No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

sábado, 7 de febrero de 2015

El sueño oscuro y profundo, de Craig RUSSELL




El primer título de esta serie de Craig Russell –que ya conocíamos de su Serie del HauptKommissar Fabel (ver lectura)– precisamente se titula Lennox. Es como si Raymond Chandler hubiese titulado El sueño eterno como Marlowe o Ross Macdonald hubiese llamado Archer a El blanco móvil, o aquí en España que Tatuaje se hubiese titulado Carvalho o Romano Un beso de amigo. La diferencia estriba en que todos los citados no eran conscientes –o no lo eran del todo– de que estaban empezando una serie mientras que Craig Russell lo es absolutamente. Y no sólo sabe que en este género de la novela negra –porque esto es novela negra de la buena– el personaje principal es el que sostiene la trama y que todo depende de cómo lo dibujas, sino que se conoce pormenorizadamente todos, absolutamente todos los trucos, todos los elementos y todos los entresijos para hacerlo bien o muy bien. Sabe que necesita la Glasgow de los años cincuenta, una Glasgow de posguerra, sucia por fuera como el Clyde y sucia o negra por dentro, como los otros personajes que van apareciendo en la serie; sabe, al hilo de esto, que necesita a los Tres Reyes: Sneddon –protestante–, dueño del sur de la ciudad, Martillo Murphy –católico–, de la parte occidental y el guapo o apuesto Cohen –judío–, de la oriental; que también necesita rubias o, sin ser rubias, bellezas que te atrapen los ojos y que no puedas dejar de mirarlas y de desearlas, Lillian Andrews o Helena Garsons en esta primera novela o Sheila Gainsborough o Lorna MacPharlen en la segunda, The Long Glasgow Kiss (El beso de Glasgow), o las gemelas Isa y Violet Strachan o Leonora Bryson en la tercera, The Deep Dark Sleep (El sueño oscuro y profundo) –hasta ahora sólo se han traducido las tres primeras novelas de las cuatro que componen la serie–, ya sean malas o buenas, inocentes o débiles, manipuladoras o frías. Pero a la vez, como contrapunto, haya algo que no sea bajo, algún asidero, mínimo, apenas visible, que le permita visualizar al personaje, a Lennox, una vida distinta de esta que lleva, y eso se lo da su casera Fiona White y la evolución del trato cada vez menos distante e incluso más íntimo que van teniendo a lo largo de las novelas.

Es decir, Craig Russell sabe lo que hace, sabe lo que hace porque sabe perfectamente cómo crear unas tramas perfectas en una atmósfera, la de Glasgow, ya mencionada, pero sin ser tan concreto, una atmósfera propia de novela negra, una atmósfera de violencia, extrema si es necesario, de intriga, de personajes bien trazados, perfectos en su sentido radical, y que no son estereotipos sino que evolucionan como evoluciona cualquier ser humano, pero sin menoscabo de su característica principal, como Sneddon y su pretensión de darle a su parte del imperio un carácter de legalidad que incluso parece que llega a suavizarle el carácter a medida que pasamos de una novela a otra; decíamos, una atmósfera, donde los propios matones, como Deditos McBride, capaz de cortarte los dedos de los pies con unos alicates y lector del Reader’s Diggest, tienen también su corazoncito; una atmósfera que se crea no sólo a través de las descripciones sino en los propios diálogos, porque esa ironía, que descubrimos tan marcada en Marlowe, aquí también está y se ve acompañada de cierto sarcasmo e incluso de un cierto humor negro, como la atmósfera, porque la narración a través de la primera persona de Lennox nos lleva a donde él quiere y nos puede manejar a su antojo, incluso haciendo que nos desternillemos de risa –cosa que quizá no es tan habitual–, doy un pequeño ejemplo que aparece en la primera novela al inicio del capítulo veinticinco: “Durante los dos o tres días siguientes traté de pasar más desapercibido que un prepucio en una convención de rabinos”.

