (Cortafuegos). [Octubre-noviembre de 1997]
2004. Händelse om hösten (Huesos en el jardín). [Octubre-diciembre de 2002] Lectura
2009. Den orolige mannen (El hombre inquieto). [Enero de 2007-mayo de 2010]

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1999. Pyramiden (La pirámide). [Relatos de la juventud de Wallander. Entre 1969 y 1990]
2002. Innan frosten (Antes de que hiele). [La protagonista es Linda, la hija de Kurt Wallander. Él aparece de forma secundaria. Agosto-noviembre de 2001]

jueves, 21 de noviembre de 2013

Una novela de barrio, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



Una novela de barrio ganó el I Premio Internacional de Novela Negra RBA en el año 2007, y con todo el merecimiento. Posiblemente sea la mejor novela de Méndez, donde el ritmo no decae en ningún momento y los personajes siguen el paso de la trama –y no al revés– de venganza bien trabada, donde todos los elementos –que luego iremos enumerando– de las novelas de Méndez están presentes.

De las nueve novelas de Francisco González Ledesma sobre Méndez podríamos hacer una división en tercetos ateniéndonos a un par de factores: sus años de publicación y sus características internas. Primero estarían las tres publicadas en los años ochenta del siglo pasado –excluyo Expediente Barcelona, pues aquí Méndez no es protagonista sino actor secundario–, es decir, la primera y mejor, Crónica sentimental en rojo – ganadora del Premio Planeta allá por el año 1984– y las dos siguientes, Las calles de nuestros padres y La dama de Cachemira. Las tres ubicadas en Barcelona sin excepción, donde la personalidad de Méndez y su cinismo nacen para permanecer, ya es viejo para ser policía, ya está como apartado de las labores policiales propiamente dichas y ya ejerce como si fuese un investigador privado que se busca los casos sin que la superioridad lo autorice. 

En Crónica sentimental en rojo el argumento tiene que ver con la codicia y la mentira y hasta dónde te pueden llevar esos pecados tan característicos del ser humano. En ella se entremezclan la alta sociedad de Barcelona con las bajuras de sus calles, se enlazan los Bassegoda, muerto el padre, Oscar Bassegoda, sus herederos, la hija Blanca, su marido separado de ella, el sobrino de los Bassegoda que se crió en la casa familiar, y, por último, un periodista, Carlos Bey, encargado de administrar una parte de la fortuna para obras de caridad, y con ellos aparecerán el Richard, Ricardo Arce, recién salido de la cárcel, pero ingenuo y dado al sentimentalismo y, cómo no, las putas y travestís, Encarnación Lopez o la Susi, que van guiando a Méndez a desentrañar el engaño. Y en medio el objeto de deseo de todos la gran torre de la Vía Augusta, símbolo de su aristocracia. La trama es espesa, pero al final bien resuelta, donde se mezclan el pasado del patriarca, un hombre hecho de dinero y de mentiras, como todos los hacendados, mentiras que se heredan, por genética o por abogados, en el presente. Frente a ellos la chusma de la calle, de los barrios bajos, los que no tienen el dinero pero sí la nobleza o una cierta forma de nobleza.

El terceto del medio lo conforman Historia de Dios en una esquina, de 1991 pero reescrita para su edición del 2008, El pecado o algo parecido, ganadora del Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón, y Cinco mujeres y media, también ganadora del Premio Mystère en Francia. Excluyendo el híbrido de Historia de Dios en una esquina, las otras dos de los primeros años de este siglo presentan características parecidas. Son las que tienen más aspiraciones, podríamos decir, con una prosa aún más cuidada, incluso con algún elemento de aquella literatura experimental de los años setenta –estoy hablando de la literatura en lengua española– de los hispanoamericanos y algún que otro español como Juan Goytisolo, literatura que se atrevía a narrar en segunda persona –como en La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, entre otras–, como aquí, en Cinco mujeres y media, por ejemplo, los soliloquios de Patricia Cano. El argumento en esta novela es complejo, empieza con la violación y asesinato de una chica, Palmira Canadell por tres jóvenes pertenecientes a los bajos fondos, pero que sólo es una trama paralela a la de otras mujeres, como la ya mencionada Patricia Cano, hija de una madre que se acostaba con el vecino pudiente, o la de Marta Pino, hermana de Conrado Pino, otro hombre hecho de dinero y de extorsiones, que tiene en nómina a alguna querida de lujo, entre ellas Patricia Cano, o Eva Ferrer, la más noble, quizá, aunque “burguesita del Eixample”, viuda de un abogado y madre de un hijo autista de veinte años. Junto a ellas los malos, siempre hombres, los ya mencionados algo estúpidos delincuentes y los ambiciosos hombres de negocios, como Conrado Pino o su enemigo Oscar Madero, también dado a tener sus queridas, al que domina la envidia y la ambición a costa de los demás. Y ahí Méndez y otro de los elementos habituales en sus novelas: los asesinos profesionales, el Renglan, en este caso y, como excepción, visto al final de una forma redentora. Como redentor es el plan que esas cinco mujeres que se mencionan en el título idean para engañar a los que engañan.      

