No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

jueves, 16 de octubre de 2014

Miedo a las aguas oscuras, de Craig RUSSELL




A Fear of Dark Water o, traducida al español, Miedo a las aguas oscuras, es la sexta y última –ver bibliografía– hasta el momento de las novelas protagonizadas por el Krimminaialhauptkommissar Jan Fabel de la brigada de homicidios de la Polizei de Hamburgo. La sexta y última traducida de la serie, con lo que su autor, Craig Russell, es de los privilegiados que ha conseguido que todas las novelas de la serie lo hayan sido ya, y eso, no cabe duda, por méritos propios ya que las novelas enganchan porque están perfectamente construidas y urdidas de tal modo que su complejidad no sea óbice para sentirse atrapado hasta el final. En lo que sigue intentaremos aclarar el porqué.

Decimos que enganchan y el inicio de esta Miedo a las aguas profundas es un ejemplo de cómo una simple escena te hace poner los pelos de punta, y no estamos hablando de un asesinato sino de la angustia de un hombre Dominik Korn sumergido en las profundidades del océano a más de 3000 metros en un prototipo experimental, el Pharos Uno, y que lucha por salir a la superficie antes de ser engullido por el abismo.

Pero todo esto sucede quince años antes de los acontecimientos en el presente. Y los hechos del presente, al contrario que todas las anteriores novelas de la serie, se dirigen hacia el futuro de la humanidad y su posible debacle medioambiental, mientras que las cinco primeras novelas tenían su punto de mira más en el pasado, en la mitología nórdica de Odín –la primera de la serie, Blood Eagle (Muerte en Hamburgo), y la quinta, The Valkyrie Song (La venganza de la Valquiria)– o en leyendas –o cuentos de los hermanos Grimm basados en leyendas nórdicas, como en Brother Grimm (Cuento de muerte), la segunda de la serie– e, incluso, la reencarnación y la memoria heredada –en Eternal (Resurrección), tercera de la serie–, o, por último, con cierto canibalismo como antecesor de la fiesta de la carne que es el carnaval –The Carnival Master (El Señor del Carnaval), cuarta de la serie–.

Pero además de las tramas, como decimos, complejas pero fascinantes, los personajes también brillan, principalmente Jan Fabel, separado con una hija, un comisario de orígenes escoceses –como el autor– por parte de madre y frisios por parte paterna, pero establecido en Hamburgo, y cuya evolución a lo largo de las novelas –no sólo como policía sino también en su vida personal, su relación con la psicóloga criminal Sussane Eckhardt, que va del enamoramiento a la vida en común, ocupa toda la serie– le lleva incluso a plantearse la posibilidad de abandonar la policía en la cuarta de la serie, precisamente acentúa aún más su protagonismo. Y esa posibilidad de abandonarlo todo viene propiciada por lo que les va sucediendo a los compañeros de la brigada de homicidios, donde alguna que otra casi muere o, incluso, alguno muere, además de producirse algún desequilibrio mental que provoca esas dudas en la mente del comisario. Aun así, nos encontramos con algunos que van permaneciendo junto a Fabel, al pie del cañón a pesar de todo, Otto Werner, el más fiel, Anna Wolff, que a pesar de su rebeldía, sigue ahí, o antes Maria Klee –que desde el principio de la serie se ve envuelta en situaciones que terminarán por hacer mella–, o la última que se suma procedente de delitos infantiles, Nicola Brüggemann, que aparece en Miedo a las aguas profundas.


Y lo que también se destaca en esta serie es la ciudad de Hamburgo –con la excepción de El Señor del Carnaval en la que nos desplazamos a Colonia, otra bella ciudad alemana–, con su larga historia de ciudad comercial, capital de la liga hanseática, y sus atractivas calles y edificios ahí está el futuro edificio de la Ópera que se menciona en La venganza de la Valquiria, y sus canales como las venas que recorren todas las articulaciones de la ciudad.