Gordon Street, cerca de la Estación Central, donde tiene la oficina Lennox

El sueño oscuro y profundo es la tercera de las cuatro novelas que hasta ahora completan la serie –ver bibliografía– y estamos a la espera que nos llegue la cuarta, Dead Man and Broken Hearts. Como ya ocurría en las dos previas no hay una sola trama sino que en todas ellas los casos que en un principio parecían dos líneas paralelas terminan siendo tangentes y acaban entremezclándose. Aquí la aparición de un cuerpo en el río Clyde y su posterior identificación como el posible cadáver de Joe Gentleman Strachan, uno de los primeros jefes del hampa glasgowiana y autor del mayor robo que se conoce, las cincuenta mil libras de aquella época que robó de la Exposición Imperio en 1938, provoca un cierto cataclismo en la actualidad, 1955, en el mundo policial de la ciudad y se entrelaza al final, como decíamos, con el caso que está llevando Lennox de las fotos comprometidas realizadas a un actor norteamericano, John Macready que se encuentra rodando una película en Glasgow, pero que tiene ciertas inclinaciones homosexuales que provocan un chantaje que Lennox tiene que resolver. De la misma forma en El beso de Glasgow el asesinato del corredor de apuestas calderilla MacPharlen justo el día que Lennox se está beneficiando a Lorna, su hija, se entremezclará con el caso de la desaparición del hermano de la bellísima Sheila Gainsborough que acude a Lennox para encontrarlo y al final una trama, por un lado que tenía que ver con el apaño de combates de boxeo como el del campeón escocés Bobby Kirkcaldy se termina enredando en un asunto de tráfico de drogas. Y, acabando, también en la primera novela el caso en el que está trabajando Lennox que era la búsqueda de la mujer de John Andrews, Lillian, dueño de una empresa de importación y exportación, se termina entremezclando con un asunto mucho más sórdido, primero con el asesinato de un jefecillo de baja estopa de los bajos fondos, Tam McGahern, que luego se descubre que está metido en un negocio de mucho mayor alcance de lo que él y su hermano Franckie están acostumbrados, un negocio que tendrá que ver con el tráfico de armas hacia el Oriente Medio y que implicará indirectamente a los Tres Reyes del hampa de Glasgow.

Como vemos, tramas complejas llevadas a través de la voz de un Lennox, de origen canadiense, de familia adinerada, pero que ha combatido en la segunda guerra mundial, lo que ha provocado su permanencia en Glasgow, porque los horrores vividos en esa experiencia han transformado a ese muchacho de cierta cuna en un detective privado con problemas para controlar su agresividad e incluso su sentido moral. Es decir, nos encontramos con un hombre en cierto modo perdido en una ciudad a su vez de alguna forma también perdida. Y esa búsqueda de algo que lo saque de allí se convierte en búsquedas, en investigaciones que le van surgiendo y que provocan en él una necesidad de encontrar lo que posiblemente no debería encontrar pero que está ahí, ahí mismo, tan dentro de nosotros, tan entremezclado en nosotros mismos, que forma parte indisoluble de nuestro ser. Y eso que busca y que encuentra es como no podía ser menos la maldad que llevamos inoculada, que nos conforma, y esa maldad se transforma en la mayoría de los casos en violencia y esa violencia se convierte en crueldad. Y eso es lo que Lennox quiere olvidar de su pasado de combatiente, pero es lo que conforma la ciudad de Glasgow y lo que conforma a buena parte de los habitantes de la misma, entre ellos el propio Lennox. Y el final de El sueño oscuro y profundo es un buen ejemplo de lo que estamos hablando.          






(1) 2009. Lennox (Lennox).
(2) 2010. The Long Glasgow Kiss (El beso de Glasgow).
(3) 2011. The Deep Dark Sleep (El sueño oscuro y profundo). Lectura
(4) 2012. Dead Man and Broken Hearts.

martes, 27 de enero de 2015

Prótesis, de Andreu MARTÍN




Hoy, al inicio del 2015, vamos a inaugurar una nueva sección del blog. Sí, este es un blog de lecturas de series de novelas policiacas, de detectives de novelas policiacas. Sí, no va a dejar de serlo, pero vamos a agregar algunas lecturas imprescindibles –o que creemos imprescindibles– para un buen lector de novela policiaca o negra o de misterio e intriga o de enigma, o, como quieran llamarlas. Esas novelas o cuentos –también los habrá, posiblemente– no caben dentro de una serie, porque no forman parte de ninguna, son únicas y se valen por sí mismas, es decir, son unas “fuera de serie”. Por los dos motivos que de alguna manera acabamos de sugerir: por su calidad única y por su exclusión de cualquier serie policiaca.