El último terceto lo forman la novela que nos ocupa, Una novela de barrio, y las dos últimas, No hay que morir dos veces y Peores maneras de morir ya en cierto modo comentadas (ver lectura). Una novela de barrio está a caballo entre sus dos precedentes y estas dos mencionadas. El ritmo, como dijimos al principio, de alguna forma ha variado, es menos prolijo y más acelerado, también la prosa, consecuentemente. Pero volvemos a encontrarnos con determinadas recurrencias. El cinismo de los diálogos, que no sólo pertenecen a Méndez, los asesinos profesionales que van surgiendo a medida que Erasmus los va contratando para matar al Miralles, el presunto asesino del Omedes, su compañero en el atraco al banco que propició hace años la muerte del hijo de tres años del ahora guardaespaldas Miralles. Y las mujeres, cuya infancia y juventud es violada, la rescatada y ahora compañera de Miralles, Eva Expósito, o las queridas y putas del ya difunto y “cabrón” Marqués de Solange, Mabel, la aún joven, y Madame Ruth, la vieja y enferma. Y la casa o torre con jardín en el barrio de Horta que éste les dejó en herencia a sus putas y que es el escenario de las persecuciones y muertes del final de la novela.      

Y Méndez sigue siendo el que no tiene edad, el paseante del barrio y el partidario de la justicia directa. Y aquí, en el final, ese deje también habitual de cierta resignación. Porque al final lo que hay siempre en las novelas de Méndez y en esta en especial es eso: una resignación ante esta vida cargada de desdichas inevitables que moldean el carácter de los personajes y de las que no pueden escapar aunque lo intenten.






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1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]

martes, 19 de noviembre de 2013

Peores maneras de morir, de Francisco GONZÁLEZ LEDESMA



No hay vuelta de hoja, parece que al final Méndez es mortal, en contra de todas las apariencias. Al menos eso desvela la última escena de la novela, pero ya sabemos que, quizás, en el próximo capítulo…, como en los buenos seriales.

Aunque no, no puede ser, no puede ser que eso ocurra porque Méndez es intemporal, podríamos, incluso, decir eterno, pero no, lo que le define mejor es su intemporalidad.

Y es intemporal porque Ricardo Méndez en todas y cada una de las novelas de Francisco Gónzalez Ledesma, desde la primera donde aparece como protagonista, Las calles de nuestros padres, o la segunda, Crónica sentimental en rojo, que bien pudiera ser la primera, ambas se publicaron el mismo año, 1984, hasta la última, la que nos ocupa, Peores maneras de morir, de este 2013, tiene siempre la misma edad, una edad, eso sí, indefinida, ronda los sesenta y…, siempre a punto de jubilarse, en realidad se ha pasado los últimos treinta años a punto de jubilarse pero sin hacerlo, y en cierto modo es lógico, porque Méndez no podría dejar de hacer lo que hace, lo que ha venido haciendo desde que le conocemos: pasear por las calles de Barcelona, por sus calles, las de su barrio, las del barrio chino o barrio del Raval, las de toda la vida, persiguiendo siempre y llegando tarde siempre o casi siempre, y no precisamente por su edad. Y es intemporal no sólo porque en las nueve novelas y en el libro de cuentos tenga siempre los mismos años sino porque en él no hay cambio de ningún tipo, el tiempo apenas le roza, muy al contrario del barrio donde se mueve, y ahí es donde podemos encontrar una especie de evolución, no en Méndez, pero sí en su entorno. Porque a excepción de un par de novelas donde parte de la trama se desarrolla en Madrid e incluso en el extranjero, Egipto en Historia de Dios en una esquina –quizás por eso, entre otras cosas, sea la más floja de todas– o París en El pecado o algo parecido, su espacio es siempre el mismo: Barcelona; normalmente su barrio ya mencionado del Raval, la calle nueva, donde dice que vive en algún momento; el mercado de Sant Antoni, donde ponen el mercadillo de libros de segunda mano; las Ramblas; pero también se mueve por otros más alejados, el Eixample o las calles cercanas a Montjuïc, o incluso Sant Adriá del Besos, dependiendo de hacia dónde le lleven las muertes que investiga.