Y caemos en las tramas. Unas tramas siempre bien llevadas donde la maldad impera, y predominantemente una maldad que siempre o casi siempre viene del este de Europa. Así en Muerte en Hamburgo una serie de asesinatos rituales donde el asesino o asesinos convierten a sus víctimas, mujeres, en una imagen simbólica, extrayendo y colocando los pulmones hacia fuera simulando las alas del águila sangrienta de la mitología vikinga, deriva en la persecución de una asesino despiadado que posteriormente aparecerá también en El Señor del Carnaval. Mientras en Cuento de muerte los asesinatos son el ejemplo perfecto de que no hay distinción entre realidad y literatura, como los cuentos de los hermanos Grimm extraídos de antiguas leyendas basadas en hechos reales testifican. En cambio en Resurrección –una mala traducción de Eternal– el pasado es más cercano y tiene que ver con los grupúsculos terroristas de raíz político anarquista o de extrema izquierda que surgieron en Alemania allá por finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, en este caso “Los Resucitados”, y la traición a su cabecilla, Franz “el rojo”. La venganza en este caso se ve mezclada con el sentimiento de que la memoria puede provenir de otras vidas anteriores y de que la historia se repite. También la venganza, como indica su título, es el tema de La venganza de la Valquiria –las Valquirias eran las siervas asesinas de Odín–, y estamos dando un salto a la quinta de la serie, y en este caso la trama trata de asesinas profesionales formadas en la antigua República Democrática de Alemania –otra vez el mal viene del este–, tres adolescentes entrenadas hasta la maestría en el arte de matar. Retrocedemos hasta la cuarta, El Señor del Carnaval, y nos desplazamos a Colonia, como ya hemos dicho, para encontrarnos con una trama paralela, o, mejor, con dos tramas, una los asesinatos que se producen sólo en el Weiberfastnacht, es decir, la noche del carnaval de las mujeres, donde en los últimos dos años ha aparecido muerta una mujer a la que le falta un trozo de nalga. Allí se verá abocado un Jan Fabel, que se plantea abandonar la policía, pero que además teme por la salud mental de Maria Klee, una de sus compañeras, que sigue persiguiendo al fantasma que casi la mata en la primera novela de la serie, y este es el otro hilo que sustenta la novela, la búsqueda del demonio ucraniano.

Milchstrasse, en la zona de Pöseldorf de Hamburgo,
donde tiene su apartamento Jan Fabel en las primeras novelas de la serie
(para acercarse pinchar en la imagen)

Y, por último, la novela que nos ocupa, donde hay, como dijimos, algo que la diferencia de las previas, y es que la trama se sitúa en un presente que mira al futuro. En Miedo a las aguas oscuras nos encontramos con una secta que en realidad es una gran empresa o con una empresa que en realidad parece una gran secta, cuyo objetivo, aparte del meramente económico, parece ser el de salvaguardar el futuro medioambiental del planeta. Para ello las nuevas tecnologías también cobran un gran protagonismo y la intriga se sustenta en los senderos oscuros de Internet y en las vidas paralelas que se pueden vivir en la red. A eso, claro, se le unen una serie de cuerpos que van apareciendo en los canales de Hamburgo.

Elbphilharmonie (edificio de la Ópera de Hamburgo,
todavía en construcción. Prevista su inauguración en 2015).
Aparece mencionado en La venganza de la Valquiria.
Cada una de estas novelas que hemos tratado de resumir merecería un comentario aparte, por su complejidad argumental, por la maestría con las que el autor las narra y las ensambla, por el desarrollo y los vaivenes que sufren los personajes principales, por la espléndida Hamburgo, pero en este caso nos hemos limitado a esbozar un pequeño hilo que las une, dejando para más adelante un comentario más exhaustivo de alguna de ellas –sin olvidar que de este autor tenemos otra serie, la del detective privado Lennox, casi completamente traducida al español, que es sin discusión novela negra de la buena, trasladada al Glasgow de los años cincuenta (ver lectura)–.                
   