Primera edición de la novela en
Sedmay ediciones, 1980
Y este excursus introductorio sólo era para dar pie a la lectura de Prótesis, la novela de Andreu Martín. Andreu Martín es uno de los grandes de la novela negra o policiaca española –podríamos decir, aunque no sé cuántas veces estará ya dicho, que junto a Vázquez Montalbán (ver lectura de su serie de Carvalho), Juan Madrid (ver lectura de su serie de Toni Romano), González Ledesma (ver lectura de su serie de Méndez) y Julián Ibáñéz (próxima lectura de Novoa) podría formar un buen quinteto titular en cualquier cancha de baloncesto para bajitos (como buenos representantes de la raza), pero con pistola de largo alcance–, pero no lo vamos a decir porque ya está dicho suficientemente.

Andreu Martín
Pero lo que sí decimos –aunque ya esté dicho también suficientemente– es que para un lector de novela negra es imprescindible leer Prótesis, aunque no pertenezca a serie alguna, o precisamente por eso, por ser algo tan independiente –que no diferente, aunque también– por ser algo único y, ante todo, fuera de serie: Es una novela fuera de serie. Una novela buena donde las haya por estructura o andamiaje y complexión y por escritura o, llamémoslo, estilo, donde el protagonismo no está tanto en la investigación, puesto que apenas la hay, aunque la haya, porque el punto de vista está fijo en la parte oscura de el Migue o el Dientes, como él quiere que le llamen ahora, a pesar de que en la segunda parte sí haya unos policías que investigan ese robo a un furgón blindado que es el punto de inflexión de toda la novela.

Porque antes –la novela está dividida en dos partes– la obra nos va sumergiendo en los antecedentes, no del robo, que también, sino del protagonista, de Miguel Vargas Feinoso, alias el Migue, antes el Gachí, ahora el Dientes, en cómo ha llegado donde ha llegado, no a planificar un robo, esa es la excusa, o a perpetrarlo, no, sino a buscar venganza, ha llegado la hora de devolver a el Gallego, ese que le dejó la cara deformada y llena de cicatrices, y, sobre todo, ese que le dejó sin dientes, los que tiene son una prótesis –de ahí el título– que mira todas las mañanas cuando está acostado, y sus dientes, es decir, los dientes que ahora lleva, se encuentran sumergidos en un vaso de cristal, con agua y una pastilla de Corega Tabs. Esos dientes, dientes de sonrisa de calavera, son la imagen obsesiva de todos los días, que no le dejan olvidar, y el motivo de todos los hechos posteriores, porque el robo del furgón blindado, decíamos, es sólo la excusa para enfrentarse, ahora sí, en igualdad de condiciones con el Gallego, aquel policía, ahora simplemente es un guarda de seguridad metido en un furgón blindado, aquel policía que le dejó mirando todas las mañanas la sonrisa de calavera.  




Y que se cargó al Cachas, de un disparo que le hizo saltar un ojo, mientras huían, el Cachas y el Migue, de el Gallego y de los otros policías, y que se cargó no sólo a el Cachas de un disparo que le hizo saltar un ojo –imagen recurrente (otra) que tiene el Migue, ahora el Dientes, metida en la cabeza– sino que se cargó con ello la pandilla de el Cachas, aquella que formaban el Cachas, el Chava, el Marujo y el Migue. Y que se llevó por delante, luego, después, en el interrogatorio, los dientes del Migue y con los dientes le destrozó la cara y le destrozó la vida. Porque no fue tanto el que posteriormente, después de aquello, se pasase sus años en la cárcel, y fuese la chica del Caro, porque el Caro se portó bien con él, tanto en la cárcel como al salir de ella, no, no, lo que pasó es que sin los dientes, lo único que ocupa la vaciedad de sus existencia, el hueco de los dientes sólo lo rellena la prótesis de la venganza, porque para lo único que vive el Migue, ahora el Dientes, es para saldar cuentas con el Gallego; el Gallego, que después de aquello tampoco volvió a ser el mismo, porque aquello también fue un antes y un después para él, le expulsaron del cuerpo e, incluso, estuvo internado, porque para el Gallego, su actual existencia, como guarda de SEGURTRANS, ha dejado también de tener sentido, y se da cuenta, mientras se produce el robo y reconoce a el Migue que todo puede volver a ser como antes.