Y eso se hace más patente si nos atenemos a la trama de esta última novela, Peores maneras de morir, donde no sólo la ciudad ha cambiado y el espacio-tiempo social también la crisis actual, también está en la novela, sino que el caso tiene que ver con el tráfico de mujeres provenientes de los países del este de Europa y su entrada y distribución en nuestro país o en este caso en Barcelona. Y ha cambiado porque en la mentalidad mendeciana la prostitución es un elemento ineludible de su ciudad, las putas son las interlocutoras constantes, no sólo son, a veces, su confite, sino que son vecinas constantes de sus calles y de sus pisos, aunque él, desde el primer día de los tiempos sea un impotente y en ningún momento haya hecho alarde de su hombría, quizá porque no la tiene. Pero en la genealogía de Barcelona, las putas son elementos básicos, y los meublés también. Y no hay novela donde no aparezcan de una u otra forma. Porque eso, más la constante existencia de las queridas, muy a pesar de ellas, y la violencia contra la mujer por parte del hombre es otra de las constantes vitales de sus obras. Es decir, si nuestro Méndez es intemporal, la puta, con su indispensable existencia y labor, también lo es.

Pero a diferencia con otras novelas anteriores, aquí las putas no son del país y la lucha de Méndez va dirigida contra esa organización que las trae, las humilla y las maltrata. Pero para compensar de alguna forma, Méndez busca información de una antigua puta, la Patri, que por casualidad ha guardado en su casa a Eva Ostrova. La ucraniana Eva Ostrova, la nueva heroína que ha conseguido escapar de las zarpas de la organización y que buscará vengarse de sus captores con unos métodos que multiplican por mucho la violencia recibida. Lo que Méndez llama justicia directa, el mejor método y al que él nunca dará la espalda.

También la inmovilidad de Méndez, en cuanto a su apariencia, de alguien que vende ataúdes, en cuanto a carácter, su cinismo constante, en cuanto a lenguaje, vulgar, osco, de la calle, contrasta con la evolución de los casos, de temas más actuales, sobre todo en las últimas novelas, aquí el tráfico de mujeres y en la anterior, No hay que morir dos veces, por ejemplo, el de cierto terrorismo que busca masacrar indis-criminadamente. Pero no, tampoco en eso hay demasiada evolución, porque en realidad lo que lleva siempre a matar es la venganza. Y esa estará presente casi constantemente en todas sus novelas, sin ir más lejos es el leitmotiv de Una novela de barrio (ver lectura), la antepenúltima.

Pero Méndez se nos va y le echaremos de menos, porque es imposible encontrar a otro ni de lejos parecido, un policía de otro tiempo –el corrupto franquista– trasladado a éste –el corrupto democrático–, pero con sus libros de segunda mano comprados los domingos por la mañana en los puestos del mercado de Sant Antoni –que nunca parece que lee– en el bolsillo de su americana negra o gris oscura –de enterrador o, mejor, de vendedor de pompas fúnebres– y con su pistolón –Colt Python o la antigualla Colt modelo 1912–, investigando casos que no le corresponden –los suyos son “la persecución de chorizos primerizos” o “la búsqueda de bolsos de la compra desaparecidos”–, con sus cínicos diálogos con la superioridad –con su habano Montecristo diciendole: “Coño, Méndez”–, él con sus cigarrillos negros –en época, la actual, de prohibición y sus pulmones oscuros de patear las calles llenas de polución del centro de Barcelona, callejuelas oscuras, estrechas, del barrio gótico, del Raval, o las anchas de la Diagonal, del Eixample, la avenida del Tibidabo, de una Barcelona que se nos ha hecho también intemporal debido a los paseos de Méndez por sus calles, a pesar de todo.     







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1983. Expediente Barcelona. [Primera aparición de Méndez pero como personaje secundario]
2006. Méndez. [Conjunto de relatos]