(1) 2005. Blood Eagle (Muerte en Hamburgo).
(2) 2006. Brother Grimm (Cuento de muerte).
(3) 2007. Eternal (Resurrección).
(4) 2008. The Carnival Master (El Señor del Carnaval).
(5) 2009. The Valkyrie Song (La venganza de la Valquiria).
(6) 2011. A Fear of Dark Water (Miedo a las aguas oscuras). Lectura

martes, 7 de octubre de 2014

El caso Galton, de Ross MACDONALD




The Galton Case (El caso Galton) quizá sea la novela bisagra, el momento decisivo en la consagración de Ross Macdonald (1915-1983) –pseudónimo de Kenneth Millar– como el tercero de los grandes dentro de la novela negra norteamericana. Allí, a su lado, pero antes, y mejores o peores, y según qué crítico o crítica, están Hammett y Chandler, claro, cómo no. Pero a lo mejor esa comparación pudiera resultar un tanto desproporcionada si no tenemos en cuenta algo que singulariza al propio Macdonald y a su detective Lew Archer: y es su recorrido, su largo recorrido, algo que no tienen ninguno de los otros dos –aunque el Marlowe de Chandler ya vaya por ese camino–. Archer siguió investigando después de El caso Galton, que situamos en 1958 –en la cronología interna del personaje, en 1959, fecha de publicación de la novela–, y siguió investigando durante casi veinte años más –la última novela protagonizada por Archer es de 1976, The Blue Hammer (El martillo azul), de la que se puede leer el comentario que ya hicimos aquí–. 

Justo dos novelas antes se consagra también el pseudónimo, antes Ross Macdonald había firmado como John Macdonald en The Moving Target (El blanco móvil) y como John Ross Macdonald en las cuatro siguientes –ver bibliografía abajo– hasta The Barbarous Coast (La costa bárbara), donde firma ya como firmará todas las demás y como se le reconoce como uno de los grandes.  


Y decimos que El caso Galton es un antes y un después –con matices, claro– porque el mismo Macdonald lo sitúa en realidad en The Doomsters (Los malignos) pues hablando de esa novela él mismo desvela que es el inicio de la separación del Marlowe chandleriano –ver lectura–, un detective, según Macdonald, de acción, mientras que su Archer, que hasta ahora había seguido los mismos derroteros que Marlowe –y que habían empezado con el agente de La Continental (ver lectura) y con Sam Spade de Hammett–, se va convirtiendo en un personaje más de reflexión, más reposado, en realidad, o en sus propias palabras: en un personaje “de interrogación”. Es decir, su búsqueda de la verdad tiene que ver menos con la lucha a base de golpes como con la discusión a base de preguntas, preguntas incómodas, eso sí, las más de las veces, que incluso llevan a un cierto grado de violencia, física y no física, pero que nos sitúa en otra perspectiva, y que sitúan a Lew Archer en otro lugar, en un lugar que se zambulle menos en el presente del conflicto como en el pasado que lo ocasiona.

Y El caso Galton es paradigmático en este sentido, como luego lo serán también otras como The Zebra-Striped Hearse (El coche fúnebre pintado a rayas), una de las mejores de la serie, o las ya comentadas en mi lectura anterior de El martillo azulAsí en El coche fúnebre pintado a rayas es el coronel Blackwell el que contrata los servicios de Archer para investigar el pasado del novio de su hija Harriet, el pintor Burke Damis, un pasado en el que van apareciendo personajes vivos y muertos y que se van colocando poco a poco en su lugar dentro de la historia a medida que Archer interroga. Lo que nos encontramos en esta novela y lo que nos hemos encontrado en otras como Los malignos o posteriormente The Chill (El escalofrío) es un conflicto familiar que ya viene de lejos pero que se muestra en el presente. Porque –y seguimos hablando de El coche fúnebre pintado de rayas– la raíz del comportamiento de Harriet, de huida de la familia para zambullirse en una relación con un personaje que tiende al ocultamiento, viene propiciada por los anteriores acontecimientos protagonizados por su propio padre y que sólo al final salen a la luz. El conflicto psicológico que aparece constantemente en las novelas de Macdonald siempre es resultado de hechos conflictivos que lo desencadenan y por eso las novelas de este autor están plagadas de personajes con tales conflictos, recordemos la mujer de Simon Graff, Gabrielle, en La costa bárbara o a Carl Hallman, huido de un hospital psiquiátrico con un diagnóstico maniaco depresivo, en Los malignos, aunque en este caso quizá la que tenga mayor estrés psicológico sea su mujer Mildred.

Lew Archer no sólo se mueve por todo el Estado de California en sus novelas,
sino que también se desplaza a otras zonas como Ontario (Canada), como en ésta. 