Y eso, el final, los angustiosos días finales, revolcado en la mierda, en ese piso de alquiler, que le sirve de guarida y de pocilga después del robo, junto a la Nena –la Nena, que de algún modo, también formó parte de la cuadrilla del Cachas en aquellos tiempos–, esos angustiosos días, decimos, hasta ese reencuentro, que el Migue lleva esperando toda su vida desde aquello y que el Gallego, de alguna forma, también lo espera, como una catarsis, como un resurgir de lo que fue pero que ya no es, esos días, donde los policías Sevilla y, sobre todo, Correa se huelen algo raro, algo que no encaja en todo ese tinglado del robo del furgón blindado, esos días son sólo el anticipo del enfrentamiento, porque toda la novela nos empuja hacia allí, hacia ese final. Un final negro de violencia extrema. Un final que sólo destella por la inocente sonrisa de la Nena cerrando el círculo.

Acabamos: esto es sólo un resumen-comentario de una de las mejores novelas negras escritas en España. Léanla, por favor, por favor, léanla. Y verán. Ahora deberían venir todos aquellos calificativos que incitan la lectura, todos esos que aparecen en las contraportadas de los libros o en las reseñas que nos anticipan las novedades. Pero no, esto no es una novedad ni necesita de calificativos altisonantes. Esta es una novela de hace exactamente 35 años, pero ¿y qué? Cuando algo merece la pena, no importa la edad o sí, quizá, como los buenos vinos… En fin, Andreu Martín es uno de los grandes y esta novela es la más grande que ha escrito –no hemos podido evitarlo. Fuera de serie.   




Bibliografía de Andreu Martín (sólo libros de novela negra y policiaca)


1979. El señor Capone no está en casa.
1979. Aprende y calla.
1980. A navajazos.
1981. La otra gota de agua.
1982. Por amor al arte.
1983. Si es no es.
1984. El caballo y el mono.
1984. Amores que matan, ¿y qué?
1986. El día menos pensado.
1987. La chica que lo enseñaba todo.
1987. Crímenes de aficionado.
1988. Barcelona Connection.
1988. A martillazos.
1988. El que persigue al ladrón.
1990. Lo que más quieras.
1990. Jesús en los infiernos.
1992. El hombre de la navaja.
1994. Por el amor de Dios.
1995. Jugar a matar.
1998. Vainqueurs et cons vaincus.
2000. Bellísimas personas.
2002. Juez y parte.
2002. Los miedos de la ciudad sin miedo.
2002. Schneken mit Kaninchen (Conejo con caracoles).
2002. Corpus Delicti.
2003. Guerra ciega.
2004. Asalto a la Virreina. (Junto a Carlos Quilez)
2005. Con los muertos no se juega. (Junto a Jaume Ribera)
2005. La clave de las llaves. (Junto a Jaume Ribera)
2005. Impunidad. (Junto a Verónica Vila-San-Juan)
2006. La monja que perdió la cabeza. (Junto a Jaume Ribera)
2006. Piel de policía. (Junto a Carlos Quilez)
2006. El blues del detective inmortal.
2007. El blues de la semana más negra.
2007. Si hay que matar, se mata. (Junto a Jaume Ribera)
2007. De todo corazón.
2009. El blues de la ciudad inverosímil.
2009. El blues de una sola baldosa.
2011. El cómo del crimen. (Junto a Jaume Ribera)
2012. La vida es dura.
2013. Sociedad negra.
2014. Les escopinades dels escarabats no arriben al setè soterrani del pedestal on s’aixeca la meva estàtua.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Ofrenda a la tormenta, de Dolores REDONDO




Bien. Ya tenemos el cierre de la trilogía que se sitúa en el valle del Baztán. Ya tenemos la última novela de la misma, Ofrenda a la tormenta –aunque por lo que parece no va a ser la última novela de la protagonista, la inspectora jefe Amaia Salazar, el cierre de la novela nos da pie a pensar en que habrá una siguiente y que posiblemente nos traslademos a Estados Unidos junto al agente del FBI, Aloisius Dupree, pero eso es otra historia–. En apenas dos años han salido de la nada o, mejor dicho, de la cabeza de Dolores Redondo, tres novelas a un ritmo trepidante o al menos a un gran ritmo.

Como el que presenta esta novela y en general la serie. El ritmo es capital en determinadas novelas de intriga o, llamémoslos, thrillers, y en este caso, en esta última novela en particular, el ritmo es casi perfecto, lleva al lector con una gran intensidad, suministrándole los datos de una forma sostenida y desvelándole poco a poco, pero con gran precisión los elementos que van rellenando los huecos, las piezas del puzzle, hasta completar el cuadro perfectamente. Pero quizá ese ritmo de escritura –y también de edición– se debe de acompañar de alguna que otra revisión más, ya que no puede ser que el padre de la niña fallecida y su presunto asesino, Valentín Esparza, sea apuñalado por un compañero de celda cuando ya está en prisión y muera, como nos informan en la página 179, y poco después a partir de la página 314 se sostenga que se ha suicidado. Y eso no puede ocurrir por la sencilla razón de que además no es un caso lateral, sino precisamente el inicio de todo lo que viene después, la novela empieza precisamente con la descripción del asesinato de esa niña. Ya, ya nos damos cuenta de que eso sólo es una excusa para enlazar o, mejor, iniciar todo el entramado de los asesinatos en serie de niñas casi recién nacidas que es el meollo de toda la novela, pero, por favor, que es precisamente eso, el principio.