Pero acercándonos a El caso Galton nuevamente aparece un personaje desequilibrado, la mujer Alicia del abogado que contrata a Archer, el señor Sable, para que se ocupe de buscar al hijo desparecido hace veinte años de su cliente, la acaudalada Señora Galton. Porque la búsqueda de los hechos pasados desemboca y provoca hechos en el presente, como la muerte de Pete Culligan a manos de no se sabe muy bien quién, si del presunto impostor John Brown, que puede ser el nieto de la señora Galton e hijo del desaparecido Anthony Galton, o bien de la autoinculpada Alicia Sable, ingresada por propia voluntad en el sanatorio del doctor Howell, precisamente el padre de Sheila, la reciente enamorada del recién llegado John Brown o John Galton.

Resumiendo en las novelas de Macdonald no pueden dejar de aparecer tres elementos imprescindibles: el conflicto psicológico o, incluso, mejor, el desequilibrio psíquico, que en muchos de los casos afecta a los mismos asesinos, pero en otros sirve para una inculpación falsa; la recuperación del pasado para desvelar el presente en una huida hacia atrás que en realidad es una huida hacia delante; y, por último, el entorno familiar dentro de unas familias desestructuradas en la mayoría de las ocasiones, ya por desapariciones pasadas, como en esta novela, ya por muertes sospechosas o accidentales, ya por conflictos padre-hijo (Los malignos) o padre-hija (El caso Galton y El coche fúnebre pintado a rayas) o madre-hijo (El escalofrío), para centrarnos sólo en las escritas en este periodo de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, precisamente el momento de la consagración de Macdonald –recordemos que en 1966 se estrena la película Harper protagonizada por Paul Newman y que está basada en El blanco móvil, la primera novela de la serie de Lew Archer–.

Bienvenida pues esta nueva edición de El caso Galton y esta recuperación y actualización de traducciones que está haciendo La serie negra de RBA –ya llevan diez de las dieciocho que componen la serie (ver abajo)– y que de alguna forma nos trasladan al pasado de las ediciones del Libro amigo de Bruguera, de Alianza, de Alianza Emecé, de Martínez Roca, de Planeta o de Alfa, y que, como ya dije en mi anterior lectura de El martillo azul: toda lectura de Macdonald es una relectura.        
  





(1) 1949. The Moving Target. (El blanco móvil)
(2) 1950. The Drowning Pool. (La piscina de los ahogados)
(3) 1951. The Way Some People Die. (La forma en que algunos mueren)
(4) 1952. The Ivory Grin. (La mueca del marfil o La sonrisa de marfil)
(5) 1954. Find a Victim. (En busca de una víctima)
(6) 1956. The Barbarous Coast. (La costa bárbara)
(7) 1958. The Doomsters. (Los maléficos o Los malignos)
(8) 1959. The Galton Case. (El caso Galton) Lectura
(9) 1961. The Wycherly Woman. (La Wycherly)
(10) 1962. The Zebra-Striped Hearse. (El coche fúnebre pintado a rayas)
(11)1964. The Chill. (El escalofrío)
(12) 1965. The Far Side of the Dollar. (El otro lado del dólar)
(13) 1966. Black Money. (Dinero negro)
(14) 1968. The Instant Enemy. (El enemigo insólito)
(15) 1969. The Goodbye Look. (La mirada del adiós)
(16) 1971. The Underground Man. (El hombre enterrado)
(17) 1973. Sleeping Beauty. (La bella durmiente)
(18) 1976. The Blue Hammer. (El martillo azul) Lectura

2007. The Archer Files. (El expediente Archer) [recopilación de todos los relatos (y algunas obras inconclusas) donde aparece Lew Archer. Relatos:
“En busca de la mujer” (1946)
“Muerte en el agua” (2001)
“La mujer barbuda” (1948)
“Extraños en la ciudad” (2001)
“Chica desaparecida” (1953)
“La siniestra costumbre” (1953)
“El suicidio” (1953)
“Rubia culpable” (1954)
“Empresa inútil” (1954)
“El hombre enfadado” (2001)
“Azul medianoche” (1960)
“Perro dormido” (1965).]

jueves, 25 de septiembre de 2014

Contrarreloj, de Eugenio FUENTES




Ya han pasado más de cinco años desde nuestro último encuentro con Ricardo Cupido y seguimos a la espera de una nueva entrega –en enero de 2015 acaba de salir Mistralia. Aquella última novela de la serie es esta de Contrarreloj que comentamos hoy. Una novela que se sale de Breda, el lugar habitual donde se desarrollan los casos de Cupido –aunque también la penúltima, Cuerpo a cuerpo, se escapó de aquel entorno llamémosle extremeño para transcurrir en una ciudad costera del levante español–, y se traslada a un recorrido que sigue los pasos del Tour de Francia, pues ésta, como su título indica, es una novela de las que podríamos llamar deportiva o que tiene al deporte y a sus ejercitantes como los protagonistas de la misma.