En fin, no nos detengamos en los problemas. Porque como hemos dicho al principio, la novela no decae, nos atrapa bien, nos lleva bien. Siempre, claro, que ya hayamos entrado en la trilogía a través de las otras dos de la serie, porque como no puede ser de otra forma en una trilogía, la última es como el cierra de las otras también –aunque sí, se puedan leer independientemente–, además, en este caso, se quedaron muchas cosas pendientes que provenían de Legado en los huesos como para no necesitar de una continuación y de un fin, que es lo que se da en Ofrenda a la tormenta.

Recordemos, en El guardián invisible el culpable era el Basajaun mientras que en Legado en los huesos era el Tarttalo –ver la lectura de ambas novelas que ya hemos realizado– y aquí los asesinatos de esas niñas que se han ido produciendo a lo largo de los últimos veinte o treinta años se achaca a Inguma, otro ser mitológico, que necesita del último aliento de niñas apenas nacidas como ofrenda para que las cosas les vayan bien o muy bien a los que creen en él. Y entre los que creen en él está o estaba la madre de Amaia, que se da por desaparecida al cierre de la anterior novela, pero que en la mente de la inspectora sigue estando ahí y es lo que la lleva a insistir y a buscar con más ahínco entre ese entramado que se ha ido creando que mezcla lo mitológico de una cultura apenas conocida, la vasca, y los asesinatos de niñas, sean o no envueltos y disimulados bajo la apariencia de la muerte súbita del bebé, un nombre que sirve para nombrar un hecho que en sí mismo no tiene ninguna explicación científica.

Nuevamente nos encontramos con los conflictos familiares entre las mujeres de la familia de Amaia, entre Ros, que sigue llevando el obrador familiar, y que fue tan protagonista en la primera de las novelas, puesto que ahí se cocinaba el txantxigorri, y Flora, que regresa a Elizondo para hacer el funeral de su madre y que no puede dejar de intentar dominar como siempre lo ha hecho. Pero también están los conflictos en la comisaría, aunque en este caso sea con el jefe Iriarte por el carácter un tanto individua(lista) de la inspectora, a lo que se une lo que pasa con el mejor compañero de Amaia, Jonan. Y, por último, aquí está también el coqueteo constante que se trae con el juez Markina, que se verá entremezclado con los problemas de pareja que empieza a tener con su marido, el escultor americano, James. Pero es este último conflicto, el de la atracción mutua entre el juez y Amaia, el quid de todo el desenlace de la novela y que, desgraciadamente para la misma, es, quizá, demasiado evidente desde casi el inicio de la misma.

Resumiendo, el escaparate sigue siendo perfecto, el valle del Baztán da mucho juego porque se entremezcla con esa mitología y esa lengua vasca tan desconocida fuera de allí. Las tramas y el ritmo de las novelas está muy bien conseguido, te va llevando con una gran sutileza y sin que te des cuenta lees las páginas sin darte cuenta, pero sigue habiendo algunos elementos… Que nos hacen poner siempre unos puntos suspensivos detrás como diciendo si no se podría haber evitado eso, si no hay algunas cosas que deberían haber estado mejor pensadas, mejor elaboradas, mejor entramadas, si esto es un problema de escritura o de estructura o es un problema de dar a los lectores algo demasiado fácil, demasiado obvio, como creyendo que éstos, los lectores de novela policiaca, no necesitan de nada más que de unas extrañas muertes, salpicadas de un poco de mitología, que casa muy bien con un entorno idílico y bello, y una inspectora héroe o, mejor dicho, heroína, y ya está.

Hondarribia, donde desemboca el río Bidasoa o, como se llama en Navarra, el río Batzán, lugar de desenlace de la novela

Y ya está, eso es lo que tenemos. 

Y la pregunta es, ¿nos conformamos?
    





(3) 2014. Ofrenda a la tormenta. Lectura