Por eso en ella no nos vamos a encontrar el paraje citado de Breda, lugar imaginario del norte de Extremadura creado por su autor, Eugenio Fuentes, que tanto juego e interés da sobre todo en El interior del bosque y ya con algo menos de protagonismo en las dos siguientes, La sangre de los ángeles y Las manos del pianista. Aunque, como en todas ellas, la afición al ciclismo del propio detective, a practicarlo, queremos decir, aquí se enlaza con la propia trama de la novela que tiene al máximo exponente de este deporte, el Tour de Francia, como al gran protagonista, y a esos ciclistas aguerridos, ambiciosos y competitivos al máximo como los elementos clave de la novela policiaca: el asesinado es un ciclista y entre los sospechosos principales también están los rivales ciclistas de éste.
Pero si algo une esta novela a las anteriores de la serie son dos aspectos primordiales: uno los motivos y motivaciones que provocan los crímenes –ahora haremos un repaso sucinto de cada una de ellas– y otra la característica definitoria de Ricardo Cupido como investigador que tiene que ver con la característica clave del estilo novelístico de su autor a la hora de tejer las tramas de las mismas. Así el impulso como investigador de este, “Lo que Cupido sentía –siente– como desafío y como enigma era –es– el sospechoso como sujeto, sus razones, su disposición emocional frente a la víctima, aquello que precisamente no era –es– ni tiempo ni espacio” (Cuerpo a cuerpo, p. 149); es decir, obviando el elemento de las posibles coartadas de los sospechosos, cosa que deja a los detectives oficiales, que en las tramas de Breda suelen ser el teniendo de la Guardia civil Gallardo y sus dos subalternos Andrea y Ortega, Cupido donde pretende llegar es al interior del sujeto, y eso es lo propio del estilo de Eugenio Fuentes en cada una de las novelas, en todas ellas lo que predomina es la demora en la descripción e introspección de los personajes que las componen, el autor se introduce en sus antecedentes, en lo que piensan, en lo que les sucede o les ha sucedido en el pasado, intentando aportar al lector esas razones que cada uno de ellos podrían llegar a tener para ser sospechoso de los crímenes que suceden en las novelas.

De tal manera que en la primera de las novelas citada, El interior del bosque, aparte de conocer la Reserva de El Paternóster y de los picos de el Volcán y el Yunque a través de los paseos ciclistas de Cupido y no ciclistas de otros personajes, también conocemos cómo los celos pueden ser perfectamente el motivo principal que provoque todo el desarrollo posterior y más si la protagonista asesinada, Gloria, una atractiva pintora y galerista, es capaz de provocar ese mismo sentimiento y otros hermanos como la envidia o una admiración mal llevada no sólo en su novio Marcos Anglada sino en otros como el escultor Emilio Sierra o en su socia en la Galería de Arte, Camila, y si a ello añadimos tramas paralelas como la del guarda de El Paternóster, Molina, o la del litigio por los terrenos que lleva durante años Doña Victoria y su hijo adoptivo Octavio Espósito contra la administración, tenemos un entramado donde cada uno de los implicados, éstos y otros más, se nos ofrecen perfectamente retratados desde sí mismos y desde su propia historia.

Los celos, más los otros sentimientos hermanados, nuevamente ocupan un lugar destacado en La sangre de los ángeles. Ahora nos situamos en las disputas por la dirección dentro de un colegio de Breda a consecuencia de lo cual resulta muerto el profesor de Educación Física Gustavo Larrey, a lo que añadimos el extravío de una pistola sin declarar que pertenecía al padre de Julián Monasterio, precisamente el que termina contratando a Cupido por el temor de verse implicado en esa muerte. En la trama se ven mezclados el director saliente del centro Jaime De Molinos, el entrante Luis García Nelson, el jefe de estudios Manuel Corona y la logopeda Rita, antigua amante de este último y amiga de Larrey, e incluso el conserje del centro, el objetor Moisés, que también ha tenido su escarceo amoroso con Rita. También alguien indirectamente implicado será el que contrate a Cupido en la siguiente novela, Las manos del pianista. Precisamente alguien del que lo único que llegamos a saber es eso que es pianista y que además ejerce con esas manos duras, casi encallecidas y hasta deformadas, otro oficio propio para ellas, el de verdugo de animales cuyos dueños se quieren deshacer de ellos. Pero en este caso nos movemos en el ámbito de una empresa constructora en la que uno de los socios se ha caído o le han tirado desde el ático de uno de sus edificios en construcción. Y en ese contexto, donde el poder y el dinero tiene verdadero protagonismo, Martín Ordiales, ha dejado de tener ambos y los implicados, sus socios Miranda Paraíso y Santiago Muriel, a los que se unen su antigua amante la aparejadora Alicia o el capataz de las obras Pavón, incluso antiguos empleados como Tineo o clientes como Juanito Velasco, vuelven a moverse motivados nuevamente por la envidia o el rencor.    


Nos salimos de Breda en la siguiente novela y también dejamos de lado aquellas motivaciones que han movido los hilos en las anteriores tramas, para, en Cuerpo a cuerpo –quizá la novela más compleja y mejor construida, aunque todas mantienen un nivel espléndido–, desembocar en una trama donde lo privado o personal y lo público o profesional se van a ver entremezclados sin saber muy bien qué es lo que ha ocasionado el aparente suicidio del Comandante del ejército Camilo Olmedo. Será su hija, Marina, separada de su anterior marido Jaime, pero ahora enamorada de Samuel, la que contrate a Ricardo Cupido, incrédula ante el suicidio de su padre. Aquí, decimos, se mezcla lo privado, la nueva pareja de Olmedo, Gabriela, que perdió a su hijo adolescente pocos meses antes atacado por un perro, o el causante de la muerte de su anterior mujer, el anestesista acusado de ese error médico, Lesmes Beltrán, y el profesional, todos los compañeros que no están de acuerdo con el cierre del cuartel de San Marcial por el que Olmedo aboga, ya sea el Coronel Castroviejo o los capitanes Bramante o Ucha.

Pero en la que nos ocupa, Contrarreloj, volvemos al motivo que domina toda la serie, el de los celos o el de la envidia de difícil separación, y hasta él indaga Cupido siguiendo las etapas del Tour, bien por la tele, como al principio, bien siguiendo la misma caravana, aunque siempre algunos pasos o tubulares por detrás de los líderes o sospechosos, para descubrir entre ellos cuál ha sido capaz de matar a Tobias Gross –una especie de Louis Amstrong–, el capataz ¿dopado? de los últimos cuatro Tours de Francia. Y así tenemos a la avispa Panal, a Mieses –cuyo director de equipo, Luis Carrión,, antiguo funcionario de prisiones donde le conoció, contrata a Cupido– o al bosnio croata Darko Hamelt entre los ciclistas con motivos para tal hecho, pero también están los que siguen la caravana del Tour, las parejas de los ciclistas, como la ex mujer de Gross, Saba Bay, o la espectacular mujer de Panal, Alejandra, y por supuesto esos médicos ocultos que trafican con sangre dopada como el doctor Galea o el desconocido doctor Román o Romain.

Y como vemos en este recorrido las tramas se vuelven complejas no en sí mismas sino por la normal complejidad de los propios personajes que se nos van presentando trazados con la mano segura del autor y a través de las preguntas de Cupido que indagan menos sobre hechos que sobre razones para acabar admitiendo que casi la única razón es siempre la misma y esa razón en la mayoría de los casos el ser humano es incapaz de domeñar.        





(1) 1993. El nacimiento de Cupido.
(5) 2007. Cuerpo a cuerpo.
(6) 2009. Contrarreloj. Lectura 
(7) 2015. Mistralia. Próxima lectura

1990. Las batallas de Breda. [Cupido, personaje secundario. No pertenece a la serie]